Cada diciembre, la capital mexiquense tiene espacios que se transforma en un mercado donde las ferias decembrinas llenan plazas, calles y explanadas con artesanos, comerciantes y visitantes que buscan productos típicos de la temporada.
Aunque a simple vista parece una tradición moderna, sus raíces se extienden hasta la época prehispánica, cuando las rutas comerciales que unían Tula con la región otomí-matlatzinca ya definían la economía de la región.
Investigaciones arqueológicas realizadas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) como “Rutas comerciales prehispánicas del altiplano central”, destacan que entre los siglos X y XII, Tula fue uno de los centros comerciales y políticos más importantes de Mesoamérica.
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Rutas comerciales prehispánicas
La influencia tolteca se extendió hacia el sur, conectando su capital con diversos asentamientos otomíes y matlatzincas en lo que hoy es el Estado de México. Estas rutas, además de permitir el intercambio de productos, propiciaron una intensa interacción cultural y simbólica.
Uno de los principales corredores comerciales vinculó Tula con Tollocan (actual Toluca) a través de caminos que atravesaban zonas montañosas y valles. Por estas rutas circulaban mercancías como cacao, textiles, cerámica, obsidiana y productos agrícolas.
Según registros arqueológicos que muestra el INAH, las rutas se apoyaban en “tamemes” (cargadores) que transportaban los bienes sobre la espalda, pues no existían animales de carga ni ruedas funcionales.
Existen mapas elaborados por primeros cronistas
Los vestigios de estas rutas comerciales han sido identificados en mapas antiguos elaborados por los primeros cronistas españoles, quienes observaron cómo los caminos mesoamericanos seguían en uso aún durante la época colonial. En estos mapas se aprecia cómo Toluca, Cuautitlán, Tenango y Malinalco se conectaban con otros puntos clave del altiplano.
El instituto señala que con la llegada de los españoles, la economía de la región sufrió transformaciones, pero la estructura de los mercados locales se mantuvo. La feria, como concepto europeo, fue adoptada en los principales pueblos indígenas, donde se establecieron días específicos para el comercio. Este modelo se mezcló con las festividades religiosas cristianas, entre ellas, la Navidad.
En Toluca, la feria decembrina actual conserva elementos que evocan las antiguas dinámicas comerciales prehispánicas. La venta de cerámica, textiles, velas, flores y alimentos locales se asemeja a los tianguis de la época precolombina. El trueque, aunque ya no es la norma, aún se observa en algunas comunidades rurales cercanas.
Muchos de los productos que hoy se comercializan en las ferias decembrinas tienen sus raíces en la época prehispánica. La cerámica de Metepec, famosa por sus árboles de la vida, es uno de los ejemplos más notorios, según señalan las investigaciones, toda vez la alfarería ya se producía en la región mucho antes de la llegada de los españoles.
La tradición comercial que comenzó hace más de mil años se mantiene viva
Otros elementos destacados son los textiles de lana, que, aunque su materia prima fue introducida por los europeos, sus técnicas de tejido se heredaron de la época prehispánica. Los mercados modernos también mantienen la tradición de la comida callejera, una práctica que proviene de los antiguos tianguis mesoamericanos.
Hoy, las rutas que alguna vez conectaron Tula con Toluca ya no están visibles, pero su esencia permanece. El eco de los pasos de los tamemes sigue resonando, no en los antiguos caminos de piedra, sino en las calles repletas de comerciantes que llegan a las ferias decembrinas. La tradición comercial que comenzó hace más de mil años se mantiene viva, adaptada a las necesidades y deseos de la sociedad contemporánea.
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TAR
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