Por Jesús Delgado Guerrero
Orgullosa de su origen -“soy la hija de un albañil”, ha expresado-, maestra de tiempo completo y servidora pública más de “chancla” que de escritorio, las criticas a la llegada de la maestra Delfina Gómez Álvarez a la Secretaría de Educación Pública (SEP) exhibieron uno de los perfiles más oscuros del “alma nacional”: el clasismo. Siempre fingido, deporte favorito de la simulación, está latente.
Con algún espíritu mala leche, el fenómeno se podría endosar de manera particular y sin más al “Ogro Salvaje” neoliberal (si bien no hay duda de que con éste se profundizó al grado de la polarización), aunque en muchos estudios se asegura que es herencia de ese saqueo a punta de espadas asesinas que alguien denominó como “Conquista”.
El caso es que una breve incursión a ese enorme tianguis de comadreo incesante que son las redes sociales fue suficiente para que comentócratas, opinócratas y “analistas” de toda laya dieran rienda suelta, primero, a sus animadversiones contra el gobierno federal, el de la autodenominada “4T”, lo cual es hasta cierto punto natural.
Pero luego en sus expresiones contra la designación de Gómez Álvarez en la SEP, quizás involuntariamente, quedó retratado el clasismo de un sector que dejó la impresión de haberse sentido “invadido” en antiguos espacios, como si se tratara de olimpos privados, reservados sólo para ciertos demiurgos.
Por eso se pasó por alto, por ejemplo, el hecho significativo de que por segunda vez en más de siglo y medio (162 años) se rompió el monopolio de dominio masculino en esa dependencia que, inicialmente durante el gobierno de Benito Juárez, se llamó “Secretaría de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública” (la primera titular de la SEP fue Josefina Vázquez Mota, hace más de una década).
Además, para elevar el listón, la maestra no llegó con aureolas sindicales ni con “laureles” de doctorados “honoris causa” que, conforme a la mitología nacional, se atribuye a toda suerte de intelectos, de los buenos y de los mejores, así como uno que otro compadrazgo de nefanda memoria, incluso de tendencia fascistoide.
Gómez Álvarez no es una “poeta laureada” ni doctora de las letras como algunos bardos que han desfilado por los pasillos de la enseñanza pública (aunque tiene maestrías), pero si se hace caso del resumen del alma cósmica de Vasconcelos, ahí se tiene el compendio de todo lo humano: la combinación del europeísmo hispano (síntesis de romanos, celtas, germanos, árabes), la “sensualidad africana”, el sentido de unidad colectiva de los asiáticos y el “espíritu contemplativo” del indio americano, coronado éste con un desenfadado “nos va a ir requetebién” para tomar impulso.
Para colmo, se asegura que sus vecinos en el barrio de San Pedro, en el municipio de Texcoco (donde fue alcaldesa) la siguen saludando como una residente más porque vive en el mismo domicilio que le conocieron antes de que ingresara al sector público. Y sigue caminando por el jardín de Las Carretas, amén de que acude todos los domingos a la Catedral y va de compras al mercado local.
En otras palabras, más mexicano no puede ser el asunto, lo cual incluye, desde luego, a millones de seres humanos que también fueron construyendo su destino, sintiéndose orgullosos de su origen.
Esto es lo chocante, lo que ha incomodado a la conciencia clasista que, al tiempo que cita con típica pedantería a Vasconcelos y a otros, los utiliza como arietes para restregarlos de manera despectiva, intentando rebajar la persona de quien tendrá, sin duda, una tarea gigantesca después de fraudulentas reformas educativas y agandalles sindicales al amparo de visiones neoliberales, cuya única misión fue privilegiar a unos y dejar a su suerte al resto.
¿Cuánto van a cambiar las cosas? Es imposible saberlo. Lo claro es que la maestra Delfina Gómez Álvarez conoce su sector, conoce el sentir de sus colegas, el de las madres y padres de familias y, principalmente, sabe de las carencias y de las insuficiencias porque las padeció (eso es una gran ventaja).
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