Por: Evelina Gil
Dudo que Claudina se llame así por casualidad. Me refiero a Claudina Domingo, a quien muy probablemente bautizaron en honor al célebre personaje de Colette, adolescente más que precoz que lleva un diario de sus experiencias y aventuras como estudiante de un poco ortodoxo colegio para señoritas. La otra Claudina, protagonista de Dominio, aunque jamás mencione a su tocaya literaria, tampoco comparte nombre con la autora por casualidad. La de la novela Dominio (Sexto Piso, UANL, México, 2023), así como la de la autora francesa, tiene una faceta como niña precoz o, como ella misma dice: está convencida de no haber sido niña jamás, excepto en apariencia. A diferencia de lo preconizado por Simone de Beauvoir, estamos ante un personaje que “nació mujer”, que desde muy pequeña supo lo que quería ser y cómo lo haría, entregándose a elaborados ritos eróticos y oníricos con su compañero-cuerpo que llega a conocer al dedillo, mientras otras juegan con muñecas.
“Claudina en la escuela”, again
Pero en esta novela, que será denominada “ejercicio de autoficción”, nos enfrenta a un personaje que va mucho más allá de emprender un abrupto camino hacia/contra la madurez. Una sola mujer se escinde en dos Claudinas, casi contrapuestas: está, sí, la niña-mujer sedienta de Conocimiento. La mayúscula no es capricho: engloba lo aprehendido tanto en los libros como en experiencia, y la pequeña Claudina se arroja, confiada, en brazos de la vida, múltiples veces y sin paracaídas. Cuando se dispone de tantísima curiosidad erótica y sensorial, hasta los bulliciosos corredores de una escuelita estándar, plagada de los mismos chiquillos imberbes replicados hasta en las películas, albergan múltiples recovecos, escondites y contingencias para satisfacer anhelos de cuerpo y mente. Claudina sabe cómo trastocar su anodina estancia en el colegio, volverla universidad de sus sentidos, además de buscar, incansable, allende los muros de su centro de estudios, recorriendo en soledad las calles de la enigmática ciudad dentro de la que coloniza su personal ciudadela. Esta niña no le hace ascos a nada que represente potencial materia para los poemas y las historias que pretende concretar más adelante, resuelta a ser escritora. No escatima siquiera una suerte de visita conyugal en una prisión que espantaría a cualquier señorita sensata: “Me sumerjo en la ciudad de las visiones con voracidad y desesperación, una sensación parecida a estar cerca del orgasmo […] y sin embargo no consigo asirlas en mi cuadernito de forma francesa.”
Ambas historias se narran salteadamente
Del otro lado está Claudina, una adulta millennial que a sus treinta y siete años, tras sopesar alternativas ante un embarazo inesperado, tiene un aborto que se complica al grado de ponerla al borde de la muerte. La traumática experiencia la refunde por largo rato en el sitio idóneo para las recapitulaciones: el hospital. A diferencia de la niña Claudina, incansable persecutora de placeres, la adulta lidia con el dolor físico y emocional, así como con el abofeteo de una realidad de espaldas a las novelas galantes, donde cosas tan vulgares como el dinero y la sobrevivencia acaparan de súbito su existencia. Esta experiencia poco hospitalaria constituirá, en la misma medida que la de la escuela, un aprendizaje para una mujer, todavía joven –aunque se perciba no sin sobresalto como “una mujer de casi cuarenta años”– que si bien ha cumplido la tarea propuesta en su adolescencia de convertirse en escritora, ansía, de pronto, algo semejante a la estabilidad, pero consigo misma, su única compañía fiel.
Algo que podríamos denominar Dominio. Ambas historias –ambas Claudinas– se narran salteadamente, persiguiéndose una a la otra como en una carrera de relevos que no permite concesiones.
Claudina Domingo se desdobla en esta segunda novela que, si bien es muy distinta a la primera, La noche en el espejo (Sexto P0iso, 2020), que resalta más por la belleza de su prosa y de sus imágenes surrealistas, se supera en intensidad y en lance narrativo.
SPM