La sabiduría de Sileno

Cuenta una antigua leyenda que el rey Midas había perseguido en el bosque a un sabio de nombre Sileno, considerado un fiel acompañante de Dioniso. Después de varios intentos, por fin el rey lo tuvo enfrente y aprovechó la oportunidad para interrogarlo sobre una cuestión fundamental que había pensado y analizado durante largo tiempo.

El rey Midas le preguntó: “¿Qué es, para el ser humano, lo mejor y más ventajoso de todo?” El rígido Sileno guardó un perturbador silencio. Instantes después, acabó prorrumpiendo estas palabras en medio de una risa estridente: “Miserable especie de un día, hijos del azar y del cansancio, ¿por qué me obligas a decirte lo que para ti sería muy provechoso no oír? Lo mejor de todo es, sin lugar a dudas, inalcanzable para ti: no haber nacido, no serser nada. Y lo mejor, en segundo lugar, es para ti morir pronto.”

Nietzsche cita esa anécdota en El nacimiento de la tragedia, de la que tiene amplios antecedentes en textos de la Antigüedad griega, analizados y estudiados por él desde la adolescencia. Hay otras versiones de esta antigua sentencia, pero en todas se percibe la misma situación. Por ejemplo, la atribuida a Teognis de Mégara: “De todas las cosas, la mejor es no haber nacido ni ver como humano los rayos fugaces del sol; y, una vez nacido, cruzar cuanto antes las puertas del Hades, y yacer bajo una espesa capa de tierra tendido.”

En Edipo en Colono, Sófocles postula así la respuesta: “No haber nacido es la suprema razón; pero una vez nacido, el volver al origen de donde uno ha venido es lo que procede lo más pronto posible. Porque cuando se presenta la juventud con sus ligeras tonterías, ¿quién se libra del dolorosísimo embate de las pasiones? ¿Quién no se ve rodeado de sufrimientos? Envidias, sublevaciones, disputas de guerras y muertes. Y viene, por último, la desdeñada, impotente, insociable y displicente vejez, en donde los mayores males de los males conviven.”

En todas las versiones hay una constante: se deplora la vida, considerada como un castigo y, por lo tanto, para los humanos es la mayor de las desgracias. En realidad, Sileno en ningún momento es pesimista. Lo que señala es la finitud de la vida, su fugacidad, el rápido y constante deterioro del cuerpo humano. Lo que se tiene que hacer es amar la vida y todas sus formas, crear, procrear, a condición de que se tenga la fuerza suficiente de amar la verdad que anida en el fondo de toda nuestra existencia. En Sileno se percibe el exceso, la desmesura; falta la contraparte, que sería la circunspección, la prudencia. Es aquí cuando la vida se vuelve placentera y recupera toda plenitud.

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Sileno aporta una parte efímera de nuestra condición, una unidad que se reconcilia con la vida y la afirma, aunque entrañe dolor. Este pesimismo, dirá Nietzsche, fue superado por los griegos por medio de la creación artística y la ilusión apolínea.

Para el filósofo alemán Manfred Kerkhoff, en las palabras de Sileno resuena lo efímero de nuestra existencia, pero más allá de nuestra transitoriedad hay un peso mayor: el hecho mismo de estar vivo. Kerkhoff se pregunta: ¿cuándo es el tiempo justo para morir? ¿Nos invita la sabiduría de Sileno a una consideración sobre el darnos la muerte?

No se puede negar la existencia en razón del sufrimiento, porque con esto se pone de manifiesto la incapacidad del ser humano para encontrarle un sentido. Más bien, con nuestra existencia se afirma el sufrimiento para asumir ante él una visión creativa, es decir, para que nunca sea un estorbo para el despliegue de la vida de nuestra especie.

La figura de este sabio está representada en bustos, pinturas y mosaicos diseminados por diferentes partes de la Grecia y Roma clásicas. En los siguientes años se volverán a retomar estos motivos en la pintura y en la escultura de artistas, como Piero de Cosimo y Rubens.

José Rivera Guadarrama 

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