El dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco se ha vuelto universal, como los mitos griegos que inspiran sus obras. ‘Tebasland’, uno de sus textos más representados, suma espectadores en Asia, América y Europa. Su obra ‘Barbarie’ se presenta por primera vez en México, dirigida por Luis Eduardo Yee y producida por Teatro UNAM.
Verdad, mentira y ambigüedad son ingredientes indispensables para la creación de la ficción. En la era de la postverdad, la verdad parece obsoleta y la mentira como su antagonista se ha vuelto aburrida. La tensión entre ambas, más la presencia de un narrador en quien creer –porque nuestros ojos lo ven y nuestros oídos lo escuchan– ha hecho que el ojo de la crítica se asome hacia el género de la autoficción. La obra de Sergio Blanco investiga, explora y forma teoría de este género. Sus obras han sido representadas y galardonadas alrededor del mundo.
Barbarie, que pertenece a una etapa anterior a sus famosas escrituras del yo, aunque también refleja un lado oscuro de la autobiografía de la humanidad, se presenta por primera vez en México de la mano de Teatro UNAM.
–¿Qué es el teatro?
–Soy un gran defensor del teatro como género. Es una palabra que tiene que encontrar la carne en toda su materialidad. Uno no escribe para ser leído sino para la escena, para ser visto. Esa palabra tiene que tomar en cuenta todos esos parámetros de la teatralidad. Cuando escribo una obra tengo claro que es el inicio de algo que después se va a reescribir. Siempre les digo a los directores, a las directoras: la escena tiene sus propias leyes que te imponen, a veces, cortar un monólogo, decirlo de forma distinta. Las actrices, los actores, los intérpretes son grandes dramaturgos y dramaturgas que marginamos por una cuestión absurda de jerarquías, de que sólo escriben dramaturgos. Pero cuando una actriz dice: vamos a sacar esto, por algo lo está diciendo. Hay una inteligencia que tiene la actriz, que tiene el actor, que no tenemos los dramaturgos ni los directores. También sé que es un proceso literario y que hay un momento de la escritura, cuando estoy solo aquí en mi escritorio trabajando ese texto. Quizás por mi formación en filología y por el hecho de que también pertenezco al mundo de la academia, del pensamiento y de la teoría; no hay una sola de mis palabras que no haya sido pensada: me corrijo y tengo un equipo de correctores que lee mis obras. Si hay un complemento de objeto directo que no corresponde o que está mal puesto, es a propósito, no por un error. Todo está muy pensado. No vas a ver una sola de mis palabras que no haya sido cuidada: la mido, la peso, las sopeso. Me gusta mucho, me divierte, lo disfruto por más que después el actor la cambie. El teatro también es algo que se lee, es algo que se edita, que se publica, y que también tiene un aspecto literario. La lengua me divierte, la disfruto mucho. En el teatro es tan importante un rayo de luz como el vestuario, como la música, como el texto, como el cuerpo de un actor. Nada es más importante que nada. Todo conspira de forma conjunta. Es una anarquía perfecta.
–Una anarquía que sólo puede organizarse en un nosotros.
–El nosotros es fundamental, el teatro está hecho por un nosotros. Empezamos con un yo que se dirige a un tú y busca un él, una ella, para por medio de ellos y ellas dirigirse a un vosotros y terminar en un nosotros. El nosotros para mí es el pronombre por excelencia del teatro. Es eso que autoriza de forma tan bella Jorge Dubatti en el famoso tema del convivio (la manifestación ancestral de la cultura viviente […] porque el teatro exige la presencia viva, real, de cuerpo presente, de los artistas en reunión con los técnicos y los espectadores, a la manera del ancestral banquete o simposio griego. Filosofía del teatro, Jorge Dubatti 2007, 2010, 2014). Es lo único que permite la sobrevivencia antropológica. Pasan los siglos, pasan las pestes, pasan las epidemias, pasan los incendios, pasan las crisis y los teatros seguimos siendo ese espacio donde venimos a compartir microbios.
La tribu viene a juntarse, en manada. El teatro es un grupo de personas que conforma una comunidad, por un tiempo limitado en donde van a mezclar la verdad y la mentira, porque todos juntos decidimos que la verdad es necesaria, pero que tiene un aspecto insoportable. No puede ser que dos y dos sean cuatro.
–Tu obra Tebasland ha sido un suceso en diferentes lugares del mundo. Ahora mismo está en cartelera en Seúl, de donde acabas de regresar, y en México también se ha montado. ¿Cómo fue la construcción de esta obra?
–Es una obra que demuestra lo relativa que es la escritura: la escribí en seis días, sin embargo tengo la impresión de que la empecé a escribir de niño sin saberlo. Un día sentí que todo eso bajó a la tinta mientras estaba dibujando una cancha de basquetbol. Ahí empecé. Un lunes me senté a escribir y el domingo la tenía terminada. Fue realmente como la génesis. La escribí en seis días y el séptimo día descansé.
En mis cursos de escritura siempre digo que escribir no es solamente el momento en que uno se sienta frente al papel o al Word. La escritura es una mirada que uno lleva sobre el punto y a veces uno está escribiendo una obra sin saber que la está escribiendo.
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–Algo así decía Mario Levrero: “Sentarse a escribir es el último momento de la escritura.”
–Exacto. Es una actividad que necesita tiempo. Como casi todas las obras de arte, hay momentos donde uno puede estar en silencio, puede sentir que no está diciendo, que no está produciendo. Me ayuda decir: no me tengo que angustiar, va a venir, está en mí. Porque a veces uno está escribiendo sin saber qué está escribiendo. Eso se lo transmito mucho a mis estudiantes, cuando tienen esa angustia de no escribir. Es como en música: hay que saber esperar, estar en silencio, y va a venir. En Tebasland la palabra está en un continuo. No la corregí mucho, fue como una revelación, fluyó escribiéndose sola. La obra estaba realmente en mí, muy inspirado en el mito de Edipo. Mi mamá era helenista: cuando yo nací, ella estaba preparando su tesis en casa y me hablaba en griego, me leía fragmentos de Edipo Rey, jugaba conmigo, me leía pasajes o me contaba parte de su tesis como una forma de entretenerme. Eso fundó muchas cosas en mí, cuarenta años después fue como si bajara todo ese Edipo. Creo que lo empecé a escribir adentro de la barriga de mi madre, es una construcción que me hago, absolutamente edípica por supuesto. Es una obra que quiero muchísimo y la veo mucho representada, se ha hecho también en todos lados. Su escritura fue un proceso muy placentero.
–¿Qué te parece el estreno de Barbarie en México?
–Este estreno en México me tiene muy feliz, muy motivado. Barbarie fue escrita en 2009 y estrenada en Montevideo por el actor Gustavo Saffores, con quien trabajo siempre en Uruguay. Es un texto muy particular porque habla de la complejidad del presente que estamos viviendo, a pesar de que tiene ya unos cuantos años. Es la primera vez que Barbarie se estrena fuera del Uruguay, el primer lugar en todo el mundo. Conozco y admiro el trabajo de Luis Eduardo Yee [director de la puesta en escena], incluso ya ha montado otro texto mío. Barbarie pertenece a la serie de ficciones que escribí antes de empezar con la serie autoficciones y México es un país donde se han estrenado muchas de mis obras, tanto en Ciudad de México como en el norte. Me resulta muy emocionante l
Información de Cintia Neve
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