En el pensamiento Marxista prevalece un concepto (“la aceleración de las contradicciones”) acuñado en la Rusia Zarista y luego retomado por Vladimir Ilich, mejor conocido como Lenin, quien escribió un texto fundamental: “El desarrollo del capitalismo en Rusia”, (https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oc/progreso/tomo03.pdf). La filosofía política de aquel entonces (1899), contenía un alto significado de los principios económicos y la natural disputa entre el sistema capitalista dominante y el retador modelo socialista.
En aquel estudio, el pensador marxista identificó 4 contradicciones fundamentales; Contradicción entre el proletariado y la burguesía; entre el Socialismo y el Capitalismo; entre los pueblos y el imperialismo; y, entre ínterimperialistas e íntermonopolistas. Lo anterior viene a colación porque en esta campaña electoral y desde el inicio del mandato de Andrés Manuel López Obrador, lo que está en juego es la hegemonía de un proyecto de nación, caracterizado por el pasado-neoliberal y la futura-4T; entre liberales progresistas y conservadores; entre el pueblo y las elites, es decir, la disputa por un proyecto de nación que se dirimirá en las urnas en menos de 60 días.
En algunos casos, el signo del malestar ciudadano traducido en un hartazgo volcado a las urnas, ha llevado personajes inefables como Javier Milei en Argentina. Pero este fenómeno, lleva más de una década en el escenario internacional y exhibe cada vez con mayor nitidez que la democracia liberal de origen occidental vive un periodo de crisis, agudizado por el ensanchamiento de las desigualdades, que año con año exhiben su crecimiento. La asimetría es tal, que en países como el nuestro; el 1% de los más ricos concentra más del 20% de la riqueza nacional y si a ellos agregamos las llamadas clases medias, entonces la concentración alcanza el 80% del PIB nacional. Ahí radica el caldo de cultivo del tipo de contradicciones a las que se refería Lenin y que forman parte del argumento central de la campaña presidencial.
Adicionalmente en la comunicación digital de la vida actual, no hay tiempo para pensar, es acelerada y se contagia por vínculos emocionales. “El virus”, de esta hiperactividad digital ha generado una cultura acrítica y pasamos de la reflexión y el tiempo de espera que provoca la lectura de un libro, al de la inmediatez de las pantallas telefónicas. En este proceso la dictadura de los cuatro segundos ha ganado terreno. Acelerar las contradicciones, es en consecuencia, un modelo atractivo para la comunicación política y supone una categorización muy económica para el debate, se trata de la lucha adversarial, del “Agonismo” que nos plantea Chantal Mouffe; “Introducir la categoría del «adversario» requiere hacer más compleja la noción de antagonismo y distinguir dos formas diferentes en las que puede surgir ese antagonismo, el antagonismo propiamente dicho y el agonismo. El antagonismo es una lucha entre enemigos, mientras que el agonismo es una lucha entre adversarios. Por consiguiente, podemos volver a formular nuestro problema diciendo que, visto desde la perspectiva del «pluralismo agonístico», el objetivo de la política democrática es transformar el antagonismo en agonismo. Esto requiere proporcionar canales a través de los cuales pueda darse cauce a la expresión de las pasiones colectivas en asuntos que, pese a permitir una posibilidad de identificación suficiente, no construyan al oponente como enemigo sino como adversario (Mouffe 2012: 115-116).
La disputa por un proyecto de nación está en juego y seremos los electores, quienes dirimiremos este conflicto con nuestro voto; analiza y participa, abstenerse solo debilita a la democracia.