Y ahora que estaba sentado en su rincón preferido, el Rey Arturo recordó que tenía en el centro mismo de la tierra a un amigo que era su preferido. Era un rey como él, pero vivía en lugares bien lejanos. Pero de todos modos, le llegaban de él toda serie de buenos principios morales, y así grandes augurios. Su amigo era el gran Rey Netzahualcóyotl. Así recordó lo que había leído en un pergamino suyo, y lo quiso compartir con la mesa redonda:

“Son las caducas pompas del mundo como los verdes sauces, que por mucho que anhelen a la duración, al fin un inopinado fuego los consume, una cortante hacha los destroza, un cierzo los derriba, y la avanzada edad y decrepitud los agobia y entristece: siguen las púrpuras propiedades de la rosa en el color y la suerte: dura la hermosura de éstas, en tanto que sus castos botones avaros recogen y conservan aquellas porciones que cuaja en ricas perlas la Aurora, y económica deshace y derrite en líquidos rocíos; pero apenas el padre de los vivientes dirige sobre ellas el más ligero rayo de sus luces, les despoja su belleza y lozanía, haciendo que pierdan por marchitas, la encendida y purpúrea color con que agradablemente ufanas se vestían. En breves períodos cuentan las deleitosas repúblicas de las flores sus reinados; porque las que por la mañana ostentan soberbiamente engreídas la vanidad y el poder, por la tarde lloran la triste cadencia de su trono, y los repetidos parasismos que las impelen al desmayo, la aridez, la muerte y el sepulcro. Todas las cosas de la tierra tienen término, porque en la más festiva carrera de sus engreimientos y bizarrías, calman sus alientos, caen y se despeñan para el hoyo. Toda la redondez de la tierra es un sepulcro; no hay cosa que sustente, que con título de piedad no la esconda y la entierre. Corren los ríos, los arroyos, las fuentes y las aguas, y ningunas retroceden para sus alegres nacimientos: aceléranse con ansia para los vastos dominios de Tluloca (que es Neptuno), y cuanto más se arriman a sus dilatadas márgenes, tanto más van labrando las melancólicas urnas para sepultarse. Lo que fue ayer no es hoy, ni lo de hoy se afianza será mañana. Llenas están las bóvedas de pestilentes polvos, que antes eran huesos, … y cuerpos con alma; ocupando éstos los tronos, autorizando los doseles, presidiendo las asambleas, gobernando ejércitos, conquistando provincias, poseyendo tesoros, arrastrando cultos, lisonjeándose con el fausto, la majestad, la fortuna, el poder y la admiración. Pasaron estas glorias como el pavoroso humo que vomita y sale del infernal fuego del Popocatepetl, sin otros monumentos que acuerden sus existencias que las toscas pieles en que se escriben. …Y si yo os introdujera a los oscuros senos de esos panteones, y os preguntara, que, ¿cuáles eran los huesos del poderoso Achalchiuhtlanetzin, primer caudillo de los antiguos tultecas, de Necaxecmitl, reverente cultor de los dioses? Si os preguntara ¿dónde está la incomparable belleza de la gloriosa emperatriz Xiuhtzal, y por el pacífico Tolpitzin, último monarca del infeliz reino tulteca? Si os preguntara, ¿que cuáles eran las sagradas cenizas de nuestro primer padre Xólotl; las del munificentísimo Nópal; las del generoso Tlotzin, y aun por los calientes carbones de mi glorioso, inmortal, aunque infeliz y desventurado padre Ixtlilxóchitl? Si así os fuera preguntando por todos nuestros augustos progenitores, ¿qué me responderíais? Lo mismo que yo respondiera: Indipohdi, indipohdi; nada sé, nada sé, porque los primeros y últimos están confundidos con el barro. Lo que fue de ellos, ha de ser de nosotros y de los que nos sucedieren.

Netzahualcóyotl


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