Que privilegio en este momento, estar con vida. Qué felicidad que todos los días pueda despertarme de nuevo y gritar a los cuatro vientos que aquí sigo con todo y mis muchos años, que a veces ya siento. En solo pocos días, aprendí a ver los amaneceres y atardeceres; el sol y la luna; a mi volcán que me da la posibilidad de sentir un frío terrible, cuando se le da la gana vestirse de blanco; la vía láctea con un cielo en el que todavía puedo ver las miles de estrellas; los lagos de enfrente de mi casa; el parque Sierra Morelos y los miles de árboles que nos acaban de sembrar, más los que ya crecieron debajo del cerro al que vienen a pastar los borregos y las vacas de don Juanito. Esos que se comen todas las flores amarillas y rosas que nacen porque sí.
Los muchos verdes que he visto desde la primavera, un poco antes de marzo, hasta ahorita en donde ya se cayeron todas las hojas de los árboles. Y los diferentes patos que todavía están aquí sin haberse llevado nuestros lagos. Más los que están aquí y vienen desde Canadá. Todo eso que siempre vi, pero que nunca observaba, y que estuvo enfrente para mí, sin quizá yo merecerlo.
En serio, que vueltas nos dio la vida, estos ya dos años, este siglo, esta vida. Mucho tiempo ya. Días enteros de encierro y de no saber qué pasaba ni cómo acabaría. Y de repente, todo se detuvo. Se llenó de preguntas sin respuestas. Y de la tristeza infinita de saber que la muerte estaba más cerca de lo que creíamos. Yo que amo tanto la vida.
De sopetón y sin previo aviso se vino un problema inconmensurable para todo el mundo. Y ningún país sobre la faz de la tierra, nuestra adorada tierra, ha sido capaz de controlarlo. De entenderlo, de asimilarlo. Solo sabemos que quienes sobrevivan, deben de aprender a vivir con ello. Es de un miedo aterrador saber que de repente estamos, y que, por un descuido, un contacto con alguien que esté ya contagiado, podemos dejar de ser. Y así, mucha gente se ha ido a otro plano inimaginable.
Yo amo la vida por sobre muchas cosas. Es en lo único que tengo para mí. Y agradezco profundamente al creador del universo que haya tenido la fortuna de seguir aquí.
Pero de repente, una luz llena de esperanza y de posibilidades nos alarga la gana de seguir adelante. Sí con precaución. No con miedo. Eso pasa en este mero día. Tenemos que dirigir nuestras vidas hacia nuevos proyectos llenos de esperanza para salir adelante en este lugar que siempre consideraré es mi casa. Sí, nuestro muy amado Estado de México.
Y hoy que ha llovido ya dos días y que el volcán está lleno de nieve, agradezco infinito al Dios del Universo que esa nueva cepa, se vaya de nuestras vidas, al lugar seco de donde vino. Es el colmo. Primero uno y ahora avasallándonos otro que, con todo y vacunas nos quiere perturbar la vida y hacer que se siga contagiando la gente. No es justo. No quiero ni siquiera pronunciarlo. Pero Dios es bueno todo el tiempo, y su misericordia es para siempre. Así lo creo.
gildamh@hotmail.com
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