Como universitario tengo mi propia historia y no pretendo colocarla de modelo, pero gracias a becas económicas en la preparatoria y en la licenciatura, pude terminar mis estudios; soy producto de la escuela pública. Historia que la puede platicar un hombre de 62 años que viene de un pasado en donde la educación superior era un camino seguro de movilidad social. Infortunadamente, la historia es muy distinta para los chicos que hoy toman clases en las aulas universitarias.
Puedo contar la historia de mi universidad desde mi propia experiencia. Entre 1978 y 1980, estudié en la preparatoria número tres, donde me acerqué al pensamiento socialista, impulsado por muchos de mis maestros. Luego entre 1980 y 1985 estudié Derecho. En ese tiempo, los movimientos estudiantiles estaban muy presentes, especialmente en la UAEM, con la huelga del Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma del Estado de México (SITUAEM) y la formación de liderazgos estudiantiles en la famosa Federación de Estudiantes Universitarios (FEU). Vivíamos en un mundo bipolar; México estaba dominado por un partido hegemónico, pero había un pensamiento crítico muy fuerte, del que provienen muchos académicos de mi generación. No obstante, se equivocan quienes insisten en que el PRI quitaba y ponía rectores. No era así y no ha sido así.
Desde entonces, la dinámica universitaria ha seguido sus propias reglas y procedimientos. Resulta innegable observar la interacción y arribo de actores universitarios al poder público y dado que durante 90 años vivimos en la entidad bajo la égida del PRI como partido dominante, se incubó en el imaginario colectivo, que la universidad sería algo así como un apéndice del gobierno en turno.
Siendo la universidad una proveedora de cuadros para los tres poderes del ámbito estatal, sería ingenuo suponer que no existen vínculos entre los poderes públicos y los universitarios, como seguramente ocurre ahora con Morena. Cabe señalar que, desde la formación de las universidades en los claustros eclesiásticos, sus intelectuales han aportado al poder público. Nadie descalifica a la Universidad de Florencia por haber apoyado los regímenes autoritarios de su época. Un ejemplo es Norberto Bobbio, quien fue senador y cuestionado por sus vínculos con el poder, pero a quien nadie puede acusar de pensamiento conservador y faccioso.
¿Entonces qué es lo que incomoda a algunos intelectuales y no pocos políticos de nuestro proceso sucesorio?
A mi juicio, son tres; es un proceso cerrado y eso se explica por la autonomía universitaria; es una competencia de méritos y carreras universitarias, por lo que un liderazgo no se construye de la noche a la mañana y, como cualquier actividad política, la operación ganadora es aritméticamente implacable, se trata de sumar y multiplicar, no de dividir. Los integrantes del Consejo Universitario con derecho a voto son universitarios, en toda la extensión de la palabra y si algo se aprende en estas aulas, es a pensar y actuar libremente.
Los egresados de la UAEMéx constituimos una élite bastante robusta, somos profesionistas comprometidos con los valores universitarios. Al partido en el poder (Morena) le conviene tener a nuestra Universidad aliada, pero no subordinada al poder político. Para esta contienda hay diversos perfiles que cumplen con lo que a mi juicio deberían ser los principales valores para elegir a nuestro próximo rector: contar con una trayectoria académica sólida; poseer una experiencia profesional y preferentemente laboral dentro de nuestra propia universidad: y gozar de una reputación alejada de cualquier escándalo y, sobre todo, sentir el orgullo “verde y oro” hasta los huesos, para que, quien al final llegue, sea un digno representante de nuestra comunidad. De los principales perfiles y del proceso en sí, me referiré en una próxima colaboración.
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