Por Jesús Delgado Guerrero
A Mick Jagger (de sus satanísimas majestades los Rolling Stones), y a Arnold Schwarzenegger (célebre Terminator), los van a recordar más por sus letras, música y dotes histriónicos que por sus aportaciones “científicas” a la carrera que estudiaron: economía.
Eso sí, ellos mismos se hicieron “marca” y se vendieron hasta cobrar dólares por fardos en cada actuación.
Lo mismo se puede decir de Cate Blanchett (hermosa Galadriel en el Señor de los Anillos, ganadora también de dos Óscares), Danny Glover (Arma Mortal), Kevin Kostner (Danza con Lobos) y Paul Newman (un legendario del celuloide que tuvo que abandonar sus estudios).
Viene esto a cuento por los nombramientos que realizó el presidente Andrés Manuel López Obrador en espacios económicos del gobierno, mismos que durante casi cuatro décadas fueron reservados para perfiles denominados como “tecnócratas”, es decir, para personas lo suficientemente caraduras para justificar ex post por qué se equivocaron hasta el fastidio en sus planes y proyecciones (eso sí, con doctorados, pos doctorados y demás, confirmando únicamente que lo “dotor no quita lo tarugo”).
En el colmo, el Presidente no sólo no envió a los templos de la economía a esta clase de promotores de la felicidad cuantificada de muy largo plazo (que siempre termina en el reinado del terror del agandalle privatizador y la miseria del “¡sálvese el que pueda”!, con el canibalismo correspondiente), sino que además tuvo el descaro de designar a mujeres para tan “especializada” misión (¡doble horror!).
Sacrilegio por partida doble, los templos de la economía supuestamente técnica y racional y sus desfasados sacerdotes, con el cinismo vuelto ideología, son un mal plagio de Rimbaud y sus “horrores económicos” (“Iluminaciones”), buscando alejar a los turistas ingenuos y a los desmemoriados, por eso han optado por descalificar con una supuesta falta de “perfil y de pericia” a las designadas cuyo mérito reside, dicen, en el respaldo por parte de grupos especializados en intrigas palatinas, acariciadores de oídos profesionales.
La verdad es que, tras muchos años de propaganda falsificadora que otorgó poderes casi providenciales a una ciencia honorable (la economía), es una vacuna nueva que esos cargos sean ocupados por seres de carne y hueso (sin los “doctorados” ostentosamente inservibles, conforme a los resultados) y con los créditos académicos y políticos suficientes para cumplir con la encomienda.
Sobre todo, por mujeres que han venido demostrando un gran sentido común en el ejercicio público.
La pregunta entonces es: ¿cómo quiere ser recordada Tatiana Clouthier después de su paso por la Secretaría de Economía? Y lo mismo es para Galia Borja Gómez en el Banco de Mexico, Graciela Márquez en el INEGI y Elvira Concheiro a cargo de la Tesorería de la Federación (cuyo marcado marxismo la inhabilita de facto para labores presuntamente de tecnócratas, según los decires de éstos).
Sólo por no dejar, esta ha sido quizás la más arrogante de las posturas tecnocráticas: el lenguaje matemático en tareas de economía política que, de acuerdo con la postura del economista francés Thomas Piketty, se trata de “un complemento indispensable del lenguaje natural”, éste “irremplazable” porque, ejemplificó, “se equivocan quienes esperan que podamos algún día delegar en una fórmula matemática, un algoritmo o un modelo econométrico la responsabilidad de elegir el nivel “socialmente óptimo” de desigualdad, así como las instituciones que permitan gestionarlo. Eso nunca sucederá, por suerte”.
Para eso está, dice Piketty, el debate democrático “en lenguaje natural”, que permite “manejar los matices necesarios para tomar el tipo de decisiones” que requieren los problemas (“Capital e Ideología”, editorial Grano de Sal, p.63).
Por eso hay que insistir: qué bueno que esta vez no llegaron “técnicos puros y duros” porque de antemano ya se saben los resultados (y esto no es propaganda ni ideología, sino hechos), y por ello es de esperarse que las designadas tengan el afán de ser recordadas de la mejor manera.
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