Por Jesús Delgado Guerrero
Algunos organismos “autónomos” no sólo deberían ser defendidos con todos los dientes, sino ampliar su campo de acción. Eliminando algunas aristas perniciosas que los convierten en espacios exclusivos de sultanes o de gandallas a sueldo y garantes del asalto financiero por partida doble, ese sería, por ejemplo, el caso del Banco de México.
Es innegable que su autonomía ha permitido que el salario de los trabajadores, deprimido hasta la pandemia, no termine en limosna patronal (propio del Filantrocapitalismo), con un poder adquisitivo peor del que ya tiene.
Pero la doctrina neoliberal incrustada para favorecer la especulación (legado del doctor Agustín Carstens Carstens), y para que 70 por ciento de los remanentes sean canalizados a pagar deuda a los prestamistas, innegablemente dan la razón a Marx: con una mano prestan y con la otra golpean y cobran de sobra.
Lo de las percepciones salariales, insultantes prestaciones y lujos de los funcionarios los coloca en una suerte de “guetos exclusivos” (uno de los muchos signos de la polarización entre ricos y miserables), sin que nada lo justifique (ni su abusivo “estado de derecho”). Es una grosería que se ande incluso aireando qué tipo de vino carísimo adquirir, con funcionarios fungiendo de catadores (Jonathan Heath, subgobernador).
Más allá de Banxico, INEGI, INAI e INE, que también merecen ser defendidos y limados los notables filos neoliberales, hay casos que realmente están justificando la petición de desaparecer a varios organismos autónomos, propensos a favorecer no sólo el agandalle sino a encubrirlos.
Ese es el de la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece). Las risibles multas (35 millones de pesos) a siete bancos y 11 operadores de bolsa que se confabularon para manipular el precio de los bonos de deuda que emite el gobierno federal, habla de esa ideología cínica que, al amparo de su “estado de derecho”, especula con miles de millones de pesos, es sancionado con una minucia y todavía puede ampararse con el mismo marco legal.
Los dueños de los bancos Barclays, Deutsche Bank, Santander México, CitiBanamex, Bank of America, BBVA México y JP Morgan y los operadores de bolsa deben estar a carcajada abierta, viendo una vez más cómo se toma por asalto a la Hacienda Pública sin que suceda nada.
Pero eso es sólo un punto de muchos en contra de la Cofece; hay otros que de plano son un insulto al mínimo sentido común: los monopolios, duopolios y oligopolios en poder de 30 familias (hete aquí la verdadera polarización social), creados al amparo de las recetas neoliberales (privatización salvaje con el cielo como meta de la prosperidad a muy largo plazo), y con gobernantes en calidad de gerentes o de “socios asociados en sociedad”, según la zumbona sugerencia del bardo Nicolás Guillén en su célebre Sóngoro Cosongo
¿Alguien cree, por ejemplo, en la competencia entre bancos, entre compañías de servicios telefónico y de Internet; de televisoras, de extracción de materiales, de cemento, de bebidas, de productoras de maíz o de pan?.
Grupos como América Móvil, Bimbo, Cementos Mexicanos, Coca-Cola Femsa, Grupo México, Gruma, Televisa y la banca en su conjunto no representan más competencia, lo que supondría precios más bajos, cobro de comisiones menos usureras y un mejor servicio, sino la diversificación de los dueños en varias compañías para simular (los hemos conocidos menos idiotas: ¡compiten contra sí mismos!), o para conformar cárteles y unificar acciones, como hicieron los bancos.
El daño que esto ha ocasionado al país y a la sociedad es evidente (la polarización del “1” por ciento más rico contra la miseria restante) y ha sucedido en las narices de la Cofece… o justo por ellas.
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