Por: Mauricio Sosa Ocaña
Entre enero y agosto de este año, en México las mujeres han sido víctimas de distintos delitos: 615 de feminicidio (95 en el Estado de México); 1,905 de homicidio doloso y 2,559 de homicidio culposo (259 y 332 en Guanajuato, respectivamente); 45,010 de lesiones dolosas; 14,162 de lesiones culposas, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
15,871 mujeres fueron víctimas de violación; se registraron 230,488 llamadas de emergencia al 911 bajo el rubro violencia contra la mujer; 4,607 incidentes de abuso sexual y 7,505 reportes de acoso u hostigamiento sexual.
El reporte abunda sobre otros delitos como secuestro, tráfico de menores, extorsión, corrupción de menores, trata de personas, violencia familiar, violencia de género.
Son muchos factores los que generan esa violencia hacia las mujeres. Algunos alimentados desde la infancia en cada hogar, en las escuelas, los barrios, los parques, las instituciones y la política. En el sexismo y la ausencia de conocimientos científicos sobre educación.
La opresión de los hombres hacia otras personas, sobre todo hacia las mujeres, es resultado de los abusos que aprendemos a diario: largas jornadas de trabajo (hombre fuerte); sueldos precarios que enriquecen a pocos (explotación); anteponer la vida para los demás (caballeroso, protector, proveedor); aguantador de la adversidad (los hombres no lloran); jovial y valeroso (Juan sin miedo) y con respuesta “rapiditas y de buen modo” (viril).
Esa forma de organizarnos la practicamos casi todos los hombres. Nos volvemos objetos y sujetos de explotación para obtener ganancias en lo erótico y sexual; en lo laboral; en los cuidados de hijas, hijos y adultos mayores.
¿Es posible establecer nexos sociales que no pongan en riesgo la salud y la dignidad de las personas? ¿Los hombres estarán en contra de la violación, la pederastia, la explotación laboral, y a favor de denunciar esos abusos?
En México existen desde hace décadas organizaciones que desarrollan trabajos para detener la violencia machista: “Hombres por la equidad” y “Género y Desarrollo”, son algunas.
Con las metodologías de dichas asociaciones los hombres podemos asumir que somos responsables de detener la violencia hacia las mujeres. Y, como propone Bell Hooks, comprender que “el feminismo es para todo el mundo”.
Si aprendemos a cuidarnos, hacernos cargo del trabajo doméstico que nos corresponde, a ser padres informados, a comunicarnos sin violencia -en lo público y lo privado-, a tener un corazón del mismo tamaño que la razón, podríamos disminuir aquellas estadísticas y romper el ciclo de opresión.