Hoy al despertar y darme cuenta que estoy viva, entendí el secreto: puedes estar enfermo o puedes estar sano; puedes ser millonario o pobre; lo que hace que la vida sea un milagro, es que te des cuenta de que tú eres el milagro y que en ti está la capacidad de verlo, sentirlo, creerlo y crearlo. Y tu y yo, podemos hacerlo.

La palabra tiene poder. Nuestra palabra, tiene poder. En este momento ahuyento de mi cualquier circunstancia y toda situación discordante. En mi mente, en mi alma, en mi cuerpo y en mis negocios, el orden divino se encuentra enraizado. 

Me cambio de casa. Me encuentro aquí, haciendo todas las cosas nuevas.  Aquello que consideraba un don inalcanzable, llega ahora y lo imprevisto ocurre. Ahora soplan hacia mí, los cuatro vientos del triunfo. El bienestar eterno se presenta en mí de norte a sur y de este a oeste. Jesús, el Cristo está resucitando en mí y mi destino se consuma ahora. Por senderos interminables, el bienestar eterno llega a mi ahora. Hago resonar mis campanas.

Y me regocijo, ya que Dios me antecede, haciendo mi camino sencillo, despejado y próspero. Por mi éxito total, doy gracias. Arraso con todas las dificultades que están ante mí, ya que trabajo con el espíritu y sigo el plan divino de mi vida. Mi juego espiritual marcha hacia lo alto. Poseo la energía suficiente para cada situación. Siempre estoy alerta para mi bienestar y recojo la cosecha de las oportunidades infinitas.

Me encuentro en armonía equilibrada, y energizada. En este momento aproximo hacia mí, mi propio bienestar. Mi poder es invencible. Es el poder de Dios. Ahora en mi mente, en mi cuerpo y en mis negocios, habita el orden divino. Visualizo claramente. Proceso con rapidez y mis más grandes ilusiones, se cumplen por caminos milagrosos. En el plano espiritual, no existe la competencia.

Un día, de sopetón y sin previo aviso, me fui a la puerta de madera, del lugar bello en donde vivo. Por azares del destino, me di la caída más grande de la que yo tenga memoria. Por supuesto por sonsa. Por andar hablando por teléfono y con la otra mano cargada de chaleco y bolsa. Y tuve esguinces de tercer nivel –todavía tengo—por lo menos tres meses seguidos.

Allí no pude levantarme. De repente vi a un hombre, con un coche medianito, con la puerta abierta, de par en par, y con dos niños adentro: uno de 9 añitos, y ella de 5, bajarse rapidísimo a ayudarme. Yo no podía incorporarme. Además, el teléfono se me incrustó en la costilla derecha y la mano del mismo lado. Fatal caída. De verdad, no podía levantarme.

Me alzó como pudo, y me subió a la camioneta de una persona a la que yo estaba esperando hacía media hora. Íbamos a ver a una persona que se estaba muriendo y yo quería hablarle de Jesucristo. Ni esa caída, me lo pudo impedir.

Lo busqué por todo el fraccionamiento. Y le llevé unos libros que hice recientemente. Y cuál no sería mi sorpresa, que de repente, me llegó una carta muy bonita, donde me decía que nunca nunca se me olvidara que “Dios estaba conmigo y que me quería de aquí al fin de los tiempos”. O sea, siempre.

Lo fui a buscar. Para colmo, se llama Salvador. Y tiene una esposa hermosa, con un gran poder de oración -los dos-, que se llama Sandy. Desde entonces, Dios me mandó a mi casa a estos dos pastores, abogados, de una reciente iglesia cristiana, que vienen a mi casa y allí, tenemos grupos de oración.

La verdad es que, aunque yo no quiera creerlo, Dios ha estado conmigo, y me tuve que caer para que alguien me dijera que El estaba conmigo y que me amaba. Y yo le creo.

gildamh@hotmail.com

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