Miguel Pérez

La disciplina tricolor

Durante 70 años el Partido Revolucionario Institucional fue el partido hegemónico en México. Nadie le hacía sombra, ganaba de todas todas las elecciones que hubiese a nivel federal, estatal o municipal. Los militantes, pero particularmente las cúpulas del tricolor eran todopoderosas, formaban, junto con el gobierno en turno una simbiosis cuasi única. El presidente del partido era extraoficialmente un empleado del presidente de la república, parecía formar parte de su gabinete; desde Los Pinos se instruía quién debía encabezar el partido, cuándo iniciaba su mandato y cuando terminaba.

Si hubo algo que logró cohesionar durante décadas a los priistas, agrupados en sus tres poderosos sectores: el obrero, el campesino y el popular, era la disciplina. Gracias a la disciplina, cuando llegaba el momento del “destape” de los candidatos a gobernadores o a la presidencia de la república, la estructura partidista se alineaba inmediatamente y con ello la institución logró consolidarse y formar parte de eso que alguna vez el nobel Mario Vargas Llosa calificó como una “dictadura perfecta”.  La disciplina casi militar era requisito indispensable para todo aquel que se preciara de ser priista.

En la década de los 80 vino el primer resquebrajamiento de esa estructura. La salida de Cuauhtémoc Cárdenas y un grupo importante de priistas que exigían democracia al interior del partido lo cimbró de manera importante y a partir de ahí el tricolor fue perdiendo cimientos importantes. El sistema recurrió en 1988 al mayor fraude electoral para mantener la presidencia de la república. En 1997 perdió la capital del país, centro neurálgico de la vida política nacional.

El gran revés fue el año 2000 cuando el PAN logró sacar al tricolor de Los Pinos. A partir de ese año, el partido perdió la brújula. Al no contar con un líder único como lo era el presidente de la república, del que siempre habían dependido, los priistas no sabían cómo navegar en la vida partidista, no sabían cómo ser oposición, nunca habían tenido necesidad. De a poco el tricolor fue perdiendo cada vez más espacios. Regresaron a la presidencia pero la corrupción rampante en el sexenio de Enrique Peña Nieto hicieron que su último paso por la presidencia pasara sin pena ni gloria.

Ahora el PRI es la tercera fuerza política del país. A diferencia de sus años de gloria, el tricolor requiere forzosamente de formar alianza con el PAN y lo que queda del PRD, para tratar de sobrevivir.  

Los priistas saben que si compiten solos podrían desaparecer como instituto político. Pero para colmo de la militancia que aún queda del partido, la actual dirigencia nacional se encuentra enfrentada con el líder de la bancada senatorial del partido. Alejandro “Alito” Moreno ha decidido mantenerse al frente del partido más allá de lo que marca el estatuto interno. Miguel Ángel Osorio Chong, exige que no sea así y pide que se retire al término de su mandato. Ninguno parece querer ceder a su posición.

Seguramente desde el poder y desde la óptica del ahora partido dominante, Morena, el pleito entre priistas es oro molido. Porque entre más dividido esté uno de sus adversarios, menos fuerza tendrá la alianza con la que competirán en 2024 por la presidencia de la república. Al PRI le urge recuperar la disciplina o su destino está escrito.

REBURUJOS

Queda una semana de precampañas en el Estado de México y está claro, a partir de lo que se ha visto hasta el momento, que tanto Alejandra del Moral como Delfina Gómez y sus equipos tendrán que echar mano del ingenio si es que realmente quieren conquistar el voto no de su base partidista, sino de aquellos que aún no deciden por quién van a votar.

TAR