Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». Y al instante quedó purificado de su lepra. Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio».
Curación del sirviente de un centurión. Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: Ve, él va, y a otro: Ven, él viene; y cuando digo a mi sirviente: Tienes que hacer esto, él lo hace».
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El misterio del Reino de los Cielos. Contenido y exigencias. Mateo 11, 1.12
Parte Narrativa: El Reino de Dios ya está presente entre los hombres como la levadura en la masa. Los milagros y las palabras del Señor lo atestiguan, y él mismo lo confirma al disipar las dudas que podían abrigar Juan el Bautista y todos los que esperaban ver en el Mesías a un juez implacable o a un rey victorioso (11. 2-6). A través de sus obras, él se manifiesta como el «Servidor del Señor» anunciado por Isaías (12. 15-21), hasta que un día se cumpla el gran «signo» del profeta Jonás, mediante su Resurrección de entre los muertos (12. 40). Pero la actitud de Jesús no sólo provoca dudas y extrañeza, sino también una abierta oposición. Él exige un cambio de vida tan radical, que muchos se resisten a romper con los viejos moldes, especialmente los escribas y fariseos, encerrados en una fidelidad a la Ley mal comprendida y mezclada de ostentación y suficiencia religiosa. Sin embargo, otros llegan a comprender, y así comienza a formarse en torno a Jesús la comunidad de sus discípulos, el verdadero «Israel de Dios»
Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región. Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!»
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Testimonio de Jesús sobre Juan el Bautista. Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino. Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos, es más grande que él. Desde la época de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos intentan arrebatarlo.
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