Queridos todos, nos encontramos hoy hablando de uno de los temas más interesantes de la humanidad: el SER.
Desde la problemática del ser humano, y su cuestionamiento sobre la posibilidad o no de la existencia de propiedades que permitan su distinción de otros seres y que lo coloquen en una posición que permita decir que cuenta con alguna función en el mundo.
De ahí se genera también ese deseo de conocimiento de sí, y de exploración de todo lo que deviene de esta duda existencial.
El mundo del ser, del deber ser, cómo ser y para qué ser.
Y entonces mientras la vida va, como si no fuera suficiente atravesando una “nueva normalidad”, por un montón de crisis de diversas índoles y de más, y tratando de encontrar con la tranquilidad de un día de asueto, uno se topa con Netflix y una película llamada Claroscuro (Passing), proyectada y vista por vez primera en el pasado Festival de Sundance, adquirida por el blockbuster de streaming y convertida en uno de los más grandes albures previo a los premios Óscar, así como la primera producción dirigida por Rebecca Hall.
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Basada en una novela de Nella Larsen, que fuera publicada en 1929, retomando la problemática de los derechos civiles y el trato discriminatorio a los afroamericanos y la “extraña” posibilidad de algunos de ellos de hacerse pasar por blancos, motivada por la historia de uno de sus ancestros – su abuelo – quien lo hizo durante la mayor parte de su vida.
Poniendo el dedo en la llaga – no superficialmente – de las cuestiones raciales y su impacto en la vida de aquellos que por circunstancias de la vida nacen perteneciendo a “x” o “y” grupo racial, sus posibilidades, sus debilidades y hasta sus potenciales empleos y riesgos.
Las maravillosas actuaciones de Tessa Thompson y Ruth Negga son otra razón para no perder de vista esta oportunidad, que explora elegante y dolorosamente la posibilidad de pasar por lo que no se es y la no aceptación de algo tan extraño como vivir con un pie en cada lado de dos mundos que se odian y conviven en una misma sociedad, uno siempre en desventaja – ¡qué raro! – en un tiempo detenido en un siglo previo.
El reencuentro de dos viejas amigas de ascendencia afroamericana, – con una piel bastante clara – que habían perdido el contacto hace tiempo, detona una historia en donde el lugar donde todo ocurre resulta tan trascendente como los eventos. Irene un mujer que aparentemente tiene una situación desahogada, esposa de médico viviendo en Nueva York, está en una tienda departamental en donde su lenguaje corporal muestra total incomodidad, -como un pingüino en una playa – mostrando su no pertenencia – en todo momento, se percibe que no se siente bien recibida, intentando pasar desapercibida, hasta que por una situación de clima termina reencontrándose con Clare, quien descaradamente se presenta como una mujer que abraza su parte blanca.
Contrastar la vida de estas dos protagonistas, sus decisiones, sus formas de vida, sus consecuencias son la parte medular de la historia, el cómo una de ellas pareciera sentirse orgullosa de su negritud, mientras la otra ha decidido hacer su vida con un marido racista y miope por añadidura, su propia frustración e incomodidad de insertarse en un espacio al que no pertenece, aunque es evidente que sí lo hace en cierta medida. Mientras que su contraparte Irene parece desaprobar la conducta de Clare, desde su nicho privilegiado que le permite contar con una sirvienta y pertenecer a una asociación que promueve la cultura y que recibe a intelectuales blancos, permitiéndoles observar a “su raza” – desde lo que sea que eso signifique – a manera de observadores en zoológico.
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Esta confusión y dolor intenso se convierte en la parte central de una trama poderosa, sin abuso de los simbolismos, con un lenguaje y diálogos inteligentes sin caer en lo ininteligible.
La amistad, su imposibilidad ante ciertas situaciones, los juicios de valor, la forma en que creemos que nuestras razones son las únicas válidas y la estupidez por encima de la razón, los celos, la urgencia de la posesión, los miedos y mucho más convierten a Claroscuro en una obra de arte filmada en blanco y negro, un protagonista más acompañado por la magistral fotografía de Eduard Grau, dotándola de una estética que permanece estática y en movimiento al mismo tiempo, – así de contradictoria es la existencia y nuestro paso por ella, cuando decidimos no entender nuestra misión y vamos dando tumbos – detenida en el pasado con el movimiento cotidiano de la vida.
Mientras Irene se refugia en la imaginaria seguridad de su condición de madre y esposa, Clare se envuelve en el hechizo de su doble vida, disfrutando de su sortilegio y los efectos que este provoca, hasta que deja de ser suficiente y … ¡la verdad nos hará libres! Lo que sea que esto signifique.
La realidad de las mujeres en los años 20’s del S. XX, presentada como una realidad vigente de formas diversas en los años 20’s del S. XXI, Claroscuro o de las violencias de ser mujer de múltiples maneras y no morir en el intento, mi recomendación esta semana.
Ustedes, ¿qué piensan al respecto?