El otro Manuel Payno: crónicas y narraciones cortas

Del autor de las famosas novelas ‘Los bandidos de Río Frío’, ‘El fistol del diablo’ y ‘El hombre de la situación’, Manuel Payno (1810-1894), se conocen menos sus crónicas, cuentos y novelas cortas. Este ensayo recupera y glosa algunas de esas obras con el criterio equilibrado del lector atento e informado.

Justamente famoso por sus vastas novelas, en especial Los bandidos de Río Frío y, en menor medida, El fistol del diablo El hombre de la situación, Manuel Payno (¿1810?-1893), el mejor novelista de nuestro siglo XIX, también se distinguió, en menor grado, en la escritura de novelas cortas, cuentos, leyendas, artículos periodísticos y la crónica, ya histórica, ya actual. De las crónicas y artículos, como los dividió en una antología Francisco Monterde,1 detallado estudioso de lo mexicano, no hay casi una o uno que no leamos con provecho histórico y estético. La crítica ha señalado que su escritura es descuidada, pero lo olvidamos pronto la gran mayoría de las veces porque lo contado atrapa al lector. Payno se distinguió como un maestro de la intriga.

Monterde eligió muy bien las crónicas. La que abre (“Los primeros tiempos de la libertad mexicana”) sigue los días iniciales al ejército insurgente desde el pueblo de Dolores hasta llegar rodeando el estado, a la ciudad de Guanajuato. En dos semanas, aquel ejército mal preparado aglutinaba ya 30 mil combatientes. La mañana parecía en México anunciar el mediodía.

En un artículo, Payno redacta una vindicación fervorosa del arte de Francisco Eduardo Tres-Guerras, cuando en 1842 lleva a cabo una visita a la ciudad de Celaya. Con viva admiración, se detiene especialmente en las pinturas del convento del Carmen: ante el altar se queda maravillado con la belleza de la Virgen, y en una de las capillas sucede igualmente con el mural del Juicio Final, el cual contiene algo de pesadilla. Por cierto, Tres-Guerras pintó su autorretrato entre los bienaventurados y los réprobos. Payno reproduce hacia el final una carta de Tres-Guerras a un amigo (ignoramos quién) donde habla de su vida “quieta, tranquila, ignorada de la multitud y calumniada de las minorías envidiosas”. Una de esas minorías tiene apellidos: Zapari, García, Ortiz, Paz, “arquitectos de chupalargas”,2 por demás hoy olvidados. Por la carta sabemos que quiso ser fraile y aun tuvo intención de casarse. Luego, con ninguna o escasa fortuna, se dedicó a diversos oficios. Tres-Guerras se consideraba arquitecto, pero también fue un pintor de vuelo. Murió en 1832 a causa de la peste del cólera morbo que hizo estragos en el país. Tenía ochenta y ocho años.

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La crónica de viaje: San Ángel, Veracruz, Monterrey…

Quizá la más bella crónica de Payno es “Viaje sentimental a San Ángel”. Dividida en tres partes, en la primera, “El camino”, relata el trayecto a caballo de tres leguas (cosa de 17 kilómetros), posiblemente desde el centro histórico hasta el convento del Carmen; la segunda, el (re)conocimiento del convento, y la última, la subida a caballo para visitar El Cabrío,3 el áspero y verde pueblito de Tizapán. Las descripciones de la cabalgata hacia San Ángel y las imágenes y vistas de El Cabrío son exaltantes; por ejemplo, de la primera, los continuos cuadros del paisaje que mira desde “las calzadas de álamos y sauces que atraviesan en medio de los campos de trigo y maíz” bajo un cielo azul y oro, o los árboles de Chapultepec y “las lomas de Tacubaya sembradas de casas” y al fondo el lomerío de Chapultepec, o más al fondo, las montañas del Ajusco azules y negras, boscosas en las cimas. Una belleza que le trae recuerdos de una juventud que está a punto de decir adiós con los “sueños de felicidad”.

Después de llegar a San Ángel, una “aldea lujosa”, con casas donde los aristócratas pasan el verano, se dirige a la iglesia y el convento del Carmen, donde lo espera el padre Juan de San Elías, y con él come en el huerto y pasea por la arboleda. Al día siguiente sube con su caballo por un sendero angosto hacia Tizapán, y entran a El Cabrío, donde había una arisca naturaleza a un lado y del otro una benévola y frutal, o de otra manera, entre el desfiladero y un pueblo de indios. No falta en la breve aldea una Diana a caballo que deslumbra al autor, y su asombro crece cuando, a la última luz del crepúsculo, contempla una cascada que se forma por un riachuelo. Esas imágenes, dice, las llevará dondequiera que viva o viaje. Un paisaje que hace mucho tiempo se perdió en Ciudad de México.

Otra cascada, la de la hacienda de la Orduña, cerca de Coatepec, Veracruz, deja maravillado a Payno, y así se lo escribe en una carta-crónica a la dueña, la señora Micaela R. de Bonilla. Vista desde arriba, en medio del silencio humano, Payno y sus acompañantes oyen “el melancólico susurro del río, la voz solemne de la cascada, el canto de las aves y los suspiros de la brisa que jugaba en las ramas de los árboles”.

Por placer o trabajo, Payno viajó mucho, incluyendo numerosos sitios de nuestro país. Es curioso que una de las ciudades descritas sea Monterrey, la cual conoció verde en 1844 y dijo, ante nuestra extrañeza histórica, que “sin exageración puede llamarse un jardín”. Bien trazada entonces la ciudad, “las casas no eran bellas ni elegantes, pero sí cómodas”. Con alta admiración juzga que aquello que vuelve a Monterrey “extremadamente bella” es estar al pie del cerro de la Mitra, y sobre todo, del cerro de La Silla, el cual, para definirlo, abunda en superlativos, al grado de decir que le parece el más bello que ha visto en su vida.

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La narración romántica: expresiones de una época

Sus dos novelas cortas son notables y los cuentos de variable calidad. Al igual que las crónicas, los escribió desde los años treinta del siglo antepasado, pero en especial entre 1842 y 1845. Como Fernando Calderón, Guillermo Prieto y Rodríguez Galván, Payno corregía muy poco, como si tuviera por obligación que entregar el texto al otro día. Si en la conversación, como recuerda el gran irreverente e iconoclasta Ignacio Ramírez, Payno era “fácil, inesperado”, lo era asimismo en sus narraciones, donde predomina la voz, o si se quiere las voces. Es extraño que ese hombre a quien los amigos recuerdan como tranquilo, quien no perdía la compostura, escribiera tantas páginas violentísimas. Un hombre puede tener –no descubrimos el mar Mediterráneo– varias personalidades en una sola persona. Eso hace que en sus ficciones leamos de viva voz de Payno palabras y expresiones de la época, y por otro lado, que muchas veces sus crónicas y ficciones tengan viveza estilística. Sin embargo, urgido por la premura, en oposición, golpea al lector en buen número de páginas con descripciones fáciles, adjetivos fallidos, frases hechas, imágenes y metáforas enmieladas y párrafos moralizantes en que se critica una sociedad vana, racista y clasista.

Aunque viajó mucho y vivió en ciudades europeas y estadunidenses, sus narraciones suceden esencialmente en México, salvo cuatro o cinco. Quizá una de sus estancias más provechosas haya sido en Inglaterra, lo que le permitió leer y divulgar la literatura inglesa, algo raro en el siglo XIX latinoamericano.

Entre las ciudades de nuestro país, además de Ciudad de México, aparecen también principalmente Monterrey, Zacatecas, Guadalajara. En sus narraciones también los hechos pueden ubicarse en la Colonia, en la guerra de Independencia y en los años de la postindependencia hasta mil ochocientos cuarenta y tantos.

Las narraciones románticas, en la época cuando Payno publica sus cuentos y novelas cortas, se poblaron de amores trágicos o malogrados, mujeres angelicales seducidas o engañadas por petimetres o carcamanes que se aprovechan de la inocencia o la buena fe, heroísmos que se pagan caros, hombres o mujeres que terminan devastados por la locura o la enfermedad o la miseria, y claro, las feroces venganzas. Entre los narradores del primer romanticismo era frecuente escribir dramas, aunque buen número terminan en melodramas. Con cierta frecuencia se crean situaciones escasamente creíbles. Con sus variaciones, parecen haber escrito el mismo mal cuento, y en su exageración, en sus defectos formales, en sus saltos narrativos, acaban careciendo de verosimilitud, condición esencial de la ficción. Por ejemplo, en Payno, para no huir de la época, hay varios cuentos cursis que terminan con la muerte del joven o la joven, que significará también una tragedia para los amantes y la familia, como “Un doctor”, “Alberto y Teresa”, “¡¡¡Loca!!!”, “Pepita” y “Amor secreto”, de los que tenemos la impresión de haberlos leído numerosas veces con otras palabras en otros autores, como si se imitaran unos a otros, salvo el bien llevado “La esposa del insurgente”.

La simpatía de Payno era mucho mayor por Ignacio Allende que por Miguel Hidalgo, quizá por el conocimiento de Allende de las tareas militares y su aversión a las irracionales matanzas.4 Si en la crónica histórica “Los primeros tiempos de la libertad mexicana” Payno narra exaltado los esbozos de la posibilidad de la libertad y el surgimiento de una nación, en “La esposa de un insurgente”, luego de cuatro meses del 16 de septiembre, los insurgentes, tolerados por Hidalgo, ultiman y llevan a la cárcel a todo español que se cruza en el camino. En el cuento, una joven de dieciséis años5 (Teresa) busca salvar a su padre y a su prometido. Llega hasta la casa provisional del insurgente Alberto y su esposa Manuela. Les cuenta su calvario. Recurre a ambos como último recurso. En unas horas su padre y su novio serán ejecutados, suplica. La acción se acelera. Ambos, sobre todo la esposa del insurgente, buscan hasta lo último evitar la ejecución.

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Violencia, sencillez y melancolía: el equilibrio de la novela corta

Tengo para mí que lo mejor de sus narraciones son, sin duda, sus novelas cortas o cuentos largos, “Aventuras de un veterano” y “La víspera y el día de la boda”, pero en la mayoría de sus cuentos, aunque imperfectos, o no redondeados, hallamos momentos vívidos y agradables. En “La víspera y el día de la boda” equilibra muy bien una suerte de tranquilidad bucólica con la violencia feroz ejercida en la otra parte por los comanches, para terminar la novela con una página de honda melancolía.

Tal vez escribe la narración en el tiempo cuando visitó Monterrey, que describe en su breve crónica; tal vez vivió los hechos directamente,6 tal vez se los contaron. La primera parte es conmovedora en su sencillez bondadosa. Yendo hacia Monterrey dos soldados cabalgan en Nuevo León buscando descanso y van hacia un lugar llamado Tlaxcala, pero los habitantes lo llaman El Pueblito. La aldea se alza en una suerte de oasis. Fatigados, acaban durmiendo bajo “un altísimo fresno”. Dos adolescentes, agraciadas y leves, quienes los ven, cubren con el sombrero de los soldados donde el sol pega en su rostro. El soldado que narra las ve de reojo y queda encantado. Ambos soldados, al caer el crepúsculo, van a la casita para pedir posada. Una señora (Jacinta) los acoge. Las muchachas (Paula y Rita) son hijas de ella y de su marido (Juan García). Don Juan es un ranchero rústico, ignorante, pero como toda la familia, de corazón hospitalario. Se enteran ambos soldados que la mayor, Paula, está por casarse. Les dan de cenar y los alojan en un cuarto.

Un año después, el soldado narrador pasa cerca de El Pueblito. Decide pasar a visitar a los García en su casa. Se queda petrificado: de la casa y del jardín sólo hay ruinas. Se encuentra con el hermano de don Juan, Tadeo García, quien evoca a la familia y narra las atrocidades de los comanches en el pueblo y en el entorno. La relación de los hechos crispa al narrador y crispa a los lectores por la crueldad despiadada. Un cuento largo de horror y desolación.

Los hechos de “Aventura de un veterano” acaecen en los tiempos que la lucha por la independencia la encabezaba José María Morelos. Por si hubiera alguna duda, Payno pone, abajo del título de la novela breve, Cuento romántico. Tiene como asunto cardinal la minuciosa caza del capitán Pedro Celestino Castaños para acabar con un bandido llamado Rascón Fernández, quien, con su gavilla de proscritos, incendió su casa, mató a su mujer y se robó a su hija (Rosa), de quien, por cierto, el bandido acabaría enamorándose. El incesante asedio, el rencoroso afán de venganza, tendrá su retribución, pero también un nuevo dolor. El cuento hubiera sido perfecto si hubiera dado un indicio de lo que el capitán se entera al final.

Los cuentos europeos

Aunque acaecidas varios o muchos siglos antes, Payno recrea o adapta tradiciones europeas que tienen el espíritu y el sueño románticos, en la que no es descartado un toque de exotismo: “El castillo del Barón d’Artal”, “La lámpara” y“El lucero de Málaga”. Salvo la primera, tienen en la superficie y en el fondo, el sabor corrosivo de la venganza. Aquel, cuyos hechos tienen lugar durante la Cruzada de 1099 y en los años posteriores, pondera el heroísmo de los dos personajes prominentes y la grandeza moral del Barón en su rivalidad amorosa con el que cree su enemigo; “La lámpara”, con sus augurios nefastos, ocurre en el tiempo cuando en España dominan los godos, y es un grito sanguinario del mal y la normalización posterior de la vida cotidiana como si nada hubiera ocurrido; la menos venturosa de las narraciones es “El lucero de Málaga”, donde la aventura mediterránea de la muchacha española se oscurece con hechos y coincidencias que el lector se esfuerza en creer.

De estos cuentos europeos, uno muy bueno, con toques de ironía y ternura, es “El cura y la ópera”, que tiene como tema de fondo la transgresión inocente. Para escribirlo, para ambientarlo, creemos que Payno aprovecha muy bien sus lecturas inglesas y algo del recuerdo de su paso por Inglaterra. En él se narran las vicisitudes de un anciano clérigo para asistir a la ópera en Londres.

Liberal moderado, Manuel Payno, como funcionario público, ejerció varias veces con excelencia el ministerio de Hacienda en la década de los cincuenta. También fue diplomático, diputado y senador. Conoció el destierro en el último gobierno de Santa Anna (1852-1855) y una breve estadía en la cárcel en 1863 cuando empezó la intervención francesa. Siempre me ha llamado la atención que un hombre del XIX, frisando la octava década de su vida, tuviera la enjundia para escribir Los bandidos de Río Frío, una novela que es un violento retrato del México de la primera mitad del siglo XIX, pero que podría serlo también en proporción y en esencia del México del siglo XX y XXI. Sin embargo, como hemos querido ilustrarlo, ya en los años cuarenta del XIX Payno descollaba como narrador y cronista, y era notable, para decirlo con Paul Valéry, que tenía talento y algo más, lo cual diferencia al verdadero poeta o escritor de la copiosa medianía.

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Notas

1. Manuel Payno. Artículos y narraciones, UNAM, Biblioteca del Estudiante Universitario.

2. Ignoramos el término exacto de este adjetivo calificativo, pero se sobreentiende que habla de su medianía artística.

3. Por cierto, en párrafos autobiográficos, el jovencísimo Juan Díaz Covarrubias describe la zona y se queda varios meses en el campo, cerca de allí (Obras Completas, tomo II, Impresiones y sentimientos, “Giros de la vida”, pp. 28-29, estudio preliminar, edición y notas de Clementina Díaz y de Ovando, UNAM, Nueva biblioteca Mexicana, 1959).

4. En sus cuentos y novelas, Payno destaca las matanzas que permite Hidalgo, pero no menciona las de Félix María Calleja y Agustín de Iturbide. Inclusive a Iturbide, principal consumador de la Independencia, lo ve como a un héroe de la libertad, no mencionando el error catastrófico de erigirse en emperador, que es lo contrario del héroe de la libertad. Ve sólo la parte blanca. Hay un cuento primerizo, “María”, en que la muchacha conoce a Iturbide a su regreso a México en 1824, cuando desciende del barco en Soto la Marina, Tamaulipas, y ella y su madre lo siguen hasta cuando es fusilado en el pueblo de Padilla. María vivirá enamorada del recuerdo del exrealista, exlibertador y exemperador.

5. ¿Por qué Payno, o en general nuestros románticos, tenían preferencia por las jóvenes de dieciséis años? Es la edad de las muchachas que más aparece.

6. Por lo demás, está escrita en primera persona.

Información de Marco Antonio Campos

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