Por: Rafael Aviña
La servidumbre
Durante la época de la Colonia (1521-1810) se inicia la historia de la servidumbre en nuestro país: las sirvientas o empleadas domésticas realizaban las faenas del hogar en haciendas, mansiones y casonas, un trabajo recompensado con comida, un lugar donde vivir y pasar la noche, muy cerca de los establos y/o cocinas. Esa labor se modificó conforme se fue eliminando el esclavismo y las trabajadoras del hogar se emplearon al mejor postor. Por supuesto, en las “casas ricas” con mayordomos, jardineros, choferes, amas de llave, cocineras, niñeras y más, en el grado más bajo se localizaban las sirvientas.
También se les llamaba criadas, gatas, chachas, fámulas, mininas y otros apelativos despectivos que el cine mexicano documentó desde sus títulos, como: Nosotras las sirvientas, La criada bien criada, La gatita y más. Personajes de los que se podía abusar de su tiempo, espacio, incluso de su cuerpo: “carne de gata, buena y barata”, dice Arturo Alegro en Ya somos hombres (1970), de Gilberto Gazcón.
Las empleadas domésticas de los 30 a los 60
En las películas de Tin Tan abundan los personajes de empleadas domésticas. Ahí está el caso de El hijo desobediente (Humberto Gómez Landero, 1945), con la gran actriz Delia Magaña como la sirvienta de la casa de quien se enamora el héroe, acompañado a su vez de la joven debutante Marga López como mesera de una cantina. La esbelta y joven actriz secundaria Lucrecia Muñoz es una criada en ¡Ay amor cómo me has puesto! y Chucho el remendado, y en El revoltoso le llama a Tin Tan: metiche y revoltoso. Un papel importante de una empleada doméstica es el que interpreta Rosita Quintana en Calabacitas tiernas (Gilberto Martínez Solares, 1948); deja atontado al héroe cuando éste mira sus pantorrillas.
Título fundamental es Nosotras las sirvientas (Zacarías Gómez Urquiza, 1951) para dar fe de la importancia que esos personajes femeninos alcanzaron durante el alemanismo. Aquí, la simpática y linda Alma Rosa Aguirre repitió en buena medida el arquetipo de Nosotras las taquígrafas (Emilio Gómez Muriel, 1950) en esta divertida comedia, hoy vista como enorme incorrección política, en la que se reproducen los lugares comunes de historias de trabajadoras domésticas con aspiraciones clasemedieras. La protagonista aparece como objeto de uso y abuso, indefensa ante las reglas y leyes sociales pero, eso sí, muy auténtica y de corazón noble, en un filme que ostentaba otros títulos aún más denigrantes: Yo quiero ser señora, Nosotras las gatas o Las gatas no son de Angora…
Ismael Rodríguez crearía para María Victoria un pequeño personaje en Maldita ciudad (1954): Paquita, una empleada doméstica coqueta y respondona, que ese mismo año tendría un par de películas como protagonista y, tiempo después, sería la inspiración para su exitoso personaje televisivo: La criada bien criada. En Conjunto Urbano Miguel Alemán de Ciudad de México, Martha Mijares traba amistad con Luz María Aguilar, hija de Amparo Arozamena, cuya empleada doméstica es Paquita, que conoce los puntos débiles de sus empleadoras y se aprovecha de ello, tanto como de los puntos flacos de los múltiples pretendientes que la desean y que ella domina a su antojo.
Los paquetes de Paquita inicia en Televicentro, en Avenida Chapultepec, con el programa Quiero trabajar que conduce Óscar Ortiz de Pinedo; ahí se presenta Paquita Pérez con su suetercito adornado con banderas tejidas y oriunda de Pénjamo, lo que provoca las risas del conductor y ella aclara: “La cocina entretiene mucho y se le echan a perder a una las uñas… Con todas las patronas salgo de pleito… lo que pasa es que no me gusta que los señores se tomen confiancitas conmigo… Ayer me corrió una patrona ¿Sabe por qué? Porque le puse la mano en la cara a su esposo…Pero le digo dónde me la puso él… No pido exigencias para la comida, de lo que coman mis patrones de esa misma como yo…”
Cupido pierde a Paquita narra la huida de Paquita perseguida por la bravucona pollera Juana La Charrasqueada (Carmen Manzano), quien piensa que la engaña con su “detalle” Tito Novaro. Paquita conoce de casualidad a una agiotista (Paz Villegas) que solicita sirvienta. Ella pide ciento veinte pesos, pero no le queda otra más que aceptar los cuarenta que le ofrecen y ningún día de descanso, debido al miedo de encontrarse con Juana, al tiempo que lidia con varios pretendientes que sólo quieren “eso”.
Servidumbres atípicas
En Lola de mi vida, de Miguel Barbachano Ponce, integrante del largometraje Amor, amor, amor (1965), se narra la historia de una joven de provincia (Jacqueline Andere) que llega a Ciudad de México para trabajar como empleada doméstica en una casona de las Lomas de Chapultepec; de ella se enamora un entusiasta tamalero (Sergio Corona), al tiempo que es acosada por una hosca sirvienta lesbiana (Martha Zavaleta) y termina trágicamente. En una escena se aprecia a las empleadas domésticas aprovechándose de los objetos de la mansión cuando la patrona (Natalia Kikis Herrera Calles) no se encuentra.
La misma Andere es protagonista de la comedia La gatita (Raúl de Anda Jr., 1971) en el papel de Licha, una atractiva empleada doméstica que mantiene en perfecto estado el hogar del arquitecto Daniel (Jorge Lavat) y Genoveva (Nadia Milton), comerciante de pieles. Licha está enamorada de su patrón y cuando está a punto de renunciar, Genoveva le pide a su marido que la enamore para que no los abandone. Sin embargo, él se enamora en verdad de ella, aunque todo vuelve a la normalidad cuando ella consigue a un novio celoso (Héctor Suárez).
También Martha Zavaleta interpretó a una curiosa sirvienta en Patsy, mi amor (Manuel Michel, 1968) y la misma Kikis repetiría su papel de patrona en un inquietante filme de gran aliento poético, con intrigantes escenas de un erotismo simbólico y violento: Juego de mentiras, ópera prima de Archibaldo Burns, ganadora del tercer lugar en el Segundo Concurso de Cine Experimental celebrado en 1967, que narraba la relación tensa y pulsante entre una señora bien que encarnaba Natalia Kikis Herrera Calles y su antigua y joven sirvienta Luisa (Soledad Jiménez o Irene Martínez Cadena), recién salida de un reclusorio por la muerte de una mujer.
Juego de mentiras, retitulada burdamente como La venganza de la criada e inspirada en el relato “El árbol”, de Elena Garro, adaptado por el propio Archibaldo Burns, se interna en los deseos frustrados, los rencores de clase, la ignorancia y la educación machista y opresora y el pensamiento mágico de las comunidades indígenas en la figura de la pueblerina sin más opción que convertirse en empleada doméstica de un casa rica donde le llaman “india” –a escondidas– y en donde la patrona accede, aunque con asco, a que su antigua sirvienta tome una ducha en su baño.
La mujer termina por asesinar a su patrona, no tanto por cobrar facturas de odio racista o maltrato verbal, sino por la posibilidad de regresar al reclusorio femenil, un lugar donde no existen los hombres. Hombres que la engañan –incluyendo al marido de la patrona, quien es evidente que busca abusar de la sirvienta a espaldas de su mujer–, hombres que la golpean, roban, o incluso abusan sexualmente de ella, como ese personaje que encarna al Demonio de largos bigotes y látigo que se le aparece a Luisa para hostigarla y “ocuparla” en la intimidad.
En 1967, Federico Curiel dirigió un relato que incluía la fantasía muy de telenovela sobre la empleada doméstica trastocada en dueña de la casa. Se trataba de María Isabel y su secuela: El amor de María Isabel (1968), a partir de un argumento de Yolanda Vargas Dulché, protagonizados ambos por una bella Silvia Pinal, la ingenua joven provinciana de la que se enamora su patrón viudo Ricardo Suárez y, por ello, ella termina viviendo varias humillaciones y burlas por parte de las amistades del marido que la ven menos por provenir de cuna humilde, incluyendo una infidelidad del marido en la continuación. Un tema que se repetía en la coproducción México-Perú, Natacha (Tito Davison, 1972), con Gustavo Rojo como joven pudiente que se enamora de una muchachita (Ofelia Lazo) salida de un convento, que entra a laborar en casa de sus padres como sirvienta y aquel se enamora de la dulzura e ingenuidad de ésta… (Continuará.).
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SPM