Por Jesús Delgado Guerrero
La filósofa Ayn Rand estaría infartada de ver cómo el gobierno de Estados Unidos pretende aplicar el que ha sido considerado como el más ambicioso proyecto para reactivar la economía de ese país: 2.2 billones de dólares durante los próximos ocho años.
Rand y su “Himno” (apología del “Yo” cicatero pasado por individualismo “no saqueador”, sino generador de riqueza, con sus ficticios héroes Howard Roark y el arquitecto John Galt, de El Manantial y La Rebelión del Atlas, respectivamente), han inspirado a decenas para hacer pinole la presencia del gobierno en la economía (igual nuestros “libre-pensadores-conservadores”), aunque hoy desesperadamente lo invocan.
Pues bien, el plan del gobierno de Joe Biden es una suerte de “Golpe Keynesiano”, propenso al gasto a mansalva para apoyar a las familias, los sistemas educativo y de salud, impulsar la infraestructura en transporte, investigación, desarrollo industrial, carreteras, etc., con el que, se dice, se reactivarán la economía y el empleo.
Con anteojeras alucinadas, esto parecería sacado de algún “manual castrista” (por Fidel Castro) aunque se ajusta a un “keynesianismo” echado pá delante, si de despilfarrar se trata a la hora de superar depresiones.
Pero hay una diferencia: para soportar toda esa inversión no se han echado a andar sin más las imprentas para recoger dólares como si fueran tortillas; tampoco se ha apelado a deudas irresponsables sin prever a qué se recurrirá para no hipotecar el futuro y no generar mayor miseria.
Nada de eso. Al gasto, el odiado “Estado de Bienestar” estadounidense también ha apuntado a uno de los resortes principales de la desigualdad y la miseria mundial: por un lado, atajar lo que el Nobel Paul Krugman llama “economía de duendes” (las evasiones y elusiones fiscales en paraísos tipo Irlanda, Luxemburgo, Islas Bahamas y otras), y por otro, elevar de 21 a 28 por ciento el impuestos a sociedades, entre otros impuestos a la riqueza, que durante la pandemia alcanzó niveles impronunciables entre los ya multimillonarios.
(En nuestro país se pidió al gobierno endeudarse, pero sin proponer alternativas, es decir, seguir la receta de pedir prestado pero que paguen los de siempre: los ciudadanos).
Los integrantes del “1 por ciento” en México, randianos, denominarían al citado plan como el delirio de un “socialista radical”, arrepentido además porque Joe Biden fue en su momento un entusiasta de la bajada de impuestos a sociedades para “generar empleo y riqueza” (una de las ficciones más insultantes contra el sentido común).
Sin embargo, lo que está haciendo el gobierno estadounidense es, primero, devolver a la autoridad sus funciones como tal después de cuatro décadas de haber sido reducida a simple vigilante trasnochada; segundo, y toda proporción guardada, es obvio el apego al espíritu del viejo pero efectivo manual de Franklin D. Rooselvet de cobrar más impuestos a las empresas, combatir a evasores y gravar a las grandes fortunas (por eso también la propuesta de un impuesto global a las multinacionales).
Nuestros “atlas rebeldes” tratan de reducir el tema a un debate entre “generadores de riqueza” (ellos, según dicen) y un “socialismo gandalla” (el gobierno) al estilo Rand, y todo porque la Secretaría de Hacienda ha incurrido en la blasfemia de cobrarles impuestos (muy bajos, por cierto, no más del 18 por ciento, y todavía se amparan para no pagar).
Pero por algo hasta quienes simpatizaron con Biden en nuestro país ya ni lo mencionan (los mariachis y su himno callaron)… salvo para pedir que no se revierta la sobornada reforma energética.
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