Cinexcusa: Entre quechuas y mestizos

Cronológicamente la historia se ubica en algún lapso –no determinado con exactitud– cercano a la mitad de la década de los años ochenta del siglo pasado; geográficamente tiene lugar en Lima, Perú, así como en un par de sitios –tampoco precisos– de la provincia de Ayacucho, al sureste de la capital. Los protagonistas son Pedro Campos (Tommy Párraga, de parquedad excelente), quien ejerce el periodismo en un diario limeño de alcance nacional, y Georgina Condori (Pamela Mendoza Arpi, expresiva y memorable), una joven quechua plena de carencias que vive en una choza misérrima en medio de un paraje desolado con su esposo, desempleado e integrante ocasional de una comparsa de danza regional y quien, como ella, es también joven y casi analfabeta. 

Georgina vende papas en una esquina callejera y tiene un embarazo avanzado.

Georgina vende papas en una esquina callejera, tiene un embarazo avanzado y, como a lo lejos escuchó un mensaje de la radio que ofrecía partos gratuitos, el día que rompe aguas acude al domicilio indicado en la oferta, donde la falsa clínica –un lugar insalubre, sin rótulo ni licencias a la vista– no es más que una trampa: Georgina pare una niña que nunca alcanza a ver, a la que las supuestas enfermeras se llevan de inmediato bajo el pretexto de “hacerle estudios al bebé”, mismo que será comercializado bajo tráfico de infantes.

Pedro Campos entra a la trama porque, desesperada e impotente por la inoperancia e indolencia de las instancias jurídicas y policiales a las que acudió con tremendas dificultades, con el único resultado de ser tratada casi vejatoriamente –como bien se sabe que se sigue tratando a la población indígena, no sólo peruana–, Georgina se apersona en la redacción del diario donde aquél escribe. No es que al principio Pedro muestre mucha empatía con Georgina; no obstante, acaba convertido en la única persona que, además de trabajar periodísticamente “el caso”, le tiende una mano humanitaria. Jamás lo dice –sus modos reservados incluyen algo no muy lejano al mutismo–, pero es probable que lo haga porque a su vez se sabe parte de otra minoría victimizada por el prejuicio social: en los años ochenta –aunque por supuesto no exclusivamente en dicha época– el homosexualismo era mucho más que criticado y con frecuencia el desprecio incluía la violencia física.

Canción sin nombre (2019), ópera prima largoficcionista de la cineasta peruana Melina León, nacida en Lima, Perú, en 1977

Pedro denuncia periodísticamente la trama y a los autores del tráfico de bebés, lo cual podría pensarse que detendría ese negocio ilegal que, para la época, sumaba miles de seres humanos vendidos fuera de Perú; empero, cuando el periodista intenta empujar para que la justicia sea completa y los bebés vuelvan al país, se topa con la cerrazón política que generan los intereses creados, no sin antes haber sido amenazado de muerte, tanto él como “su noviecito”. 

Entretanto, una Georgina de nuevo preñada, sólo que esta vez de honda melancolía, se ve obligada a abandonar la friísima y mínima choza porque su esposo ha sido convencido –a saber si por convicción política o conciencia de clase, que se antojan poco menos que imposibles– de integrarse a las huestes del llamado Partido Comunista del Perú, conocido como Sendero Luminoso –porque así fue desde el principio, arrancando la década de los años setenta, la preferencia de sus propios integrantes–, de condición proscrita y no sin razón considerado como violentísimo y homicida, no sólo contra la clase burguesa según sus postulados, sino con cualquiera que se opusiera a sus ideas, sus metas y sus métodos.

Esta es la parte esencial de la trama de Canción sin nombre (2019), ópera prima largoficcionista de la cineasta peruana Melina León, nacida en Lima, Perú, en 1977. La cinta participó en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2019, representó a su país en la sección de los Oscares para cine no anglosajón y fue nominada al español Premio Goya a la Mejor Película Extranjera. Con esos blasones o sin ellos se trata de un filme sólido, bien concebido y mejor filmado, áspero como una espina y, al mismo tiempo, suscitador de un agridulce sentido de la belleza.