Las transformaciones cuando son profundas siempre son dolorosas. No hay cambios o transiciones que sean inocuas. México lleva años de vivir bajo un sistema político-económico que funcionaba o al menos eso parecía, porque se regía bajo el axioma de que “te bañas, pero salpicas”, que en palabras llanas quiere decir: “te dejo robar, porque nos dejas robar a todos los demás” y entonces en esa línea todos se beneficiaban o al menos así lo parecía.

Así lo parecía porque cada año aumentaba el número de pobres, pese a todos los miles de millones de pesos destinados a programas asistenciales, cuyos beneficios luego no llegaban a los destinatarios finales porque se atoraban en el camino o porque, como sucedió con la estafa maestra, se desviaban y se perdían en otros bolsillos.

Lázaro Cárdenas del Río fundó, con las mejores intenciones, el Banco Nacional de Crédito Ejidal para apoyar a los campesinos que habían recibido tierras, pero en el sexenio de Luis Echeverría Álvarez esa noble institución se hizo famosa porque de ahí salían los recursos para las campañas políticas y para apoyar todas las ocurrencias del mandatario nacional, todas, absolutamente todas, pero no había dinero para apoyar a los campesinos.

Es un botón de muestra de cómo las mejores intenciones terminan prostituidas. Algunos comentaristas de la época le decían al Banjida, el “Bandidal”.

Bueno, el caso es que en nuestro país donde la simulación es una práctica común en todas las esferas, el famoso dicho popular “el que no tranza no avanza” parecía ser el lema de guerra, tanto como este otro “no me des, compadre, ponme donde hay”. Y así todos simulaban que trabajan, que eran honrados y que ayudaban a la gente, cuando en realidad la aspiración era llegar al gobierno para hacerse ricos.

Ahora está en práctica una transformación, al menos así lo anuncia el presidente de la República. Yo no sé si sus buenas intenciones le alcancen para transformar a este país en sólo seis años, para cortar de tajo una forma de pensar, una forma de ser y conducirse de millones de compatriotas.

Pareciera que la corrupción es un estilo de vida que implica la participación de todos y pareciera que entre más robas más suben tus bonos en la política, en la vida social.

Ahora hay malestar en miles porque las reglas de juego han cambiado. No se ve, no se advierte todavía si este cambio, esta transformación, será para bien o para que al final todo quede como estaba hasta antes del intento.

Aún es pronto para saber si andamos en el camino correcto o hay que modificar estrategias. Una cosa es segura, México no será el mismo y las bondades (si las hubiere) de esta transformación tardarán varios años en verse, en sentirse, sobre todo ahora que la pandemia por coronavirus golpeó a todos los sectores, pero sobre todo a los más desprotegidos. El número de pobres ha aumentado y se prevé que siga creciendo hasta que logren contenerse los efectos adversos de la inmovilidad económica.
Algo hay de cierto, pese a todos los pronósticos en contra, la economía mexicana no se ha derrumbado; si bien algunos empresarios han sacado del país sus inversiones, la fuga masiva de capitales que se pronosticaba no se ha dado y eso es algo que debemos considerar.

Hay que ser pacientes y optimistas. El parto siempre es doloroso.

ASME


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