La batalla de las palabras: Agustín Ramos y la literatura

Por: Agustín Sánchez Monroy

Crónica del encuentro con la obra del maestro Agustín Ramos (Tulancingo, Hidalgo, 1952), narrador y ensayista, querido colaborador de estas páginas y autor de ‘Al cielo por asalto’, ‘La vida no vale nada’, ‘Ahora que me acuerdo’, ‘Olvidar el futuro’ y ‘Justicia mayor’, entre otras novelas, y una muy elocuente invitación a su lectura.

lanzó un poderoso golpe con la derecha, rápido como un relámpago y recto como una pértiga contra el aturdido centro de la cabeza de Foreman.

Norman Mailer, El combate


Estoy frente al caos de mi escritorio. A mi izquierda, un volumen viejo y hermoso de El combate, ese fantástico texto de Norman Mailer. Recuerda una legendaria batalla del boxeo: Alí contra Foreman, en Zaire. Contada en sus múltiples detalles por Mailer, se revela en su dimensión épica y artística.

En la portada veo a Muhammad Alí que, a su vez, mira a George Foreman derrumbarse mientras éste mira con la frontera de su ojo a Alí, pero va hacia la lona sin ver en realidad ya nada. Eso: lo que encuentro en esa fotografía es exactamente lo que Joyce describía en el Retrato del artista adolescente como éxtasis estético. Es el espectador derrumbado por el golpe súbito de la contemplación de la belleza absoluta, que sólo alcanzan pocas obras de arte.

Yo, queridos amigos, he vivido el mismo trance de Foreman. De eso van mis palabras: hacer la crónica de mi encuentro con el maestro Agustín Ramos. Mis cinco asaltos peleando, atacando con mis mejores habilidades de lector, casi danzando como el verdadero boxeo, con y no contra Agustín Ramos.

Primer asalto. Derechazo en el primer round

El consejo elemental de un manejador dice: no permitas nunca que tu adversario te ataque con su mano hábil. No puedes. Sería el primer reclamo de autoridad y no debes concederlo. Alí, sin embargo, golpea a Foreman, por primera vez, en el primero asalto, con la mano derecha.

La pelea se decide en ese primer ataque

También, como muchos de nuestros participantes, tuve un primer round hace ya algunos años, con Al cielo por asalto. Agustín Ramos era un escritor nuevo para mí. Lo conocí en la edición conmemorativa de los veinticinco años. Luego me di a la tarea de revisar y comparar con minuciosidad la primera edición de Era. Estaba tocado, como se dice en argot, pero sobreviví. Sin embargo, el golpe causó el daño necesario. Había un nocaut germinando en mi cerebro. Una novela poética, llena de imágenes alegóricas, de tiempos, sentimientos y anhelos. Dolorosa y limpia como punta de jeringa.

Al cielo por asalto fue, ahora me resulta claro, Muhammad Alí que golpeaba y decía en el oído de Foreman todo lo que era necesario decir para que él aceptara sin reticencias su destino: perder, rendirse, aunque la voluntad le impulsara a mantenerse erguido.

Segundo asalto. Combinación en corto

Aguanté tambaleante La vida no vale nada y Ahora que me acuerdo. Como un período necesario para asimilar el daño del primero. Fueron un poco como una saga con la que el artista machacaba un primer golpe repetido. La izquierda que daña, pero no tumba al oponente. La pelea es también una construcción artística. Dominio de ritmo y tiempo. Permitir que haya una recuperación necesaria para dejarla madurar. No precipitar nada, Todo en su punto exacto.

El maestro ganaba oficio, practicaba, hacía piernas, jugaba la cintura; todavía no es momento de tirarse a fondo.

Tercer asalto. Repetir el óper

Luego ya dueño del ring se apoyó en las cuerdas y tiró una combinación estratégica: fueron dos golpes precisos y poderosos. Ambos a la cabeza: La visita Tú eres Pedro. El maestro se involucró en una primera etapa de desempolvar archivos y perseguir a través del tiempo a personajes que corrían frente a él. Me aturdieron ambos y cada uno por razones distintas, pero también muy similares.

Le planté combate. Eludiendo y fallando. Mi respeto era ya definitivo.

Cuarto asalto. Combinación al cuerpo

Un gancho al plexo: Como la vida misma; recto a la mandíbula: La noche, y gancho al hígado: Olvidar el futuro, justo cuando lo creí contra las cuerdas y soñé que podía ser turno de contraatacar, absorbió los golpes como si nada. Pido perdón por lo que diré: me parecieron, al principio, textos menores. El problema es que crecen con cada relectura. Exactamente como ese puño de gancho que llega al hígado y duele después de uno o dos segundos, que te encoge sobre tu parte golpeada. Que te obliga a buscar aire y soñar con la campanada. Cambias cualquier meta por una sola: no derrumbarte.

Fueron textos sutiles, entrañables, y entrañosos, es decir, cargados de poesía fina, pero también de tripas y dientes apretados.

Quinto asalto. La lona

Gustavo, un amigo mutuo, puso en mis manos un ejemplar de Justicia mayor. Casi trescientas cincuenta páginas, Y fue abrirlo y recorrer las primeras líneas y no poder parar. Y no querer parar.

Ya el maestro estaba, más que nunca, en plan maestro. El adversario deja de importarle. El boxeo alcanza, como en la legendaria Alí-Foreman, la dignidad de obra estética superior. Conduce al adversario al punto exacto del cuadrilátero en donde ha decidido asestar el último golpe. Asegura todas las condiciones, cuida la luz, el estado de ánimo del público, todo.

Me impresiona la facilidad del maestro Ramos para hacer de este volumen un viaje; uno sube a la Otomí-tepehua y regresa a Tulancingo a pie, a lomo de caballo. Uno cierra el libro y le duelen las ampollas y tiene que buscar en la propia piel las garrapatas del camino. La curiosidad te obliga a verificar datos: abres los mapas de Google. Y amplificas la representación en colores de los niveles de altura, compruebas los nombres de los ríos y los poblados. Fatigas tu escasa biblioteca buscando a los personajes en los libros de historia.

La precisión geográfica es, en sí misma, una hazaña; lo es aún mayor el diseño de los personajes, que nunca parecen tales. No llevan máscaras; usan su propio rostro, caminan con pies y pasos humanos. No hay atisbos de maniqueísmo. No presenciamos un entramado de buenos contra malos. De un lado y del otro hay instintos, perversiones, juegos de poder.

Agustín Ramos inventa en Justicia mayor una máquina del tiempo. No hay el menor conflicto para que nosotros vayamos, entremos a las casas, a los templos, nos asomemos por los barrancos. No hay allí ningún descuido, nunca vemos el revés del escenario. No hay una sola puntada visible en los trajes hechos a la medida.

Justicia mayor es una impresionante lección de verosimilitud. Oigo las alegatas de los hombres, los veo en sus pasiones. Los huelo al volver de esas jornadas agotadoras. Los espío mientras tejen la tenebra política. Y ya no son actores, son hombres y mujeres que me miran de frente y se burlan de mí. De mis últimos pasos trastabillantes.

Nos aproximamos a un pueblo que abraza una religión ajena, y cree. El problema es creer. Quizás por eso casi todo nuestro cristianismo es fingimiento. Creer tiene más riesgos que no hacerlo. Me ha resultado muy revelador conocer un grupo de hombres y mujeres que un día se comprometen con la idea de que Cristo puede venir nuevamente. Y se persuaden de que es verdad, desean que sea entre los suyos.

Y a este salto de fe que se vuelve desacato, le oponemos un garcialunesco hombre que debe dar resultados. Ha sido puesto para hallar culpables y los encuentra o los construye. Culpables aunque, por muchos momentos, parece que ni siquiera hay delitos. Pedro José de Leoz es un perro de presa. Que no gane, deseamos al recorrer las líneas.

No quiero relatar aquí la historia, o las historias que se contienen en este volumen. Quiero, sí, dos cosas: una, señores y señoras, estoy en la lona. Justicia mayor representa para mí esa última combinación: recuerda, el nocaut sucede con un golpe o una combinación que no esperas.

Y sí, lo paradójico es que te trepaste al ring sabiendo que serías golpeado. Estudiaste al adversario. Crees saber exactamente cuál será su siguiente movimiento. Y cuando crees que puedes controlarlo y si bien no aspiras ya a ganar, sí pretendes que llegue la última campanada y te encuentre de pie. Y no es así.

Señores, estoy en la lona.

Pero aún no aplaudan, no vitoreen. Lo segundo que quiero advertir, antes de estrellar mi cabeza contra la lona, es: no soy yo quien puede derrotar al campeón, hay otros adversarios. Temo la suerte, no de Agustín Ramos, a quien vemos hacer sombra y saltar la cuerda como en sus mejores momentos. Temo por la suerte de este volumen.

Lo sabe Onetti, lo sabe Alfonso Reyes: hay textos tan bien logrado que rozan la perfección y, sin embargo, suelen dormir en el fondo de los baúles, olvidarse en el lado oscuro de las estanterías. Obras que esperan ser encontradas sin que nadie se haya tomado la molestia de ocultarlas. Están allí frente a los ojos de todos; en este tiempo de la inmediatez, en el reinado del Faceboock, del esmartfon, de la extrema distracción.

Digo, mientras caigo a la lona, antes de que salten al encordado y levanten al campeón en hombros, que no me crean, que lean Justicia mayor. Que no permitan que se pierda.

SPM