Por Jesús Delgado Guerrero
De ser ciertos los ejercicios demoscópicos que se realizaron en torno de los dos años de gobierno de la “Cuarta Transformación”, todos con resultados favorables para quien la encabeza, el presidente Andrés Manuel López Obrador, la oposición está en serios aprietos: en efecto, reflejan la aceptación de las acciones del gobierno federal por parte de una cantidad importante de mexicanos, pero también la ausencia de una narrativa opositora que vive peor que en los días del ex partido hegemónico, a pesar de que las avenidas se han ensanchado para poder enderezar cualquier iniciativa y de la intensidad de sus campañas.
Cuestión de recordar que en años no tan lejanos, incluso voces dentro del sistema sobresalían por sus audaces y ejemplares lances contra el sistema mismo y sus representantes, como fue el caso del bien recordado Jesús Reyes Heroles, “la voz de un sistema mudo”, de acuerdo con la atinada definición del último ideólogo de gran estatura que ha tenido el PAN, Carlos Castillo Peraza.
“Lo que resiste apoya”, decía Reyes Heroles, refiriéndose a la teoría del británico Jeremy Bentham sobre la actuación de la oposición que “con todos sus esfuerzos, tan lejos de causar perjuicio a la autoridad, le hace un particular servicio, en cuyo sentido puede decirse ciertamente que lo que resiste apoya; porque el gobierno está mucho más seguro del acierto general de una providencia, y de la aprobación pública después de que entre ambos partidos se ha dado un combate que ha tenido a la nación entera por testigo” (“Tácticas de las Asambleas Legislativas”, 1829, J. Bentham).
El hecho actual ha sido que la oposición a la “Cuarta Transformación” ni resiste ni apoya por la simple y sencilla razón de que no tiene ideas ni argumentos para el debate. Ni siquiera hay autocrítica de las causas que la apearon del poder público, vía voto ciudadano. Sigue defendiendo una agenda político-económica indefendible.
Esto explica en parte los niveles de aceptación del presidente López Obrador, al margen de las observaciones sobre una “mayoría” conformada por pobres”, que es nutrida con una “narrativa populista apoyada por políticas públicas claramente destinadas a favorecer a los pobres y a cuestionar a la élite” (Jorge Zepeda Patterson, dixit).
En este punto no se puede acusar de incongruente al presidente pues si algo lo ha caracterizado es ese discurso que sólo retrata la situación del país como consecuencia de un modelo político y económico (el neoliberal): “los de arriba y los de abajo” (en otras palabras, el infame “1” por ciento de los ultra-ricos contra el jodido 99 por ciento restante).
México ya estaba polarizado, salvo que no se había remarcado en el debate porque la caridad se disfrazó de solidaridad y acciones de gobierno, con narrativas populistas como “cruzadas contra el hambre” y la masiva inauguración de comedores populares, signo vergonzante del período de entreguerras del siglo pasado pero que en nuestro país toda suerte de filantrocapitalistas (así se hicieron llamar) y gerentes metidos a gobernantes, festejaron como un “gran logro”.
Si alguna vez ha existido eso que Reyes Heroles denominó como “El México Bronco”, este se ha mostrado incluso civilizado, haciendo uso de derechos universales para expresar su descontento y darle la espalda a aquello que no le favorece.
La oposición en su conjunto, y eso incluye a empresarios y a los presuntos “asediados” de la libertad de expresión (intelectuales, comentócratas y medios de información), se ha venido agotando en el “grito y el sombrerazo” (ahora cibernético, vía ese gigantesco lavadero político que son las redes sociales), asfixiando sus propias posibilidades.
Y esta, en vez de ser una buena noticia para la “Cuarta Transformación”, es una muy mala para ella misma, y muy pésima para el país. Recuérdese que con todo en contra, la verdadera oposición de los años del “régimen de la familia revolucionaria feliz” siempre tuvo en sus filas gente que pensaba, debatía, argumentaba, proponía; forzaba cambios, enfrentaba resistencias y combatía inercias.
El caso es que la actual ni siquiera es la oposición ficticia que el mismo viejo régimen alimentaba para tener “sparrings” y poder realizar algunos rounds de sombra. A lo mucho, son esos seres que juntos están más difuntos y en el pabellón especial del infierno “destinado a los soberbios, creyentes o descreídos, cuyo castigo es pasársela discutiendo sin llegar a ningún acuerdo”, pegados a la sección de abogados, como supuso el diablo socarrón en sus diálogos con Simplicio, del maestro Javier Ortiz de Montellano.
Quizá sea estrategia apostar a la extenuación del gobierno actual y alargar hasta donde se pueda temas sustanciales: el cambio de modelo económico que pasa por una profunda modificación a las reglas fiscales que hoy privilegian la concentración de la riqueza, como la evasión y elusión del pago de impuestos, así como el enorme casino financiero, y el respectivo desmantelamiento de un “gobierno alterno” que lo fomenta. De otra manera, se impondría en las filas opositoras la doble autocrítica: qué la llevó a donde está y qué está haciendo mal para continuar con su naufragio.
Deja una respuesta