La semana pasada comencé a abordar la discusión nacional que ha polarizado a la población mexicana con respecto a la emisión y eventual distribución de los libros de texto gratuitos dirigidos a los estudiantes de educación básica. El debate, adelanté, no debería centrarse en las cuestiones formales ni en las de contenido. Respecto a las primeras, bastaría sólo la incorporación de fe de erratas y fe de errores. Respecto a los contenidos, hay que ser realistas: todo libro es un instrumento ideologizado.
Cerré mi entrega con esta pregunta, que es el verdadero eje en donde debemos focalizarnos: ¿cómo leer los libros de texto?, ¿cómo interpretarlos?, ¿cómo pueden ser efectivos los libros de texto, con sus carencias y fortalezas, si no atendemos la dirección metodológica del proceso de comprensión lectora de los contenidos de los materiales educativos?
Creo que el principal problema académico que enfrentan los y las docentes de este país es que los estudiantes no comprenden lo que leen. Por otro lado —y eso me parece más grave— es que muchos docentes tampoco saben lo que leen. Peor aún: no tienen sentido crítico de los métodos didácticos que un programa de estudios impone desde la omnisciencia del Estado.
Estudios académicos revelan que la realidad mexicana en el tema de la lectura y la escritura en el contexto escolar no es favorecedora y los resultados en las pruebas estandarizadas nacionales e internacionales han sido (evaluación tras evaluación) poco favorables para México, como se evidencia en los más recientes resultados de México en la prueba PISA, en especial en lectura.
Lo anterior, a pesar de los diferentes programas, proyectos y estrategias para favorecer lo que se ha entendido como “comprensión lectora” a lo largo de varios sexenios (y diversos partidos políticos en el poder en los ámbitos federal y estatal), basados en diferentes teorías, metodologías e instrumentos, que van desde dotar (y, en muchos casos, iniciar) bibliotecas escolares y de aula, medir en las boletas la rapidez de la lectura por minuto hasta llegar a estrategias de formación continua para docentes en servicio y el programa de alerta temprana.
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Debemos preguntarnos como sociedad si el uso de los libros de texto tiene repercusiones en el desarrollo profesional del profesorado, y, en caso afirmativo, determinar de qué tipo. La idea de que el empleo de libros de texto en el contexto del aula tiene una importante influencia en el desarrollo del currículum y, por tanto, en el desarrollo profesional del profesorado, se puede constatar en la práctica docente habitual, pero además viene avalada por el discurso del Estado.
Se parte de la idea de que el profesorado busca apoyos en los libros de texto, pero lo que realmente obtiene de ellos es una pérdida de autonomía que le conduce a una desprofesionalización.
La elaboración de textos u materiales docentes para la enseñanza requiere de conocimiento mínimos por los profesores a tener en cuenta para su implementación de ahí la importancia del verdadero debate que se debe poner a consideración de los actores fundamentales de esta noble actividad humana.
Finalmente, ante la libertad de cátedra consagrada como prerrogativa magisterial, los padres de familia sólo podemos reaccionar involucrándonos cotidianamente en la formación de nuestros hijos y tener un constante acercamiento con la evolución de su desarrollo cognitivo, afectivo y espiritual a través del diálogo horizontal y comunicación efectiva. No nos rasguemos las vestiduras.