Se nos olvida. Sí, se nos olvida en el tiempo, que hay costumbres en la vida. Que lo que vivimos cada día, tiene que ser lleno de virtudes y valores. No de enseñanzas fallidas.

Estoy en Monterrey. Tierra a donde llegó alguna vez un hombre que se llamó Isaac Humphrey. Que venía de Escocia y que puso, como artesano, como joyero, como ser humano lleno de ganas de salir adelante, y de talento, una joyería en el centro de la ciudad, junto al hoy Hotel Ancira, lugar lleno de encanto.

Y de lo que todo el mundo habla, es de dos cosas: ¿Es verdad que México se parecerá alguna vez pronto, a Venezuela…? y, de la pobre joven de aproximadamente 17 añitos, que un día salió de su casa a una fiesta, en un lugar lejano, y que de sopetón se peleó con sus amigas, y tomo un taxi. Uber, Didi, o el que usted se imagine, y se bajó. No le gustó algo, que alguna vez averiguará la inteligencia de esta bendita tierra de Nuevo León. Y se bajó y se puso, a la mitad de la carretera, supongo, a esperar un carro más que la acercara a su casa.

El taxista le tomó una foto. Y se fue. ¿A dónde? Quién sabe. Pero desde el 9 de abril la muchacha no apareció. Desde las cuatro de la mañana, nadie supo dónde podía estar ella.

Que triste. Nos dicen, después de muchos días, que apareció en la cisterna de un hotel cercano a donde fue vista por última vez. Y eso, por la fotografía que se atrevió a mandar el taxista y así blindarse ¿? de lo que podía pasarle a la muchachita.

Y yo, que ya soy de la tercera edad, me canso de preguntarles a quienes tienen hijitos o hijitas de esa edad, si es lo normal, que dejen salir a los muchachos, que no tienen dinero, que no tienen fuerzas, que si tomaron alcohol toda la noche, no están en la más mínima de las condiciones para salirse de un lugar, para irse a sus casas, o esperar hasta que ya estén bien; si es normal, digo, que las dejen irse y llegar hasta que se les de la gana. Los padres, dormirse hasta que esto pase.

Y se durmieron, y la chica nunca llegó. Solo apareció en una foto obscura, a orillas de la carretera, esperando la muerte. Y llegó por ella. Y vaya usted a saber qué le hicieron a la pobre. Cómo pasó los últimos momento de su vida. Cómo sintió que un fulano, o todas sus “amiguitas” de la fiesta, la violentaran, la estrujaran, la picotearan, la lastimaran y la echaran a un contenedor lleno de agua, para tapar la monstruosidad que hicieron.

Por supuesto que sé que en toda la república mexicana, de norte hasta el sur, más sur, existe violencia contra las mujeres. Pero también contra los hombres, contra los niños, contra los ancianos, contra todo el mundo. Es el juego de la jungla: todos contra todos.

Y considero que la inteligencia de este estado de Nuevo León, no tiene tanta culpa de haber puesto a sus más importantes policías y binomios caninos, a buscar cerquita y muy lejos a la muchacha y no haberla encontrado. La tenemos todos los mexicanos que no cuidamos a nuestros muchachos. Que no les enseñamos virtudes y valores. Que los dejamos que de sopetón hagan lo que se les da su regalada gana, y se vayan de pachanga cuando ellos, porque ya son muy mayores, quieran. En este momento, y en este país, la situación es muy grave. Y las consecuencias desastrosas. Que pena que de nuevo cobre la vida, una nueva vida.  

gildamh@hotmail.com


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *