Para conducir un conjunto sinfónico se necesitan diferentes habilidades. Dominar un instrumento a profundidad. Cursar estudios especializados en dirección de orquesta. Entender una enorme cantidad de autores y obras fundamentales en el género (del Renacimiento al presente)… Nada de ello, empero, asegura un rumbo despejado.
Se requiere, también, una gran capacidad comunicativa y de liderazgo; una sensibilidad y visión originales… Incluso entrenamiento mediático, casi diplomático y, por si fuera poco, el entendimiento de diferentes idiomas. Por ello es que históricamente los grandes directores alcanzaron la cúspide a una edad madura, cuando su conocimiento se transformó en sabiduría.
Dicho eso, otro momento importante en su desarrollo es cuando deciden contrastar la solemnidad y una demagogia que hoy se ve amplificada por la fama. ¿Mesura o extravagancia? ¿Permitir el brillo de la orquesta, la partitura y los autores o exagerar el gesto, la torsión del cuerpo y ceder ante los encantos de las alabanzas y fotografías?
Nórdico en su semblante y nórdico en su temperamento, Klaus Mäkelä, violonchelista y director finlandés de veintiocho años, optó por la mesura y la elegancia. Desde luego sabe mostrarse y negociar con el mundo.
Trajes, zapatos, relojes y portadas de discos quitan toda duda. Pero no pervierte prioridades.
No importa si dirige a su exnovia, la imposible pianista china Yuha Wang, o si toca a dueto con Senja Rummukainen; si comanda los destinos de la Filarmónica de Oslo, la Orchestre de París, la Sinfónica de Chicago o la del Concertgebouw en Holanda.
Allí donde otros prefieren la escena dramática, Klaus sigue los consejos de la calma temperada; prefiere darle peso a esa corriente que detiene la avalancha exagerada del pasado, cosa de otros genios en batuta. ¿Nombres?
De Bernstein a Dudamel pasando por Karajan y el recién fallecido Seiji Ozawa, son muchos los conductores que se regocijan onanistas con la electricidad transmitida por la orquesta.
Hay que pensarlo un poco, lectora, lector: estos médiums de aplanadora son los primeros en recibir el golpe, la presión de las ondas sonoras a través del aire.
¿Se imagina el fusilamiento de cuerdas, alientos y percusiones cuando decenas de intérpretes ejecutan un crescendo al unísono, apenas a unos metros de distancia? Las tentaciones que provoca ese poderío son elevadas, y más si persisten durante años, y más si ocurren en cada país del mundo.
Veremos después en qué se convierte Klaus. Por lo pronto los mayores nombres de la industria han confabulado en su enaltecimiento (merecido, desde luego). Una vez más, críticos y especialistas se alinearon a conveniencia para consumar al héroe. Un papel que le resulta hecho a la medida.
¿Su persona es reflejo del conservadurismo creciente? No nos atreveríamos a decir tanto. Más bien parece el resurgimiento de una faceta necesaria para el balance. Digamos que su dominio… o su crecimiento –para ser más precisos–tampoco causará mella a la sonrisa locuaz que, verbigracia, el señor Dudamel desarrolla al frente de la Filarmónica de Los Ángeles. Hay lugar para todos.
Por lo pronto, Klaus es el tercer artista firmado en exclusividad por el sello británico Decca. Para ellos grabó las sinfonías completas de Sibelius y un disco épico sobre Stravinsky, el cual le valió el premio Opus Klassik como mejor director en 2023. Todos se disputan sus servicios. Músicos e instituciones hablan de su compromiso, puntualidad, claridad y buen trato.
A nosotros, por lo pronto, nos entusiasma escucharle otro tipo de dinámicas y prioridades en los protagonistas de la partichella. ¿Ejemplo? Escúchelo dirigiendo a Rachmaninov en el Proms 2023 de la BBC, sobre el tinglado del Royal Albert Hall.
Escrito todo lo anterior, ¿quién es, pues, Klaus Mäkelä? Un joven genio con madera de leyenda. Intégrelo a su vida sonorosa. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.