Juan Carlos Villarreal
Recientemente el politólogo español, Mariano Torcal escribió un libro en el que centra una hipótesis explicativa muy útil para el momento mexicano: “De votantes a holligans; la polarización política en España” (Los libros de la catarata, 2023), del mismo texto recupero esta idea; “El término polarización política se refiere a una determinada distribución de la opinión pública en la que los ciudadanos se concentran en polos opuestos en detrimento de aquellos con valores intermedios. Cuando dicho término es utilizado en el contexto de la política, normalmente describe la presencia de actitudes extremas que se ubican en polos opuestos del espectro político. Es, por tanto, importante distinguir aquella polarización resultado de nuestras crecientes diferencias sobre asuntos o políticas que se debaten en la esfera pública, de aquella otra, conocida como “polarización afectiva“, consecuencia de los sentimientos encontrados, odios, amores y fobias generadas en torno a las megaidentidades partidistas que forman parte de nuestro acervo personal. De este modo, cuando las identidades con determinados grupos partidistas y el partidismo toman el control y van acompañadas de la creciente exposición a medios de comunicación concretos para informarse o a la elección de redes sociales determinadas para intercambiar opiniones es probable que la polarización afectiva en torno a esas megaidentidades partidistas se convierta en un proceso arrollador y distorsionador del espacio público al convertir a los votantes y a las y los partidarios de los partidos en “hooligans partidistas“.
Y efectivamente, tal como sucedió en España con el surgimiento de Podemos de Pablo iglesias y más recientemente con VOX de Santiago Abascal, ha quedado de manifiesto que el proceso de polarización afectiva disminuye la pluralidad y exacerba los ánimos en torno de personajes que insisten en su vocación a apartidista o apolítica y que se reinventan para competir como ha sucedido ya en América latina con los casos de Nayib Bukele en El Salvador y más recientemente con el de Javier Millei en Argentina. En nuestro caso, Andrés Manuel López obrador, se ubica en los linderos del populismo como forma de articulación política del descontento y la del líder carismático capaz de representar diferentes estratos sociales y credos ideológicos, bajo la premisa que ya también describió Nadia Urbanatti en su libro: “Los pocos contra los muchos”, se trata, en síntesis, de la representación del conflicto entre el pueblo y sus élites. Así como el caso del candidato a la presidencia de Argentina recogió un sentimiento de malestar y agravio de toda una generación que desde el 2000 simplemente no ve llegar soluciones a sus problemas económicos, hoy podría optar por un personaje impresentable en un régimen plural, que aprecie al sistema democrático. Pero eso es irrelevante, porque ya Bukele ganó las elecciones con un esquema muy parecido. El propio AMLO construyó el triunfo en el 2018, justamente reeditando un clivaje que parecía ya olvidado; el clivaje redistributivo, en otras palabras, el conflicto entre ricos y pobres.
El próximo año habrá elecciones en nuestro país y la polarización afectiva es cada vez más palpable; hoy los bandos se pelean entre los pro-obradoristas y los anti-obradoristas; el tema es lo de menos, hoy los primeros están a favor de Palestina y los segundos con Israel, antes unos estaban contra la reforma eléctrica y otros por impulsarla, son el mismo centro de gravitación que salió a las calles con el grito “el INE no se toca”, contra los que defendían el “plan B” o el nuevo denominado plan C. Cuando estamos polarizados, no importa el tema ni sus implicaciones, se trata de fijar una posición contraria a los que no son iguales a “nosotros”.
La construcción semántica que distingue a ambos grupos dejó de tener un tinte ideológico y se transforma en uno eminentemente emocional. Se reedita la lucha binaria que propuse de una frase del jurista alemán Carl Schmitt; “el que no está conmigo, está contra mí”. Esa lógica reduccionista tuvo un sentido en la Alemania de inicios del siglo 20, pero 100 años después, ya no puede seguir siendo un llamado pertinente en las sociedades democráticas que distinguen hoy al mundo. Lamentablemente, el populismo, la polarización y la posverdad vienen en el mismo paquete. Los ejemplos se reproducen en todo el mundo y no es una exageración advertir que este fenómeno no tiene salidas en el corto plazo, no, hasta que surja un modelo económico que supla el tan criticado neoliberalismo, no, hasta que el impulso de capitalismo de estado que ha llevado a China a los primeros lugares de la economía mundial sigue en disputa con los parámetros del capitalismo histórico. Entre más se tarden en entenderlo y buscar nuevos elementos diferenciadores, los que hoy integran al PRIANRD mayores derrotas vendrán en camino. Al tiempo.
PAT