Cuánta razón tenía el gran Gabriel García Márquez: Edipo Rey es una obra perfecta. En La bendita manía de contar nos dice que la tragedia de Sófocles fue la primera conmoción intelectual de su vida: “Ya yo sabía que iba a ser escritor y cuando leí aquello, me dije: ‘Éste es el tipo de cosas que quiero escribir’ […] Me fui a mi cuarto, me acosté, empecé a leer el libro por la primera página −era Edipo Rey precisamente− y no lo podía creer. Leía, y leía, y leía −empecé como a las dos de la madrugada y ya estaba amaneciendo−, y cuanto más leía, más quería leer. Yo creo que desde entonces no he dejado de leer esa bendita obra. Me la sé de memoria”.
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Para nadie es un secreto que la literatura griega (y desde luego la shakespeariana) es una notable influencia para quienes nos atrevemos a escribir historias. Pero también es importante señalar que tiene una ascendencia en otras actividades humanas. Creo que en El olor de la guayaba el Gabo analiza su construcción detectivesca: la mejor trama elaborada, pues quién se iba a imaginar que el detective resultó ser el culpable.
No me ocuparé sin embargo del subgénero para esta columna, sino de su premisa: la inexorabilidad del fatum, el destino trágico; es decir, una de las cuestiones que más ha cautivado a la humanidad (y ha desatado toda suerte de ideologías, impuestas en diversos grados a través de la historia) es la oposición del destino con el libre albedrío. Desde Sófocles, los creadores de historias no hemos hecho sino replicar esta premisa, torciendo las tramas, pero siempre llegando al punto de partida: la libertad de elegir.
Hace poco terminé de ver la serie Loki, de Marvel. He de confesar que cuando salió la primera temporada hace un par de años no me llamó la atención verla, pues el personaje no era mucho de mi agrado (no así la estupenda actuación de Tom Hiddleston, que comprobé en las sagas de los Avengers y en las películas de Thor). Pero ya saben cómo es la mercadotecnia: ahora que salió la temporada 2 a cada rato Disney+ te vapulea con comerciales invitándote a verla.
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Pues bien, terminé cediendo, por lo que comencé desde luego por la primera entrega. Confieso que me cautivó porque la trama está sustentada justamente en nuestro dilema mortal: destino o albedrío, abordado desde los orígenes de la civilización. Quienes me conocen saben que me encantan las historias de viajes en el tiempo, de las paradojas temporales-espaciales y de los retruécanos de la presunta libertad o del fatum trágico. Pide al tiempo que vuelva, con el gran Christopher Reeve, inauguró mi afición-obsesión por temas del tiempo y las acciones humanas. La más reciente antes de Loki fue la oscurísima Dark, que me voló los sesos. La de Marvel no es tan rizomática como la serie alemana, pero aun así tiene una gran complejidad que exige verla por lo menos dos veces para comprender ciertos detalles que desde luego no revelaré para quien no la visto.
Lo cierto es que vale la pena. Seguimos la próxima semana.