Después de haberle dedicado tres semanas al tema cultural del deporte en nuestro país, particularmente al fútbol, creo que ya es momento de establecer mis conclusiones. Decía yo en la primera entrega que este tema se anidó en mi mente cuando comenzó la gira de la Selección Nacional en los Estados Unidos para disputar la Copa Oro.
Como todo mundo sabe, el director técnico Diego Cocca fue cesado la víspera, cuando el equipo fue eliminado tras perder en semifinales de la Nations League ante Estados Unidos. Entonces vino al quite Jaime Lozano que, como sabemos ya, ganó el torneo el pasado domingo al imponerse 1-0 a su similar de Panamá. Pero eso no le quita la desgracia que representa nuestro fútbol. Vayamos por partes.
Creo que hay que comenzar con el significado metafórico del refrán que utilicé para titular esta serie de entregas. A acocote nuevo, tlachiquero viejo significa que ante las dificultades e imprevistos es indispensable la experiencia. El acocote es la calabaza larga agujereada por ambos extremos que se usa para extraer por succión el aguamiel del maguey.
A su vez, el tlachiquero es el pulquero que extrae con oficio el néctar. ¿Quiere decir esto que Jaime Lozano no es un tlachiquero viejo? A pesar de su novatez, mi título no apuntó a sus blasones ni a su persona. En realidad, va dirigido a la cúpula del poder que dirige los hilos de nuestro futbol. Lozano lo hizo bien, a secas.
A los tlachiqueros de la Federación Mexicana de Fútbol les interesa extraer el aguamiel de este deporte para vendérnoslo como elíxir. No les interesa sembrar más magueyes (fuerzas básicas), sino explotar los medianamente productores de jugos, algunos ya insípidos sinceramente. Un caso es el de Guillermo Ochoa, que frisa los cuarenta años.
Es verdad que aún tiene habilidades, pero considero que ya es momento de que se vaya fogueando otro arquero, sobre todo tomando en cuenta que Ochoa no verá actividad en el próximo mundial. ¿Por qué entonces seguirlo raspando y exprimiendo? Porque a los mandamases del balompié les interesa la mercadotecnia, el dinero. Para ellos, el fútbol no es un deporte, es un negocio.
Vale la pena echar un vistazo a otras federaciones que han invertido en los jóvenes con visión prospectiva a mediano y largo plazos. No nos vayamos más lejos: el propio Estados Unidos, que ya está comenzando a cosechar los frutos de su inversión. Prácticamente han rematado a jugadores a clubes europeos con el propósito de que adquirieran experiencia.
Lamentable en México se sobredimensiona el real valor del futbolista mexicano y salvo raras excepciones (Hugo Sánchez, Rafael Márquez, Andrés Guardado y Javier Hernández), terminan siendo unos petardos: el caso más reciente, Diego Lainez. No menosprecio al jugador de Tigres. Me parece que tiene condiciones, pero fue expuesto a la rapiña económica y se le quitó la posibilidad de irse fogueando gradualmente, primero en equipos de competencias de poca exigencia (Países Bajos) e ir evolucionado.
Para rematar: las “estrellas” de la actual selección nacional acusan diversas deficiencias, algunas verdaderamente inaceptables. A la mayoría les falta técnica elemental de recepción de balón (los Sánchez, Gallardo) o proyección de jugada (Gallardo, Antuna).
Realmente son pésimos. Se salvan medianamente Chávez y Pineda. Pero nos harán creer que el mexicano todo lo puede y nos seguirán dando atole con el dedo. Ante la nula habilidad técnica personal del jugador mexicano, el equipo nacional se ampara en lo que siempre le ha funcionado cuando le funcionan las cosas: el juego colectivo.
Creo que ese es el mérito de Lozano, que, ante la incapacidad individual de gran parte de sus jugadores, apostó por el juego en conjunto, que le dio resultado a duras penas. Ni se emocionen. Seguiremos con una selección en desgracia.
Por Gustavo Guerrero
DB