El ser humano por naturaleza debe cubrir necesidades básicas que permitan su desarrollo y sobrevivencia, tales como casa, comida y sustento, de esta manera se garantiza el acceso mínimo a una vida digna, sin embargo en muchas ocasiones estas cuestiones que debieran ser irrenunciables no son reconocidas o resueltas y eso genera ciertos grados de malestar en las sociedades.
Cuando eso sucede se generan rompimientos importantes entre los individuos y aquellos que debieran garantizar las condiciones adecuadas para la dignificación de la existencia de aquellos a quienes gobiernan.
El exceso de trabajo, de la mano de remuneraciones poco justas, el encarecimiento de la canasta básica y la inseguridad, contribuyen a la sensación de indefensión y al mismo desgarro del tejido social, provocado por la falta de oportunidades y hasta por un excesivo culto alentado en muchas ocasiones por algunos medios de comunicación a todo lo que sale de lo correcto y que parece una salida fácil para alcanzar el “éxito” en términos de poder adquisitivo al margen de la ley.
Atrás quedaron los días en que los niños jugaban a ser bomberos o policías y que sentían que esas labores eran algo valioso para la comunidad. En un mundo que da valor a lo material y en el que se aspira a que los resultados sean express y de preferencia sin los procesos, muchas ciudades han perdido la batalla contra la inseguridad, teniendo que refugiarse en sus casas, encerrarse a piedra y lodo y negarse un derecho fundamental: el de apropiarse de sus ciudades, sus espacios y vivirlos de manera cotidiana como un detonador de indicadores de bienestar y de felicidad.
Existen ciudades que han asumido esta negativa ciudadana a existir en los espacios públicos de una manera simplista y hasta cínica, de tal suerte que parecieran decir: “el que quiera guardarse, que se guarde, mejor para nosotros”.
Hay otras que han asumido el compromiso y que aún retando a la “esencia” de sus ciudadanos han decidido tomar al toro por los cuernos, generando espacios que inviten a salir del encierro y –como me decía hace tiempo un especialista en psicología positiva en entrevista la semana pasada– cambiar una tarde de Netflix y palomitas de maíz, por una actividad que implica formarse un par de horas fuera del Teatro Morelos para acceder a un concierto de primera calidad con la familia, formar identidad y habitar la ciudad.
Creo que todo consiste en algo muy simple: Prioridades.
En un momento tan convulso económica y políticamente en México, se debe optar por las prioridades, en las ciudades, la prioridad debieran ser sus ciudadanos.
La posibilidad de salir a la calle, de disfrutar la ciudad, de caminarla, de acceder a los espectáculos y actividades generados para la misma y por supuesto a la generación de experiencias vinculantes y significativas que detonen en creación de identidad, arraigo y amor por las mismas.
Una ciudad que se camina se vuelve segura por la presencia de la gente.
¿Ustedes qué opinan?
PAT
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