Miguel Ángel Quemain
Marea alta es una propuesta escénica, el montaje de un monólogo que, por su fuerza y actualidad, por su vocación política, su compromiso feminista y su declarada herida por la pérdida de un ser amado, podría estar emparentada con el performance y el happening. Sin embargo, pienso que es más cercano a una estética que acepta la complejidad de vivir, un proceso de gran complejidad artística por su capacidad de transformarse a través de distintos escenarios y “reestrenos” o temporadas, que van del trapecio al piso raso.
Jazmín Cato está en la dirección e Ireri Romero Leñero en la dramaturgia y la actuación. Cato se ha desarrollado como investigadora, guionista, performancera, y ha puesto el acento de su creatividad en la problematización del género y los derechos humanos. Egresó del Colegio de Teatro de la UNAM. Romero Leñero es una experta en trapecio, cofundadora de la Colectiva Corpórea y Mareas Teatro, participa en Fortuna, Colectivo de Creación. Ganó el premio Brujas, Nuevas Dramaturgias para una Producción Escénica Feminista con su monólogo Marea alta, en 2022.
En esta “ultimísima” temporada Ireri se pregunta: “¿Qué sentiste cuando viste el mar por primera vez?”, en una propuesta que consiste en explorar una clase de suspensión distinta a la aérea, unos brincos, unos juegos y devaneos en la arena de la playa, bordeando la mordida de la ola o explorando su llegada o el cosquilleo de los peces devorando los dedos de sus pies, con el susto que le provoca un posible tiburón amenazante que se la puede comer toda, en una fantasía de devoración masculina. Juega a solas pero sumamente acompañada por el trazo de Cato y el seguimiento preciso y creativo, orquestal de Jazmín Salgado, quien no deja de triplicarse en el stage manager, en la asistencia de dirección y manipulando la consola de audio, lo cual hace posible que la luz diseñada por Vania Muñoz la bañe, recorte, deforme y desaparezca. Milah Bernal ha realizado la escenografía, mínima pero significativa y verosímil para ese cuerpo que no deja de pronunciar el espacio cada vez que lo reinventa con su palabra que hace la crónica del trance de su cuerpo.
¿El cuerpo?, parece que Ireri Romero Leñero tiene cuerpa desde hace mucho tiempo, y es un cuerpo marino que extiende al horizonte todas las nociones posibles, con sus matices, claroscuros, la idea misma de amistad entre mujeres que se adivinan, se dicen todo, o eso quieren y se presume que “el cielo nos cuenta lo que va a pasar, al oído”… Aunque hay un día: ése, en que “el cielo no nos sopló nada al oído”.
Esa noche “cayó la tormenta que nadie esperaba”, construcciones fragmentarias sobre el duelo que sólo se nos aparece a pedazos aunque sobreviva entera la figura del(a) ausente. Hay una constelación de recuerdos y sensaciones alimentando el monólogo que impresiona en el trapecio, porque ese cuerpo de niña, de hada, de gimnasta, del circo, esa atleta de la emoción, como el artista del trapecio kafkiano, es una cuerpa totalmente teatral.
Aunque hay una postura que compromete su lenguaje y sus modos, no hay una impostura ni un guiño forzado hacia lo políticamente correcto. Hay una sinceridad construida a base de repeticiones, de insistencias, de oposiciones que están en el trazo mismo de su corporalidad, que hace apenas un tris abandonó la adolescencia. Ireri ha construido una fábula con su voz, con su cuerpa y con ese tejido fino que es su “juego” sobre la escena. Es actriz, es dramaturga, y se observa a sí misma con la intención de quien dirige y se sabe mirar en los ojos de aquellos que la observan.
Al final habla: reconoce a esa pequeña enorme compañía de mujeres y se percibe orgullosa de ese ser ellas. Un amor al teatro multiplicado en quien actúa, escribe, promueve y vende los “souvenires” al final de la función, bellas calcomanías de su diseño, como las camisetas que dicen Marea alta con un rostro bañado con lágrimas de mar, disponibles en el foro alternativo del Teatro Helénico, sábados y domingos a las 20 horas, como parte del Primer Festival de Monólogos
Ireri Romero interpreta en escena un diálogo a la ausencia y al silencio, en un escenario en penumbras del que cuelga un trapecio como único elemento que transporta en la historia gracias al movimiento constante de la joven actriz, quien ejecuta la coreografía aérea y el libreto, entre la nostalgia y la esperanza, pendulante e hipnótico. Los diálogos son sencillos, como la voz del niño que construye castillos de arena de la memoria, de la candidez de los días de brillo que se opaca ante la incertidumbre que conlleva crecer.
El monólogo Marea alta fue uno de las obras seleccionadas de la convocatoria Brujas 2023. Nuevas Dramaturgias para una Producción Escénica Feminista que lanzó el Foro Shakespeare, donde se ofrecieron funciones en marzo. Se presentó nuevamente en mayo en el teatro Sergio Magaña y regresa a escena.