En la medida en que el mundo cambia, también las ideas sobre el papel del Estado en el desarrollo económico y social.
Por ejemplo, si nos remitimos a poco después de la ‘segunda guerra mundial’, vemos que unos asesores y técnicos competentes formularían políticas acertadas, que después serían puestas en práctica por buenos gobiernos en bien de la sociedad.
En este momento, es importante mencionar que, para esa época, lo más idóneo, era la flexibilidad para aplicar las políticas formuladas por los tecnócratas.
Pero desgraciadamente, poderosos gobernantes actuaron en forma arbitraria. La corrupción se convirtió en mal endémico. El proceso de desarrollo perdió impulso, y la pobreza se consolidó.
Es importante analizar que, en los últimos cien años, la presencia y la intervención del Estado, han crecido enormemente, sobre todo en los países industriales.
Esto fue precisamente porque las economías industriales ampliaron el Estado de bienestar, y muchos países adoptaron estrategias de desarrollo bajo la dirección estatal.
El gasto público representa en estos momentos casi la mitad del ingreso total en los países industriales, y aproximadamente la cuarta parte en los países en desarrollo.
La integración mundial de las economías y la propagación de la democracia han reducido las oportunidades para un comportamiento arbitrario y caprichoso.
Todos los sistemas normativos, deben responder a los parámetros de una economía mundial globalizada.
Aquí entran las más poderosas de las actividades a nivel mundial: los mercados. Estos exigen, irritados por las deficiencias del sector estatal por medio de organizaciones no gubernamentales, “mayor transparencia en las prácticas de gobierno y fortalecerlo para alcanzar los objetivos para los que se le han asignado”.
Es importante mencionar que:
“En la antigua Unión Soviética y en Europa central y oriental fue precisamente la demostrada incapacidad del Estado de cumplir sus promesas, lo que en última instancia los llevó a su derrocamiento”. Como consecuencia de un vacío creado, los ciudadanos se ven privados de bienes colectivos básicos, como del orden público.
Para aligerar la carga del sector estatal, se preverán acciones mediante la participación de individuos y las comunidades, esto para el suministro de los bienes colectivos fundamentales.
Esto se traduce en una doble estrategia: acomodar la función del Estado a su capacidad. Revitalizar las instituciones públicas, mediante un aumento de la capacidad del Estado. Por ejemplo, con remuneraciones e incentivos, aumento para que el sector estatal responda más eficazmente a las necesidades de la población, cerrando la brecha entre gobierno y pueblo.
Hay que decidir qué se debe, cómo se debe y cómo hacer las cosas. Para esto, la primera función del Estado, es cimentar bien las cosas, en cinco tareas fundamentales:
Orden jurídico básico; políticas no distorsionantes, (incluida la estabilidad macroeconómica); inversión en servicios sociales básicos; protección de grupos vulnerables; y defensa del medio ambiente.
Definitivamente el Estado tiene una complementariedad junto con el mercado. El primero es esencial para sentar las bases institucionales que requiere el segundo.
Desgraciadamente, existen muchos países que no cuentan con las bases institucionales imprescindibles para el desarrollo de mercado.
Es triste, pero muchos países gastan mucho más dinero para la educación de estudiantes ricos universitarios, y de clase media, que para la educación básica de niños necesitados.
La pobreza y la desigualdad suelen afectar en forma desproporcionada a las minorías étnicas y a las mujeres, o a las zonas geográficas desfavorecidas.
Excluidos, marginados, estos grupos se constituyen en tierra fértil para la violencia y la inestabilidad. Lo vemos todos los días, de norte a sur, y de oriente a poniente de nuestro enorme, bello, gratificante y poderoso, suelo mexicano. Es triste, digo.
Pero cómo no. Hoy vi en la mañana en Las Torres y Heriberto Henríquez, en Toluca, a un hombre miserable, desgarrado, sucio, muerto de hambre, pero eso sí… trabaje y trabaje: regalando por lo que le dieran, un periódico del día. No tenía cambio, así que le ofrecí mis “papitas” que comía.
El periódico no se lo acepté. “Pa’ que te den otros centavos, hijo.” Muchas bendiciones recibí a cambio. Ese ser paupérrimo, ya se salvó, pensé, no es un delincuente. Y me pregunto… ¿hasta cuándo? Y lloro.