En enero de 1944 varios trenes con cientos de hombres capturados por el ejército alemán arribaron a uno de los más grandes campos de concentración del régimen nazi. En los registros oficiales que hasta la fecha se conservan de esos grupos de prisioneros quedaron asentados los nombres de José Luis Salazar Martín y Juan Rodrigo del Fierro.
Esos dos nombres, como el de tantos miles, hubieran formado parte de las estadísticas, salvo por un detalle, al momento en que sus captores les preguntaron su nacionalidad, ambos dijeron ser mexicanos, pero solo uno lo era.
Setenta años después, al desclasificarse documentos de los archivos de Bad Arolsen, al periodista Julio Godínez en su labor como corresponsal en Europa, le saltó la historia de ese mexicano y a lo largo de cuatro años investigó, primero como una historia periodística, lo que posteriormente, gracias al consejo de colegas, se convirtió en “El Mexicano de Buchenwald”, la desconocida y valiente historia de uno de los pocos mexicanos capturados por los nazis.
La historia
La verdad, la mentira y la supervivencia, son valores que destaca Godínez en esta historia ficción contenida en 300 páginas y que cuenta con el respaldo de Editorial Planeta.
“En realidad son dos historias que corren paralelas. Dos historias de dos muchachos que llegaron a uno de los campos de concentración en el centro de Alemania con días de diferencia y los dos dijeron ser mexicanos. El asunto es, como lo dice el título, solo uno de ellos lo era. Entonces la idea es que la gente lea el libro y descubra quién es el mexicano de Buchenwald”.
Julio Godínez explica que su curiosidad en torno a la historia de José Luis Salazar Martín y Juan Rodrigo del Fierro, los protagonistas de su novela, surge a partir de las inconsistencias que encontró en sus fichas de registro en el campo de concentración. Uno de ellos aseguró ser originario de El Paso, México. A partir de este dato, el autor inició un periplo que lo llevó a Francia, Alemania y México, tras el rastro de ese personaje.
Buscaba una nota y obtuvo un libro
Aclara que su intención en un principio no era escribir una novela, que de vez en vez indagaba datos en los archivos de la policía de Francia, o cuando visitaba a su familia en México se daba tiempo para visitar los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores o hacía consultas en la Secretaría de la Defensa Nacional. Poco a poco acumuló información que al cabo de un tiempo se convirtieron en una historia que sobrepasaba una nota periodística.
La historia que narra Godínez no solo es una historia de prisioneros que sufren las consecuencias de vivir en un campo de concentración.
“Estos son prisioneros inteligentes, gente despierta, con esta novela Planeta y yo, intentamos quitar ese halo a las novelas del pobre prisionero, de los que están sufriendo en los campos de concentración y que lo único que saben es que están destinados a morir. Aquí estamos hablando de muchachos que se integraron a una resistencia, a grupos que estaban activos, despiertos, listos para en cualquier momento combatir y tomar ellos mismo el campo de concentración”.
Reportero sin suerte, no es reportero
Hay una máxima en el periodismo que dice “reportero sin suerte no es reportero”, y justo fue lo que le pasó a Godínez cuando buscaba y recababa información de uno de los protagonistas de la novela, aunque él asegura que hallar al hijo mayor de uno de ellos, no fue fácil, que le tomó cerca de cuatro o cinco meses.
El autor de la novela hizo un recorrido por el norte de Francia, en una ciudad llamada Caen, donde existe un muy buen archivo de personas deportadas y ahí encontró un registro donde uno de los hombres capturados por los nazis solicitaba un pago de indemnización al gobierno francés y al alemán por haberlo deportado y en la solicitud incluyó el nombre de su hijo.
“Yo apunto el nombre y lo que hago es googlearlos, buscarlos por páginas blancas en Francia. Hago una pequeña lista y encontré el numero de una persona que trabajaba en el departamento de cultura de una localidad cerquita a Marsella”.
“Levanté el teléfono, marqué el número, me contestó una asistente, le dije ‘Me puede comunicar con Florian Salazar Martín’, me dijo ‘Sí, permítame’. Se pone al teléfono y me dice ‘¿Quién habla?’, y le digo ‘Soy Julio Godínez, soy reportero mexicano, estoy buscando al hijo de José Luis Salazar Martín’, y me dice ‘Soy yo’”. Era la primera llamada de la lista que tenía marcada.
“Dos semanas después estaba sentado con él en el puerto de Marsella”.
La entrevista le sirvió al autor para conocer características de José Luis, descubrir qué tipo de persona era, más que la vivencia en el campo de concentración, porque el hombre, dicho por su propio hijo no hablaba casi de esos días terribles.
“Me aportó características de su papá y otras tantas cosas que se quedaron en el tintero. En algún momento, no sé cómo lo consiguió, me mostró un uniforme militar de Estados Unidos, le puso parches del Ejército mexicano. Tengo unas fotos del uniforme, su hijo me lo llevó, me enseñó el uniforme y es una cosa conmovedora, nada que ver con la novela, pero él siguió diciendo que era mexicano por el resto de sus días”.
Julio Godínez asegura que gracias a “El mexicano de Buchenwald”, su obra prima, descubrió la libertad que da la literatura, no obstante, reconoce que esa libertad también implica una gran responsabilidad, porque el reportero le deja el final de sus historias a la realidad, pero en el caso del autor de novela, él es el responsable del final de las historias, que tienen que ser congruentes y creíbles.
ASME
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