La fidelidad partidaria es una característica rara en México. A diferencia de los EU, donde los republicanos lo son toda la vida (lo mismo que los demócratas, salvo contadas excepciones), en los militantes mexicanos es una práctica común la infidelidad hacia sus partidos, cuando no obtienen los beneficios políticos que esperan de ellos o que, desde su punto de vista, se desvían de sus objetivos. Así ha sido la historia política de este país, al menos desde el siglo XX. Con alguno de esos dos objetivos algunos ex priistas fundaron otros partidos.
Cuando se le negó la postulación como candidato presidencial del PRM, Juan Andrew Almazán fundó el Partido Revolucionario de Unificación Nacional, en 1940; después de ser expulsado de la CTM, Vicente Lombardo Toledano creo el PPS, en 1948; Miguel Henríquez Guzmán organizó la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano, para contender por la presidencia de la República, en 1952; Juan Barragán y Jacinto B. Treviño fundaron el PARM en 1954, para recuperar los ideales revolucionarios; y en 1987, ante la falta de oportunidades en el PRI, Cuauhtémoc Cárdenas y otros crearon el FDN y en 1989 el PRD.
Años después, otros ex priistas fundaron más partidos: Jorge González T. creo el PVEM, en 1991; Dante Delgado fundó Convergencia por la Democracia, en 1999 (hoy Movimiento Ciudadano); Elba Esther Gordillo creo Nueva Alianza en 2005; y AMLO fundó Morena, en 2014, que ahora cuenta con la presidencia de la República, la mayor parte de las gubernaturas y la mayoría de las legislaturas de las entidades federativas. Eso lo hizo muy atractivo.
Aunque no ha sido para formar partidos, muchos militantes del PRI mexiquense han dejado sus filas, para buscar en los partidos de oposición uno que satisfaga sus ambiciones de poder. Esta tendencia ha crecido en los últimos años. La principal causa es que la marca PRI está muy desprestigiada en el mercado político. Por esta razón, gran parte de sus militantes han brincado hacia plataformas políticas más atractivas para los electores, con el fin de mantenerse en un cargo público. Sin importarles la cuestión ideológica, van por el poder.
Ahora es común ver a muchos ex priistas en otros partidos, especialmente en Morena y en el PVEM, uno de sus aliados. Se suman a ellos porque son parte de la coalición electoral que más probabilidades tiene de ganar. La reciente publicación de la lista de quienes ocuparán las candidaturas a diputaciones federales mexiquenses no deja lugar a dudas: la influencia del PRI se mantiene en esas estructuras partidarias. La inclusión de ex priistas como Adrián Fuentes, Luis Miranda Barrera, Mónica Álvarez Némer (a través del PVEM) o la ex panista Julieta Villalpando hacen pensar que Morena se ha convertido en un partido muy pragmático.
Llama la atención que un partido con tantos militantes recurra a priistas y panistas. Sin respeto de los morenistas que han luchado durante años para crear y posicionar electoralmente a su partido, esos nuevos militantes asumen las candidaturas con el disfraz verde o guinda. Como camaleones adoptan temporalmente un nuevo color, aunque mantengan al original. El oportunismo involucra a muchos. Lo mismo hay exgobernadores como Eruviel Villegas, que militantes de base. Dejan ese partido porque ya no les ofrece la posibilidad de vivir del presupuesto y no quieren “vivir en el error” (dixit Garizurieta). Con sus prácticas depredadoras acabaron con el PRI; ahora van por Morena.