Por: Agustín Ramos
En Apaxco no hay cielo, dice el autor al llegar a la presentación de una novela suya publicada por Eterno Femenino Ediciones… Destrucción, tierra quemada, residuos tóxicos, ríos de ácido y peste, sí. Pero del cielo, nada.
Y es que en este municipio mexiquense se aprobó un plan de desarrollo urbano sin la voluntad de los ejidatarios… En YouTube, dos videos muestran la catástrofe ambiental de Apaxco.
En el portal Ruido en la Red, Alejandro Mendoza denuncia una crisis sanitaria de efectos mortales: “Apaxco es una zona de sacrificio esculpida en cemento”, dice. Y en SinEmbargo, Dulce Olvera lo llama “uno de los infiernos ambientales al sur del Valle del Mezquital, sitiado por la termoeléctrica, la refinería de Tula y las industrias cementeras y de mármol…”
En ambos videos se presentan enfermedades respiratorias, de la piel y digestivas; asfixias inmediatas y cánceres a plazos; trapos húmedos en los quicios de puertas y ventanas para poder respirar dentro de casa…
Uno de los reportajes cierra con el fondo de las letras multicolores en tercera dimensión con la palabra A P A X C O, sobre un pretil que dice en manuscrito “Apaxco, lugar donde escurre el agua”.
Ahora bien, si del agua del pueblo fundado en 1554 por Jacinto Melchor de Rojas Xicoténcatl y Pedro Joseph de Alvarado Zitlalquéquey sólo queda el nombre, el nombre del agua sin ya ningún cielo que se mire en ella, que la deletree, ¿cómo es que de aquí se fue al cielo el más puro y más libre de los primos hermanos del autor?
Él se llamaba Ian (Adrián Blancas) y murió de un infarto cuando llegaba en su tráiler a la cementera. Entonces, si él se fue así, sin más, debe ser porque aquí, sí, aquí, donde se quiebra el corazón y se quiebran los vidrios, los cimientos y los animales de granja, sí hay cielo… Será cosa de buscar.
Puede ser que el cielo se asome a través de la espléndida obra de arte cuyo tema es el nacimiento de la inmortalidad. Se trata de una escultura basáltica mexica del postclásico tardío, como de un metro y medio de altura, que representa a Ce Acatl Topíltzin Quetzalcóatl emergiendo por los bordes orlados de la boca de una serpiente emplumada. El reptil se desenrosca hacia lo alto.
A primera vista tiene el aspecto de un huevo gigante; pero conforme nos aproximamos, la mole oval descubre el esplendor de su figura cónica, de víbora de cascabel con forma de volcán labrado en espejos oscuros, que exhala por sus fauces una bocanada de luz: la nueva humanidad, la tierna cara de un hombre-dios a punto de abrir los ojos.
Portando la lengua bífida a manera de pectoral, el rostro reposa en el vientre bajo la protección de la nariz y los colmillos de la serpiente madre. Con un mínimo de imaginación, el monolito entero se convierte en cristal y trasluce la promesa de un perfecto recién nacido en posición fetal…
Desde el Museo Arqueológico de Apaxco, donde debe estar el tesoro descrito, se llega caminando por un pequeño pero empinado laberinto de calles a la Escuela Secundaria Técnica 35.
Ahí, Estilita Hernández Cerón, Juan José Meneses Rodríguez, Rosa Elia y Fernando Cortez Gaspar imparten la materia de Español a cenzontles suficientemente sensibilizados para celebrar durante una hora y media la presentación, lectura de fragmentos, venta y firmas del libro mencionado arriba: centenas de luceros y voces que gozan la literatura y acogen al autor como a una estrella del espectáculo: a un rockstar, a un gran portero, a otro Ian.
Nótese: la profesora Estilita se llama así por error del Registro Civil. El autor necesita agregar a su nombre los de Ramiro Acevedo e Inocencio Gamboa.