Esta escena era práctica común en la bucólica Toluca de los años sesentas y setentas, cuando prácticamente todo mundo se conocía y la universidad era casi como una escuelita.
Los alumnos de nuevo ingreso a la preparatoria (sólo había un plantel) eran literalmente secuestrados por los de tercer grado y eran rapados a tijeretazos. Casi siempre se les pasaba la mano y había orejas mutiladas y algunos cueros cabelludos arrancados. Luego la ropa era rota, el cuerpo cubierto con pintura y finalmente a los jóvenes le amarraban un lazo al cuello y así los paseaban de manera humillante por todo el centro de la ciudad para terminar en el monumento a la Independencia (El Águila) donde eran bañados. Otras veces los llevaban a las escuelas secundarias, donde infundían cierto miedo a los alumnos.
Era la famosa perrada. Nadie sabía a ciencia cierta qué día se llevaría a cabo, pero todos los alumnos de nuevo ingreso acudían a clase siempre con el temor de la vandalización personalizada, que incluía el baño con todo y ropa en la alberca, que en aquel entonces estaba en el edificio de Rectoría.
Los maestros y orientadores toleraban con cierta simpatía este tipo de excesos, porque de alguna manera todos lo habían vivido en algún momento. Era parte de la tradición, porque cuando llegabas a tercer año te tocaba desquitarte con los “nuevos”, así funcionaba, era como una cadenita.
Todo eso formaba parte de la tradición universitaria para integrarte. Era, podríamos decir, el ritual de aceptación y bienvenida.
Todo esto que platico cobra relevancia, en estos tiempos, porque en redes sociales se difundió un video grabado en el Hospital Regional del Instituto de Seguridad Social del Estado de México y Municipios, ISSEMyM, donde presuntamente médicos internistas le dan su novatada a los de nuevo ingreso.
Se advierte en la grabación que los residentes con más años disfrutan de esta “fiesta privada”, en donde a los que sufren la novatada los envuelven en una colchoneta y luego los patean, a otros los amarran a una silla y les propinan algunos golpes en el pecho.
Pese al evidente abuso, no hay evidencia de que lo hagan para lastimarlos, sólo se trata de que paguen su “derecho de piso” para ser tratados como iguales, que es el fin último de estas actividades.
Sin embargo, los años han pasado, la defensa de los derechos humanos ha evolucionado con el correr de los tiempos y estas actitudes, aunque sólo sean para llamar la atención, para humillar sin lastimar, son un ataque a la integridad de las personas y una violación a sus derechos, algo que debe ser condenable y excluido, no sólo de ese hospital en mención, sino de todos los lugares donde aún prevalezca la costumbre.
Porque buscando en internet se encuentran videos similares de otras clínicas públicas en donde se cometen las mismas agresiones.
Los responsables deben ser despedidos sin dilación y si alguna autoridad tuvo conocimiento de este hecho y no hizo nada, también debe ser sancionada. Aquí no hay vuelta de hoja, los derechos deben respetarse hasta las últimas consecuencias.
ASME
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