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Breve historia de un exterminio (I de II)

Todo comenzó en realidad hace poco más de un cuarto de siglo, el 14 de mayo de 1948, cuando las potencias triunfantes de la segunda guerra mundial, con Estados Unidos a la cabeza, decidieron que el pueblo judío –disperso tras la prolongadísima diáspora, expulsado de muchos lugares y víctima de genocidio en la recién concluida conflagración– tenía derecho a contar con un territorio y ser de este modo el país que no habían sido hasta entonces, para lo cual habrían de fundar, en la referida fecha, el Estado de Israel.

Todo sonaba muy bien pero, salvo quienes tenían en sus manos el insólito poder de repartir porciones del mundo como si éste fuese de su propiedad, muy pocos repararon –y si llegaron a hacerlo en algún momento nada protestaron, al cabo anuentes con las decisiones que se tomaban– en que el territorio asignado tenía una población y que ésta contaba, como es natural, con su propia historia, cultura, sentimiento de pertenencia, tradiciones, música, literatura, gastronomía, lengua… y que así se tratara de una porción territorial relativamente pequeña, aquello sería inevitablemente un despojo; legalizado, pero despojo a fin de cuentas.

Lo que ya no sonó igual de bien fue el eco del expansionismo no judío, ojo, sino israelí. A fuerza de balas, durante las décadas siguientes los kilómetros cuadrados del Estado de Israel fueron ampliándose hasta que, en tiempos recientes, comenzó a hablarse de la franja de Gaza y de Cisjordania, es decir, los únicos territorios que todavía no forman parte del decretado país israelí.

Los damnificados de aquel despojo, siendo tres, son uno solo: el puebloel país el territorio palestino. Artificiales y arbitrarias en su movilidad, las fronteras entre lo que se hizo oficial llamar el Estado de Israel y el “Territorio Palestino” esta vez fueron cambiando por un empuje expansionista más bien tolerado que denunciado mundialmente salvo, claro está, por la propia Palestina, cuyos derechos internacionales fueron ya minimizados, ya condenados, ya combatidos, según la época de que se trate. No por casualidad, desde aquellos tiempos y hasta la fecha, a Palestina le ha sido negada la condición de país: así se ven menos mal el expolio y la invasión.

Lecciones aprendidas

En el suprascrito todavía está la clave: si alguna duda cabía respecto del plan original de ocupar la región entera, fue disipada por completo después del 7 de octubre de 2023, cuando el grupo extremista Hamas atacó Israel y, aprovechando la percepción mundial de haber sido nuevamente la víctima, el gobierno de Benjamín Netanyahu respondió con lo que hoy nadie con un mínimo de decencia puede negar que se trata de una guerra de exterminio, un genocidio en toda regla. Objetivo: apropiarse del territorio entero de la franja de Gaza. Método: bombardeos masivos a objetivos precisos sin importar su carácter militar o civil, invasión de tropas y presencia permanente de éstas en los territorios ocupados, desplazamiento y expulsión de los habitantes, incumplimiento de acuerdos y promesas de cualquier índole, nulo observamiento de toda convención internacional en materia bélica y de derechos humanos. Víctimas: Palestina y los palestinos de cualquier condición, es decir, miembros de Hamas o no, defensores activos de su país o no, adultos o no, hombres o no.

Tres cuartos de siglo después, no los judíos sino, ojo, Israel y el sionismo anejo, una vez más con el soporte de aquellas potencias triunfantes, Estados Unidos a la cabeza, pone en práctica lo que aprendió: invadir, despojar, expulsar y asesinar está bien, siempre que se cuente con la inacción cómplice de los aliados convenientes y con una impunidad históricamente (mal) adquirida.

Este es el contexto que necesariamente ha de conocerse para entender, así sea en grado mínimo, lo que hasta la fecha está sucediendo en Gaza, la franja del exterminio, título del más reciente filme documental de Rafael Rangel, del que se hablará aquí en la siguiente entrega. (Continuará.)