En días recientes se suscitó una discusión nacional que ha polarizado a la población mexicana con respecto a la emisión y eventual distribución de los libros de texto gratuitos dirigidos a los estudiantes de educación básica. La controversia se ha disparado en dos flancos: por un lado, sobre su aspecto formal —gazapos sintácticos y ortográficos, imprecisiones en fechas, incorrecta distribución de contenidos visuales, deformación del lenguaje inclusivo, etcétera— y por otro, acerca de su contenido —adoctrinamiento a la ideología del partido oficial, Morena, perversión de la educación sexual, reducción de lecciones de matemáticas, polarización entre estudiantes (“opresores” y “oprimidos”) y alienación al ideario marxista comunista.
No han sido pocas las voces que reprueban la conformación de los contenidos de los materiales didácticos —múltiples lenguajes, proyectos de aula, proyectos escolares, proyectos comunitarios, nuestros saberes y un libro sin recetas—. No sólo estoy hablando sólo de padres y madres de familia, asociaciones educativas, educadores y educadoras, sino de autoridades de ocho entidades donde no gobierna Morena: Chihuahua, Yucatán, Jalisco, Nuevo León, Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro y Coahuila. Algunos esperarán las resoluciones de sendos amparos que interpusieron actores de la sociedad civil; otros podrían aceptar la distribución bajo reservas.
Al escenario de crispación se sumó la decisión del ministro de la Suprema Corte de Justicia, Luis María Aguilar, de detener la distribución de los libros de texto en Chihuahua como respuesta al amparo interpuesto por la gobernadora Maru Campos.
El gobierno federal, por su lado, ha reiterado que su oficio ha sido adaptar la educación a las realidades cotidianas de los niños y lograr desde el Estado el control de los contenidos que estaban en manos privadas. Al respecto, el hacedor de los materiales educativos de la Secretaría de la Educación Pública —a quien por cierto han tundido en redes sociales por presuntamente introducir en la educación pública una nostalgia ideológica de la izquierda dura—, Marx Arriaga, festeja las críticas: “Hasta los conservadores están leyendo y agradecemos aquellas que han dicho infamias”.
Creo que el debate no debería centrarse en las cuestiones formales ni en las de contenido. Respecto a las primeras, bastaría sólo la incorporación de fe de erratas y fe de errores. Sé que me estoy dando un tiro en el pie, porque soy editor y me duele en el alma que mis publicaciones encomendadas salgan con yerros, pero hay que saber aceptar los errores. Respecto a los contenidos, hay que ser realistas: todo libro es un instrumento ideologizado. Parece verdad de Perogrullo, pero todo Estado impone su doctrina a través de los canales de comunicación e instrucción que le permite el sistema. Si el PRI lo hizo, ni modo que Morena dejara perder la oportunidad de imponer su ideología. Si para este partido en 2006 le hicieron un fraude al entonces candidato del PRD, adelante. Hay visiones de vencedores y vencidos desde tiempos inmemoriales.
Insisto: allí no debería estar en el debate sino en lo que sin proponérselo expresó Marx Arriaga (su dicho iba más al festín y a la sorna que a la argumentación): en que leamos. ¿Pero, cómo leer?, ¿cómo pueden ser efectivos los libros de texto, con sus carencias y fortalezas, si no atendemos la dirección metodológica del proceso de comprensión lectora de los contenidos de los materiales educativos? De eso escribiré la próxima semana.