Consolidada la “ola privatizadora” que puso a la venta (a precios de garage) cantidad de bienes nacionales y concesiones casi de por vida de otros (teléfonos, televisoras, minas, carreteras y hasta prisiones, etc.), la narrativa pasó de la denostación del “Estado ineficiente y corrupto” a la de la “Bienaventuranza privada y modernizadora” y su idea de supuesta superioridad técnica, moral y lógica.
“Todas las sociedades tienen necesidad de justificar sus desigualdades, dice el economista Thomas Piketty (Capital e Ideología).
En efecto, como sucedió en casi todo el mundo, en nuestro país se comenzó a propagar entonces la monserga de que “la riqueza de los ricos es justa y se fundamenta en sus méritos”, y la pobreza de los pobres también es justa porque millones no han hecho otra cosa que merecerlo.
Nada más falso. Por principio de cuentas, durante siglos se ha probado que entre el aumento de la riqueza y la indigencia existe una correspondencia directa, de modo que a más concentración más miseria.
Y también se ha probado que la riqueza lograda por “méritos” (la pretendida meritocracia, bandera del esfuerzo y la innovación) no es más que otra de las muchas baladronadas del credo neoliberal que se intentó vender para no husmear en los orígenes de las mismas y en esa forma acatar, sin chistar, que “los talentos” incluso se heredan y, obvio, son muy escasos (por eso la concentración en pocas manos y la miseria de millones, como ha venido sucediendo).
Hasta institutos de “pensamiento económico” criticados por ser supuestamente “porristas” de la globalización y del libre comercio (el Peterson Institute For Internacional Economics, con sede en Washington, Estados Unidos), han dado cuenta del origen de las fortunas mundiales, sin que sus trabajos hayan sido refutados en una sola línea.
Por ejemplo, en un trabajo de ese instituto (2016) se detalló por país el porcentaje de fortunas obtenidas mediante herencias, fundaciones de compañías, propietarios y ejecutivos, por conexiones políticas y del sector financiero. (La investigación ha sido ampliamente difundida y se puede consultar aquí, con todo y mapas, en una labor que incluyó “talentos” neoliberales, sultanes, reinas, reyes y hasta hirsutas barbas tropicales de tufo dictatorial).
Ya es escandaloso, primero, cómo las grandes fortunas han aumentado a partir de 1995 en el mundo, acompañadas justo por el discurso de la “meritocracia”, y en el caso de México no se hace otra cosa que desmontar todos los “méritos” auto-atribuidos: 37.5 por ciento de la riqueza es heredada, 25 por ciento se obtuvo mediante conexiones políticas y sólo 12.5 por ciento correspondió a fundaciones de compañías, otro tanto a propietarios y ejecutivos e igual porcentaje al sector financiero.
Es decir, el 62.5 por ciento está ligado a la “cuna”, al compadrazgo político, al “cuñadazgo” o la apenas encubierta sociedad entre poder económico-poder político (evasión y elusión de pago de impuestos como lubricantes del éxito perpetuo) y sólo 12.5 por ciento a la fundación de compañías.
México aportó el 1 por ciento al ranking de multimillonarios en el mundo, lejos de los Estados Unidos (30.2 por ciento), China (9.2 por ciento), Reino Unido (2.8 por ciento) o el 3.9 por ciento de Brasil, pero al final el dato refleja la insultante concentración en nuestro país, con el añadido que de ese “1 por ciento” hay varios están en el top ten mundial de los multimillonarios (más grotesco, imposible).
Por eso la gritería en la reducida galería del status quo cuando se pretende un juego más equilibrado. Por ejemplo, ¿por qué en vez de solicitar que el gobierno cancele obras y canalice los fondos para atender el Covid-19 no se pide el establecimiento de un impuesto a las herencias, lo que ya viene sucediendo en otros países? ¿Por qué no se suscribe un desplegado exigiendo aumentar los impuestos y cobrarlos a las corporaciones domésticas y multinacionales?
La razón es simple: choca contra la doctrina de la depredación y el agandalle pasada por “meritocracia”, donde los equilibrios son sólo cuentos del fracaso comprobado.
ASME
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