Jamás pensé que volvería a ver una obra de Monet. La primera vez fue en el Museo Van Gogh, en 2004. Después de haberme apretado el cinturón por más de un año, había logrado reunir un capital ajustado, pero suficiente, para lanzarme de mochilero al viejo continente. Uno de mis autores predilectos de toda la vida ha sido Vincent, por lo que Ámsterdam era una parada obligatoria. Grande fue mi sorpresa al descubrir que también había una exposición temporal, llamada “Impressies van de zee” (impresiones del mar), que albergaba obras señeras acuáticas de Edouard Manet y, desde luego, de Claude Monet.
No recuerdo cuánto pagué en aquella ocasión por mi boleto de entrada al museo, pero hoy en día el precio es de 22 euros, que bien alcanzan para mis verduras y frutas de la semana. Algo que debo reconocerle a la Secretaría de Cultura y al Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, independientemente del gobierno en turno, es su política de acercar el arte a la gente a precios módicos. Así, el Museo Nacional de Arte ubicado en Tacuba, en el centro histórico de la capital mexicana, alojará hasta el 27 de agosto la exposición temporal “Monet. Luces del impresionismo” a solo 85 pesitos, aunque los domingos la entrada es libre. Como podrán imaginarse, me lancé con mi tribu el 11 de junio.
Somos asiduos visitantes del Munal, así que esperábamos una nutrida concurrencia, pero la realidad rebasó a nuestra imaginación, pues había una fila enorme que serpenteaba por los pasillos de los varios pisos del museo. Afortunadamente el tránsito era fluido y el personal del museo estaba excelentemente organizado. Esto pasa cuando es convocado un autor del calibre de Monet. Y no importó que sólo estuvieran exhibidas tres obras referenciales del pintor. Lo fundamental era sentir las impresiones del impresionismo: las pinceladas cortas y difuminadas, así como el predominio de los colores puros, muy propios para el registro de la luz en las composiciones.
También valen la pena otros autores que acompañan a Monet en esta exposición temporal. Me llamó poderosamente la atención la obra “El pedregal”, del mexicano Joaquín Clausell. ¡Qué obra! En una combinación de verdes, azules y morados, podemos ver en primer plano una superficie de rocas volcánicas y al fondo la montaña del Ajusco, humeante. De técnica sabe más mi esposa Lulú que su servidor, así que me ilustró al respecto sobre las perspectivas de la mirada y particularmente sobre el uso de estos colores sobre las rocas, que provoca un golpe a las sensaciones, como ya le había advertido un profesor suyo de Historia del Arte.
Y si me lo preguntan, la obra que más me atrajo de Monet es “Nenúfares”, que procede del Museo de Arte de Dallas. Creo que es un jardín ideal, que combina tranquilidad y movimiento, vida pura y sensación de sosiego. También encomiables las obras de Francisco Romano Guillemín, Armando García Núñez y Mateo Herrera. Para rematar, un Velasco que bajaron de la exposición permanente, “Cañada de Metlac”, que cautivó particularmente a mi hijo Santi por el movimiento del ferrocarril.
TAR