Justo en los días en los que se dieron a conocer los archivos de Guacamaya Leaks llega a las librerías del país una novela cargada de intriga, tensión diplomática, astucia, pero sobre todo de espías y espionaje.
El cazador de secretos, escrita por Enrique Berruga Filloy, bajo el sello de Editorial Espasa, nada tiene que ver con los seis terabytes de información sustraída de los archivos digitales de la Sedena, aunque en el fondo el objetivo del protagonista de la novela es el mismo que el de los piratas informáticos: obtener información confidencial que solo conocen unos pocos.
Berruga se inspiró para escribir su obra en el dato poco conocido de que Lee Harvey Oswald, el asesino del expresidente norteamericano John F. Kennedy, estuvo en la Ciudad de México siete semanas antes del magnicidio.
“Empecé a investigar qué había pasado durante esos días en México y te diría que en la novela está plasmado lo que existe en fuentes abiertas, no creo que haya mucho más de lo que yo pude descubrir.
El reto, el acertijo, la travesura para el lector es discernir entre qué cosas son producto de mi imaginación y qué cosas podría encontrar cualquier investigador acucioso, en algún documento, claro”, dice entretenido.
“Muy poca gente conoce la visita de Lee Harvey a México, justamente unas semanas antes del asesinato. El presidente Trump, cuando era candidato, ofreció que abriría de una vez y para siempre los expedientes sobre el asesinato de Kennedy, los expedientes confidenciales o clasificados que tiene el gobierno de Estados Unidos y curiosamente lo convencieron de que no era prudente abrirlos, aunque hayan pasado casi 60 años”, explica.
La historia que elaboró quien fuera embajador de México ante las Naciones Unidas tiene como protagonista a Valentín Guzmán, un espía de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS), cuya misión es seguir los pasos de Harvey Oswald, un ciudadano estadounidense que en plena guerra fría tenía como antecedente haber vivido en la Unión Soviética y que tenía la intención de visitar Cuba.
Guzmán, al igual que los hackers informáticos de la actualidad, se mueve con secrecía, en el anonimato, solo sus compañeros de oficina saben en qué anda metido, no así Mariana, su pareja sentimental, quien es atrapada y envuelta por los servicios de inteligencia con lo que la trama se complica más de la cuenta.
Un personaje central en la historia, que le da un dejo de historia real, es Fernando Gutiérrez Barrios, el célebre y enigmático director de la DFS cuando el asesinato de Kennedy, y que en la novela es la voz cantante para seguir los pasos de Oswald.
Enrique Berruga lo describe así en entrevista para La Jornada Estado de México: “Es un personaje responsable de la construcción de los sistemas de espionaje, investigación, infiltración y otras travesuras.
“Tuvo relación muy curiosa con muchos servicios de inteligencia del mundo y creó una infraestructura, muy a la mexicana, básicamente lo que requería el Estado mexicano”.
En ese sentido, y bajo el entendido de que en los años 60 no existían los adelantos tecnológicos de ahora, Valentín Guzmán se vale de decenas de disfraces que guarda en su casa para realizar su trabajo de espía: el más socorrido, el de trabajador de una empresa telefónica para trepar a los postes y observar hacia adentro de la embajada soviética.
“Esta novela está enclavada en una etapa del espionaje clásico. Hoy en día ha cambiado mucho sobre todo por la tecnología. Quien maneja sistemas de espionaje cibernético está atrás de seis computadoras, o diez, pero no está arriesgando el pellejo en la calle siendo motivo de contraespionaje, por ejemplo.
“Ahora se tienen que cuidar de pantalla contra pantalla, le pican a cuatro botones y entran en lo que quieren entrar. En esa época era totalmente distinto”, dice el también autor de otros títulos como Destino: Los Pinos; El martes del silencio y Propiedad ajena.
Describir en su novela el comportamiento de espías soviéticos o cubanos no fue difícil para Berruga, quien, en su labor como embajador ante Naciones Unidas o como subsecretario de Relaciones Exteriores, conoció a personajes que, aunque estaban acreditados como agregados de cooperación técnica o agrícola, en realidad podrían ser espías.
Algo que plasma la novela, explica, son los diferentes estilos de los servicios de inteligencia cubano, soviético, estadounidense y mexicano.
“Un coctel muy sabroso desde el punto de vista literario. A mí me tocó estar en muchas sesiones soviéticas donde lo primero que fluye es el vodka, fuerte. Ya después de cierto número de tragos o botellas empezaban a entrar en materia y luego de más tragos empezaban a preguntar cosas”, relata.
“Todo es hackeable”
Sobre el hackeo y robo de información que sufrió la Sedena por parte del grupo denominado Guacamaya, Berruga dice esperar que más allá de la respuesta jocosa de Chico Ché, el gobierno mexicano esté aplicado en protegerse de otro posible ataque cibernético.
“Porque igual que hablamos del Ejército mexicano qué tal si atacan el Banco de México o a la Secretaría de Hacienda, de Gobernación o a la Fiscalía General de la República. Yo no veo por qué no, si pudieron con uno no puedan con otro. Espero que se esté blindando o protegiendo valores estratégicos, los pozos de Pemex, por ejemplo.
“Hay una respuesta que da el Gobierno, Chico Ché y lo que tú quieras, pero debe haber una respuesta puntual y de fondo detrás de esto porque sí es un riesgo para un estado, para un país”, dice.
“La verdad es que hoy día esto prueba que con un poco más, con mayores recursos, casi todo es hackeable”, resume.
En su papel de exfuncionario se le pregunta cuál es la calificación que le da a la política exterior de
México actualmente.
“Es que yo no tengo la libreta de calificaciones”.
-Bueno, ¿cómo valora el trabajo de Marcelo Ebrard al frente de la cancillería?
“Prefiero omitir mi opinión”.
TAR