Me parece que los últimos días han sido reveladores, por decir lo menos. Tener que lamentar una muerte infantil como parte de un problema social debiera ser un grito desesperado de ayuda que genere un correctivo ejemplar; sin embargo, me pregunto para quién debiera ser el ejemplo, o quién deberá impartirlo.
Hablar de bullying es hablar de un tema doloroso, que permea de maneras diversas en nuestras infancias, y al que me tocó enfrentarme como docente y directiva de diversas empresas educativas, por más de veinte años y; sin embargo, creo que no se le ha dado la importancia adecuada.
Comenzando por el hecho de minimizar sus efectos a largo plazo en la salud mental de los estudiantes que están expuestos a él –todos y cada uno de los estudiantes del sistema educativo nacional, jugando roles diversos: víctima, victimario o testigo silencioso– de una u otra forma, además de normalizar su existencia bajo la frase: “Ah, pero siempre ha existido. Lo que pasa es que ahora los niños no aguantan nada.” Aquí lo preocupante es que no se haya corregido, desde siempre, el concepto de que los niños debían aguantar.
Vivir en entornos violentos evidentemente no es deseable, ¿de qué hablamos cuando hablamos de bullying? De acoso sistemático que niños o adolescentes reciben de parte de otro u otros semejantes con mayor poder físico o status social.
La palabra como tal fue acuñada en el año de 1993 por Dan Olweus, psicólogo noruego, que tras estudios realizados en la década de los 70’s encontró como detonante para el suicidio de algunos adolescentes el haber sido víctimas de acoso y agresión física o emocional por compañeros escolares, teniendo tres características distintivas, este acoso es: Intencional, repetitivo y como resultado de un abuso de poder ante el cual el acosado no tiene forma de defenderse y cuenta además con la complicidad del resto de los compañeros.
Es doloroso que en un espacio que debiera ser seguro y propicio para el aprendizaje la violencia estructural de nuestra sociedad permee y no de lugar al sano aprendizaje.
Debemos ser conscientes de que esto no es una cuestión de buenos o malos, sino de situaciones que hemos permitido que nos rebasen y que es momento de resolver. Es alarmante que la tendencia del bullying haya tenido un incremento de casi 86% comparando los periodos de enero a octubre de 2022 con el mismo periodo de 2020, -recordemos que durante ese tiempo estuvimos recluidos en los hogares por pandemia y que también hubo un incremento en los niveles de violencias domésticas- esto nos habla de varios temas subyacentes al interior de los hogares y de la urgencia como sociedad hacer algo al respecto.
El más reciente caso de bullying que ha tenido un desenlace trágico en nuestro estado es el de Norma Lizbeth Ramos, la estudiante de 14 años, de la Escuela Secundaria Oficial 0518 Anexa a la Normal de Teotihuacán “Los Jaguares”, que tras ser agredida por una de sus compañeras desarrolló secuelas que derivaron en su muerte.
Sin intención alguna de satanizar a nadie, es vital entender que no estamos hablando de números, ni estadísticas, estamos hablando de la hija de alguien, la hermanita de alguien más y de una persona o varias que además fungieron como cómplices de este maltrato sistemático que desembocó en el asesinato de una niña.
¿Cuáles serán las medidas con las que las escuelas contarán para garantizar la seguridad de sus estudiantes y sobre todo su desarrollo integral ante esta amenaza que se cierne sobre ellos? ¿De qué manera estarán los padres de familia dispuestos a realizar la labor de educar a sus hijos que en muchos casos han abandonado y delegado en las escuelas? ¿Será acaso posible erradicar este abuso de poder? Ustedes, ¿qué opinan?
TAR