En el Estado de México estamos viviendo tiempos muy adelantados y tal parece que la ansiedad que domina el enrarecido ambiente se alimenta insaciablemente de los rumores y las ya famosas encuestas de opinión; herramientas que algún día permitieron tener idea de cómo es el sentir de la población pero que hoy se utilizan más bien para apuntalar posiciones, ejercer presiones o posicionar narrativas.
Es interesante lo que las encuestas arrojan dependiendo de quién es el aspirante a una u otra candidatura electoral; quienes saben del tema, entienden que en buena medida mucho depende de la forma en que se realiza la pregunta o la selección de los lugares a encuestar o hasta la metodología con la que se lleva a cabo la encuesta.
También está la interpretación de la encuesta, que no es otra cosa que aquello que se desea destacar de los resultados obtenidos para luego presentarla como parte de una narrativa que beneficie a un determinado personaje o fin; de tal forma que cuando la información llega a personas menos informadas, estas se crean una percepción distorsionada de lo que realmente está ocurriendo.
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Por eso es que de repente un día, en una encuesta pareciera que ganan unos y en otras parecería que ganan otros, dejando en el completo descrédito a todas las encuestas ante los ojos de los ciudadanos que simplemente terminan por ya no creerle a ninguna y descalifican a todas por igual.
Lo interesante es cuando aparece una encuesta que descalifica los resultados de todas las demás encuestas; por ejemplo, recientemente el Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) publicó los resultados de una encuesta sobre los aspirantes a la Presidencia de la República que revela que 52 por ciento de los entrevistados no ha escuchado de algún posible aspirante.
Hablando, por ejemplo, de actos anticipados de campaña, 81 por ciento de los encuestados afirma no haber escuchado sobre algún hecho de este tipo y más todavía, 84 por ciento ni siquiera ha visto publicaciones de alguno de los posibles candidatos a la presidencia.
Dicho de otra forma, por más que se diga que un aspirante va arriba de los demás en las encuestas, otra encuesta afirma que eso no lo sabe (y quizás ni le importa) a casi nadie en el país; por lo que a final de cuentas gritar a los cuatro vientos que se va arriba en las encuestas parece que da lo mismo que no hacerlo.
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Pero entonces ¿por qué seguir haciendo encuestas? En primer lugar porque quizás sea la única forma de conocer el sentir social, claro que existen algunas otras maneras como, por ejemplo, un estudio longitudinal de conversación en redes sociales, pero este requeriría de mucha información y quizás no sea tan sencillo de procesar ni tan fiable (por los bots).
Lo divertido de la situación en el entorno electoral mexiquense es que la encuesta no pinta para ser el método de selección de ningún candidato: en Morena sabemos que será la designación presidencial; en la alianza PAN, PRI y PRD pinta para ser un tema de acuerdos en tanto que en los partidos más pequeños como Movimiento Ciudadano y el Verde, sus candidaturas están prácticamente definidas.
Es interesante que ante los nuevos escenarios que se van conformando en un proceso que, de origen, ha iniciado fuera de lo común, aún se recurra a estos mecanismos para tratar de convencer que uno u otro aspirante es mejor “porque lo dice tal o cual encuesta” y no entender los resultados solo como la opinión del momento que se le toma a un grupo en un determinado lugar respecto a un mínimo tema.
Encuestas van y encuestan vienen, encuestas que dicen que todo va bien o que todo va mal, encuestas que nos indican que un grupo de personas prefiere a uno u otro aspirante a un puesto de elección popular, encuestas que se tratan y se presentan como si así fueran a quedar los resultados electorales y claro: encuestas que nos dicen que no hay que confiar en las encuestas.
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