Todo comenzó como todos los grandes acontecimientos sociales de la historia, de forma gradual y nadie se dio cuenta hasta que era demasiado tarde, era el año 2050 en México, hacía ya tres décadas que la pandemia por el SARS-COV-2 había cedido finalmente para convertirse en una enfermedad endémica, en 2022 inició la guerra entre Rusia y Ucrania, con las consecuencias que ya todos sabemos, en 2030 inició la década de los grandes avances en la medicina que por fin daban esperanza a millones de personas en el mundo con la aparición de medicamentos que curan lo que había matado a tantos enfermos por décadas, pero esas buenas noticias chocarían de frente con los primeros años de la década de los 40’s y la aparición de los efectos más devastadores del cambio climático, reducción en tiempo, pero abundante en cantidad de lluvias, grandes periodos de sequía, el aumento del nivel del mar que se esperaba fuera de 30 centímetros en los primeros estudios del presente siglo, fue superado por el casi metro de incremento, las inundaciones de las ciudades obligaron a mover poblaciones enteras aguas arriba, aumentando la densidad demográfica sobre el territorio, y peor aún, muchos cuerpos de agua perdieron su carácter de agua dulce, pasando a ser agua salina, reduciendo la disponibilidad del líquido que para entonces ya representaba un nivel de estrés hídrico nunca visto.
Pero aún con esos problemas, los gobiernos de muchos países, incluido el nuestro, había dejado de lado la atención del problema del agua, cuando en un país como México se tienen tantos y tan graves problemas, un tema que otros países habían comenzado a resolver, a prepararse para enfrentarlo desde las últimas décadas del siglo XX, en el nuestro, apenas se habían “recetado” mejoralitos para lo que habríamos de enfrentar.
A finales de los años 40’s del siglo XXI, México continuaba con el mismo modelo de gestión, los municipios seguían teniendo la gran responsabilidad de cumplir con los derechos al agua y al saneamiento, pero los retos a los que se enfrentó este orden de gobierno se volvieron insostenibles a partir de la década de los años 20’s, la población encontró recurrente y “normal” que se tuviera agua pocas veces al mes (en el mejor de los casos), las zonas donde vivían las personas con el mejor poder adquisitivo implementaron subsistemas que les permitió cubrir sus necesidades, pero sólo pudieron hacerlo ellos y fue temporal, mientras que en la gran mayoría de las colonias y poblaciones que no contaban con recursos suficientes, vieron como disminuía su disponibilidad de agua, y la poca que había, les aseguraban enfermedades que llevaban a una muerte segura.
Los pocos países que previeron la problemática, valoraron socialmente como un elemento inconmensurable, no nos referimos al valor monetario, sino al valor social, cultural y económico, lo que les llevó a modificar sus hábitos de consumo; en nuestro país, ante la pasividad de nuestras acciones, la seguridad alimentaria no sólo no se logró, sino que los alimentos provenientes del sector agrícola disminuyeron de tal forma, que el precio s se volvió incosteable para la mayoría de la población, las empresas tuvieron que buscar otros países para establecerse, ante la escasez del agua y lo incosteable de pagar el insumo más caro al que se hubieran enfrentado en sus costos históricos de producción, ni la energía eléctrica, ni el petróleo y otros combustibles se habían acercado siquiera al costo de un metro cúbico de agua. Las ciudades perdieron habitantes ante la imposibilidad de dotarles de agua, por lo que los conflictos sociales no se hicieron esperar, la poca disponibilidad había hecho imposible vivir en ellas. Los ecosistemas perdieron su equilibrio, ocasionando la pérdida de nuestra riqueza natural. Nunca más la recuperaríamos.
Así comenzó todo, la crónica de una crisis hídrica anunciada.