Uno de los textos clásicos de la ciencia política es el de “Los partidos políticos” de Robert Michels, en el que construye una serie de hipótesis que a principios del siglo XX explicaban el tránsito entre las facciones y los partidos políticos. En aquel texto Michels señala “La organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores…Quien dice organización, dice oligarquía” tesis que reafirma su vigencia cuando se analizan los listados dados a conocer por los partidos políticos que contenderán este año en las elecciones constitucionales del país. El rancio olor proviene de una clase política que busca con denuedo los espacios de privilegio en las listas de representación proporcional. Los actores políticos hacen sus cálculos racionales al margen de sus principios ideológicos, si es que alguna vez los tuvieron.
Por eso a nadie sorprende que Morena siga postulando a expriistas en varios estados de la república o que algunos otros aparezcan como tucanes con cola de dinosaurio y que en el partido en el poder las herencias sigan dominando dichos espacios.
La democracia interna es una entelequia ideada por los teóricos que desconocen la vida al interior de los partidos, que se guían más por factores endogámicos y cacicazgos que por cualquier otro proceso que genere dinamismo y hasta la propia rotación de élites, recomendadas por los propios autores del realismo político a principios del siglo XX (Mosca y Pareto para citar algunos casos).
Las listas de representación proporcional son la evidencia de los privilegios de nuestra clase política; el reconocido politólogo y exrector de la Universidad de Guerrero, Jaime Castrejón Diez, señala en su texto “La política según los mexicanos”: los políticos son como los frijoles de olla, arriba o abajo, pero siempre dentro. No hay el menor asomo de dignidad cuando alguien pierde una elección, y por el contrario, la convierte en boleto de acceso para la siguiente competencia, no tiene caso referirme a personajes en lo particular, pues al revisar las listas ustedes los identificarán con claridad.
Los hay en todos los frentes, los que han pasado de un partido a otro, que luego de sentirse traicionados por el gobierno en turno, anuncian su regreso a la fuerza política que les dio todo. Y aunque pueden ser muy destacados parlamentarios, también son unos cínicos oportunistas.
Estas conductas en los partidos políticos históricos o tradicionales (como también se les denomina) son los que provocan cambios en los sistemas políticos de todo el mundo; Alejandro Moreno lo identificó con un texto muy recomendable “El viraje electoral”, para el caso mexicano. En España, Ludolfo Paramio había escrito “Desafección política”, que desde el 2015 advertía la crisis venidera; los partidos serían rebasados por liderazgos emergentes.
En Italia, Polonia, Hungría y Turquía podemos encontrar ese tipo de fenómenos, y más recientemente los casos de Inglaterra y Estados Unidos, reclamaron la atención de los especialistas para observar que las características de esas transiciones, son mundiales.
En México parece que no entendemos de lo que ya se ha observado con liderazgos como los de Rafael Correa en Ecuador, o el más reciente de Nayib Bukele en El Salvador y ninguno tan claramente descrito como el de Javier Milei en Argentina; hay una grieta entre el poder y los poderosos respecto del pueblo. Esa casta de privilegiados que han detentado el poder por generaciones, sufrirán más temprano que tarde, la irrupción de fenómenos al margen de los partidos que como ya anunció Morena en 2018, pueden sacar a quien sea del poder.
Eso que vemos hoy no durará para siempre por más que nuestras elites sigan pensando que así será. La historia del mundo es el cementerio de las oligarquías, parafraseando a Wilfredo Pareto.
PAT