Con un abrazo solidario para Jorge Correa, por el deceso de su señora madre.
Por Jesús Delgado Guerrero
Desde los llamados “Científicos” porfirianos hasta los tecnócratas del “Ogro Filantrópico” y del “Ogro Salvaje”, son pocos los observadores que, en tono burlesco, han conferido a nuestro país un alto grado de sofisticación en materia de economía y finanzas. Por “técnicos”, pues, no ha quedado.
Empero, alrededor de los “científicos de la economía y el dinero” no se ha superado, a más de un siglo, la etiqueta de gente codiciosa y poco escrupulosa (como “los niños bonitos” de Don Porfirio) que treparon al poder, se confeccionaron trajes legales al gusto y amasaron grandes fortunas.
El perfil es el mismo: conservadores, favorecedores de oligarquías o parte de ellas, en mutuo desprecio con “el peladaje”, menospreciando además la inteligencia y sentido común de muchos. La devastación la conocemos.
A nivel mundial los titanes de la “técnica” económica y financiera también han hechos sus grandes y catastróficas aportaciones. Son célebres los casos de la curva de Arthur Laffer para bajar impuestos a las grandes corporaciones (sin pensar en la recompra de acciones, la acumulación y la desigualdad resultantes), hasta el “Excelegate” de los economistas de Harvard Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff (un estudiante balconeó la tabla mal elaborada que orientó, garrafalmente, la política macroeconómica de austeridad, draconiana, de países del sur de Europa tras el fraude de las hipotecas Subprime en el 2008).
(Anecdótica digresión: según los economistas Emmanuel Saenz y Gabriel Zucman, la Curva de Laffer fue dibujada, con todos los datos al revés, en una servilleta como quien fantasea con paraísos en una mesa del restaurante Two Continents, en 1974 y hoy, gracias a sus inestimables servicios contra la hacienda pública, es pieza en el Museo Nacional de Historia de Estados Unidos).
En suma, hay que tener cuidado cuando se empiezan a argumentar aspectos “técnicos” en temas económicos y financieros. Al final resultan una coartada de los peores propósitos.
Al calor de expresiones sobre las iniciativas de la “Cuarta Transformación” contra las “reformas estructurales”, supondríase un debate entre ideologías encontradas (intervención estatal en la economía contra “libre mercado”), pero lo que hay es una posición ideológica y un bando que quiere enmascararse, nuevamente, de “técnico y científico”.
¿Qué tiene de técnico defender la privatización de la industria energética?, ¿cuál ciencia respalda al reducido coro que busca que el explotador outsourcing sea eliminado, igual los fideicomisos, los supuestamente autónomos organismos reguladores y que se reduzcan las usureras comisiones de las Afores, bancos, entre otras?
Lo único “técnico” aquí ha sido el uso del término porque hasta Adam Smith y Friedrich Von Hayek, santos patrones del grupo técnico-depredador, asumieron que el objetivo de impulsar una economía competitiva de mercado con una propiedad privada y diversificada (es decir, muy diferente a la nuestra, que está sometida a monopolios) es favorecer los intereses de los trabajadores y de los consumidores, no de “inversionistas” u hombres de negocios como clase (el “1 por ciento”, sus órganos de fonación y cabilderos locales fingen demencia ante esto).
No es, pues, una lucha entre ideas económicas, menos una disputa “ideología” vs. técnica (en nuestro país el único “técnico” respetable, con causas sociales y justicieras ha sido el legendario enmascarado de plata, El Santo, enemigo implacable, por cierto, de “científicos locos”, momias vivientes y otros engendros descerebrados, igual que nuestros “ogros económicos y políticos”).
Es el choque de un gobierno aparentemente no neoliberal contra grupos de interés muy pronunciados, con la notable ausencia del diagnóstico histórico en ambos casos (¿para qué revisar la historia si unos buscan continuarla y otros repetirla?).
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