Por Miguel Pérez
¿Cuántos amigos o conocidos tiene usted en su cuenta de Facebook? ¿Los conoce a todos?, ¿con cuántos de ellos interactúa al mes, por no decir a la semana o al día? Y en su cuenta de Twitter ¿a cuántas personas sigue y cuántos lo siguen? ¿Acostumbra retuitear lo que le llama la atención? ¿A cuántas fotografías que observa en Instagram le da doble click para indicar que la imagen le gustó? ¿Son fotos de sus amigos o de otras cuentas de desconocidos que sigue o de algún hastag que buscó intencionalmente? ¿Cuando abrió su cuenta en alguna de estas redes generó una identidad anónima o tecleó sin pensarlo mucho su nombre, dirección, teléfono, correo electrónico y demás datos que le solicitaron?
Una pregunta más y le pido sea sincero en su respuesta: ¿La última vez que alguna de estas plataformas le notificó que había una actualización y que usted y sólo usted debía aceptar o rechazar después de leer la letra chiquita, realmente la leyó para conocer en qué consistía la actualización o sólo pulsó el botón de Aceptar para seguir disfrutando de ella?
Las “benditas redes sociales”, como acostumbra, o acostumbraba llamarlas el presidente Andrés Manuel López Obrador, han modificado completamente la manera de comunicación entre los seres humanos. Cualquiera de estas herramientas ha resultado de gran utilidad, particularmente en el último año, cuando el crecimiento en el uso de las mismas ha sido exponencial gracias al encierro obligatorio que se vive por la pandemia. Se han dado casos en el que a través de ellas se reencontraron familiares lejanos o incluso cercanos, pero que por la Covid no pueden estar juntos. Bodas, cumpleaños, bautizos, Navidad y Año Nuevo se realizaron teniendo como testigos virtuales a amigos, familiares y conocidos. Este es el color rosa de las historias que se comparten por decenas de millones diariamente.
Tan solo al cierre de 2020, Twitter contaba con 340 millones de usuarios, Facebook con 2 mil 449 millones e Instagram reportaba mil millones de usuarios activos al finalizar el año pasado.
Pero Facebook, Twitter, Instagram, Tiktok y demás aplicaciones no sólo han servido para el intercambio de saludos y momentos alegres de aquellos que gustan de compartir su vida a través de ellas. También son utilizadas para otros fines como criticar, denostar, polarizar, hacer apología de la violencia y entre otras muchas más, compartir noticias falsas, que a base de tanto retuit o “compartir”, se convierten en verdades para los menos rigurosos que no buscan reconfirmar el dato compartido.
En los últimos días el debate se ha centrado respecto a si se debe regular o no la manera de operar de estas herramientas virtuales. El Presidente López Obrador ha anunciado incluso que llevará el tema a la próxima reunión del grupo de los 20. Y todo porque Twitter concretamente cerró la cuenta del ex Presidente de Estados Unidos, Donald Trump y en México se han cancelado algunas cuentas de personas identificadas con la Cuarta Transformación.
Regular o no regular las redes sociales entra en un terreno peligroso. Las visiones en torno al tema se dividen. Hay quien defiende el proceder de las redes porque es un negocio privado que tiene reglas claras de operación, que cada quien acepta al momento de acceder a ella. Recuerda mi última pregunta planteada al principio de estas Ideas Sueltas. Hay quienes dicen que por encima del negocio está la libertad de expresión, que nadie puede censurar o callar a nadie, incluso en las redes sociales.
El debate resulta interesante y el desenlace es de pronóstico reservado. Por lo pronto, la próxima vez que su Aplicación favorita le informe de una nueva actualización, tómese unos segundos para pensar si le da Aceptar o mejor primero lee la letra chiquita.
Comentarios: migueles2000@hotmail.com
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