Hacer una lista como “los diez mejores de”, ya sea de libros o de obras de arte, o de discos o películas, se ha convertido, aún más después de la pandemia, en un hábito que bien puede ser una estrategia de mercadotecnia o una forma de difundir una obra y estimular su disfrute colectivo. Este artículo explora y propone un par de posibilidades al respecto.
En los fines de año se solía, antes de la pandemia, hacer listas: los mejores libros del año, las mejores películas, las más taquilleras, los más vendidos… y eso llevaba a otras: las diez mejores películas de la historia… etcétera. Pero ahora se ha vuelto una obsesión. Seguramente al lector le llegan a su celular varias por semana. Una de estas últimas ha sido bastante sorpresiva.
Se eligió como mejor película de la historia a Jean Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles, de Chantal Akerman ¿De veras? Yo estoy dispuesto a firmar esa decisión, pero ¿qué significa? Podría ser una radical apuesta por ese cine extremo que, en su extremismo, está divorciado del gusto masivo y representa una apuesta de la crítica. Por ejemplo ¿cuántas personas en México conocen esa película y más aún cuantas la han visto en cine y no en una pantalla de televisión? Estoy seguro que muy pocas.
Las listas: una radiografía del gusto
Por ejemplo, durante años, cuando se hacían estas listas eran infaltables El acorazado Potemkin e Iván el terrible, y a veces hasta aparecían El hombre de la cámara y Tempestad en Asia, de Diziga Vertov, y Pudovkin, del extraordinario cine soviético de los años veinte-cuarenta. En esta nueva lista no aparece ninguna. ¿Signos de la época? Puede ser. El rechazo al estalinismo adquiere a veces un aspecto tan plano, simple y peligroso como el apoyo irrestricto que tuvo en otras épocas. A la vez, nuevo signo de la época no aparece Toro salvaje, de Scorsese, sino Buenos muchachos, del mismo director. Por delante, por cierto, de otra película infaltable, El ciudadano Kane, de Orson Wells.
Evidentemente la lista tiene muchas lecturas, pero una inmediata es el signo bastante manifiesto en pro del cine estadunidense. Pero eso vuelve más inexplicable el primer lugar de Jean Dielman. ¿Esquizofrenia de la crítica? Bueno, siempre hay esa atractiva posibilidad, pero tal vez sea el más simple esnobismo o hasta el oportunismo coyuntural –poner una película dirigida por una mujer. En todo caso, como dije, a mí, que hace tiempo dejé de ejercer la crítica de cine de manera constante, la elección me resulta no sólo simpática sino importante y atractiva para mostrar la posibilidad de un cambio en el gusto que tal vez pueda alcanzar al público masivo.
Una lectura diferente es cuando la lista la hace una persona concreta, no tan frecuentemente un crítico, sino un creador. Por ejemplo, Scorsese, cuya cinefilia es conocida, o en el contexto local, las listas de González Iñárritu o Del Toro, pues en estos casos la nómina describe un gusto concreto y no el de un consenso estadístico, menos aún el de una condición mercadotécnica, como los libros más vendidos y las películas más taquilleras.
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Antes de la pandemia, hacer listas: los mejores libros del año, las mejores películas…
De las listas de una exigente mirada minoritaria –la que elige una de Jean Dielman como la mejor película de la historia– a la lista del gusto personal, a la lista que representa el gusto masivo (que hay que diferenciar del popular), un ejercicio interesante es la superposición y el cruce de resultados. Otro asunto es reflexionar sobre por qué se han puesto de moda esas listas, de manera más recurrente que antes de la pandemia.
Voy a proponer dos posibilidades bastante simples: la primera, el crecimiento necesario –y necesitado de, para, a través de las nuevas tecnologías digitales, hacer que el espectador/lector vuelva a esa costumbre de leer/ver libros y películas. Creo que esta estrategia ha funcionado en la superficie y hay que pensar que también lo puede hacer en profundidad. Imaginar que la lista que dio origen a esta nota provocara que el público buscará en las web películas de Chantal Akerman, y que tal vez se exhibieran en los cines, no es un sueño guajiro.
La segunda razón, más compleja, es que esas listas tienen como objetivo establecer una continuidad y mostrar que la pandemia no rompió el tejido diacrónico del cine o la literatura, y que las diferencias entre las listas de hace diez o veinte años y las actuales son importantes, pero no hay un rompimiento: la temporalidad –la continuidad– no se ha roto e incluso una elección tan arriesgada y extraña como Jean Dielman no es una ruptura (aunque a mí me gustaría que lo fuera). Eso trae como consecuencia que se diversifique el menú para elegir, que se pluralice la relación con los géneros. El principal problema que tiene la estrategia descrita es su abundancia y velocidad, que impide al destinatario acostumbrarse a ella. ¿Cuántas de estas listas lee el espectador? Yo creo que termina borrándolas de su red digital sin verlas, a partir de cierto momento en que la insistencia lo abruma.
La lista tiene muchas lecturas
Las listas indican, además, otro asunto que las redes tienden a obliterar: el sentido colectivo del arte. Leer, por ejemplo, es –al menos ahora, tal vez no en su origen– un acto en soledad que sin embargo se tiende a compartir. El cine, en cambio, es aún un hecho social, compartido. Pero ambas cosas, lectura y cine, buscan formar comunidad, y lo ideal es que fueran varias y plurales.
Volvamos al principio: ¿cómo se llegó a elegir esa película como la mejor de la historia del cine? Habría que detenerse en su metodología y en su universo electivo y señalar sus tendencias, por ejemplo, el ignorar el cine chino, indio y japonés, por no hablar del cine en español. Pero eso rebasa el marco de esta nota.
Con información de José María Espinasa
TAR