La política ha sufrido un gran deterioro cuando el impulso a la democracia suponía lo contrario; 50 años después de que se adoptó esta forma de gobierno en la mayoría de los países que profesaban el liberalismo hoy se enfrenta una de sus peores crisis debido a la ineficacia de los gobiernos y la corrupción de sus políticos.
Al enfrentarnos al fracaso del modelo neoliberal luego de un largo periodo de estabilidad en los sistemas democráticos, lo que hoy acelera o detona los cambios ya no es producto de la clase política ni del ingenio de los estadistas, los principales cambios están surgiendo de abajo, en donde la internet y las redes sociales, han logrado romper el cerco de la censura que tradicionalmente tuvieron los gobiernos.
El poder es cada vez más vulnerable y está sujeto constantemente al asedio, eso no significa que los poderosos han perdido su influencia, o que el pueblo haya ganado poder frente al poder público. Se trata más bien de una nueva arena en donde el ciudadano ejerce su libertad de expresión bajo la fuerza inédita que proviene de las redes sociales, pero los nuevos poderosos las controlan y las organizan en un enorme enjambre como sugiere Byung-Chul Han.
El nuevo caldo de cultivo que acelera los ciclos de malestar y nos coloca en la “era de la ira” proviene de la corrupción de la clase política y de todos los privilegios que han sobreexplotado las elites a lo largo y ancho del mundo. Se puede discutir amplio sobre el impacto o la ausencia de valores éticos en la clase política, pero para no complicarnos ubiquémonos en dos de sus extremos.
De un lado el realismo político que encabeza Maquiavelo y para quien en el centro del poder esta la eficacia en la obtención de los resultados deseados, junto con los utilitaristas para quienes el resultado final es el único objetivo valido de sus empeños, ganar el poder a costa de lo que sea y mantenerlo.
El otro grupo lo encabezan los filósofos que dieron origen al impulso de las virtudes y de una determinada ética de lo público caracterizada por valores y principios. Por décadas el pensamiento que orientó a los políticos que profesaron esta corriente fue: la búsqueda del mítico bien común.
Ahora bien, en donde nos encontramos y a cuento de que vienen estas ideas:
- Los políticos con ausencia de valores que guíen su deber. Este espacio sería insuficiente para referirse a todos los escándalos que nuestra memoria registra con actores políticos de todos los partidos políticos.
Mientras el fin último de la política siga siendo adquirir el poder para lograr beneficios personales, las instituciones y los partidos políticos se alejarán más de la búsqueda del bien común.
- La kakistocracia que nos domina es también producto de la sociedad en la que vivimos. Si bien es cierto que nuestras elites tienen ciertas características que construyen sus propios valores y prioridades, nuestros políticos no son importados de otro país ni producidos en otro espacio en donde no convivan con hábitos y costumbres que tiene nuestra sociedad.
- Con el actual malestar ciudadano, ¿por qué nos seducen la estridencia y los discursos disruptivos de lideres políticos impresentables? “miénteme más, que me hace tu maldad feliz”, decía un viejo bolero que parecen replicar los líderes políticos que hoy ganan con facilidad sus elecciones, sin límite alguno hacen ofertas impracticables, vaticinan mundos mejores, y al final dejan a sus gobiernos sostenidos en alfileres.
Que la mayoría que detenta el poder tenga más herramientas que la oposición para ocultar sus trapacerías no significa que no las cometa, es cosa de tiempo para descubrir los abusos de quien nos gobierna.
El extravío de nuestra clase política debe llamar a una reflexión profunda, porque no se ve ni fácil ni pronto un cambio generacional que promueva otro tipo de valores o que impulse prácticas que nos recuerden a las viejas virtudes cardinales de los grandes maestros de la filosofía política.
DB