Las elecciones son emociones traducidas en votos. Desde hace décadas las neurociencias se han encargado de evidenciar, que en el proceso ordinario de la toma de decisiones, los individuos usamos “atajos cognitivos” para llegar más rápido a ciertas respuestas y en ellas juegan tanto los cálculos racionales de tiempo y costo, como las emociones (miedo y alegría o esperanza y temor, entre otros dilemas) que constituyen caminos fáciles para tomar ciertas decisiones complejas
En este sentido, cada quien mira una realidad distinta desde el lugar que la observa y el observador que mira ese comportamiento intentando sustraerse de dichas emociones, como lo hacen los medios de comunicación, que retratan esas actitudes o preferencias políticas sin inclinarse por alguna de ellas, enfrentan cada vez mayores dificultades para comprenderlas por la carga subjetiva que cada individuo posee. La polarización afectiva es una nueva corriente explicativa a la tradicional disputa ideológica de la izquierda-derecha tan característica de las elites partidarias. Para las elecciones mexicanas posteriores al 2018 todo parece indicar que dicha ‘polarización’ se trasladó al campo semántico creado por su principal animador; el presidente Andrés Manuel López Obrador, lo cual se ha traducido en un conflicto más o menos evidente. Obradoristas vs antiobradoristas. Esa disputa constituye la extensión de los clivajes más antiguos, ricos vs pobre, elites vs pueblo, modernidad vs tradición, etcétera.
Recientemente y con motivo de la nueva andanada contra la SCJN, el diputado federal Manuel Alejandro Robles Gómez, lo puntualizó “hay que obradorizar al poder judicial” (lo que sea que eso signifique), con lo que se concretiza un dilema clásico en la disputa política más autoritaria; “o estás conmigo o estas contra mí”. Se trata en voz de Ernesto Laclau (La razón del populismo) de “llenar de contenidos” a un conflicto largamente construido, en donde los actores se han trasladado del campo de lo institucional al de los liderazgos; hoy nadie piensa en partidos políticos como intermediarios del conflicto, hoy es el pueblo quien tiene el poder o como también ha dicho Chantal Mouffe (Agonística: pensar el mundo políticamente) “el error del modelo de la democracia consensual es pensar que todo podía resolverse por los acuerdos”, y eso además de ingenuo, ya no convence a una sociedad enardecida por la inocultable desigualdad económica producto del capitalismo/neoliberalismo reinante, como del abuso de las elites en detrimento de los más pobres,
Es dicha polarización afectiva el verdadero caldo de cultivo de las elecciones más recientes en todo el mundo, mientras nuestra clase política no lo entienda, seguirán repitiendo discursos y campañas destinadas al fracaso. No, hoy no todo esta bien pero tampoco esta peor que en el pasado, y eso que parece un argumento simple, constituye una realidad contundente; estamos dispuestos a equivocarnos, si con ello logramos los cambios que nos han prometido, el elector tiene frente a sí un dilema, la clase política lo sabe y azuza la hoguera de las vanidades de los gobernantes que ven su futuro en función del rendimiento electoral.
Lejos estamos de los postulados clásicos de don Jesús Reyes Heroles:
“Sin política se pueden hacer muchas cosas, pero gobernar, en el poder o en la oposición, es imposible.
Las luchas fáciles no son luchas, son trampas mortales para ingenuos que creen que la política es vía sencilla, sin tropiezos, ajena a los conflictos, vía triunfal sólo porque así se desea”.
En las elecciones democráticas se pierde regularmente y se gana eventualmente. ¡Aprender esa pequeña lección resulta indispensable para ser un político exitoso!
TAR